Cada capítulo de la serie Lie to me, que emite la señal Fox, puede ser entendido como una clase para descifrar las mentiras. El profesor detrás de la cátedra no es Cal Lightman, el ex policía experto en interpretar el lenguaje corporal y que es interpretado por Tim Roth, sino Paul Ekman, un psicólogo estadunidense que se ha pasado décadas investigando el tema y ha trabajado para agencias de inteligencia de EEUU descifrando el lenguaje corporal. Ver la serie tiene su gracia, tomando en cuenta que, según el porpio Ekman, apenas el 0,1% de las personas tiene la capacidad de saber quién miente y que, en la vida real, sus clases cuestan 35 mil dólares.

La base de su lección está en las emociones: el miedo, la ira, la sorpresa o el desprecio. No importa que la emoción sea negada, cada una de ellas genera cambios involuntarios en las expresiones faciales -lo que él llama microexpresiones, en total cerca de tres mil- que finalmente delatan. Aquí, parte de las lecciones de Elkman para descubrir la verdad de la mentira. Y gratis.

No es necesario preguntar a otro si tiene pena. Ni siquiera se requiere conocerlo con anterioridad. La acción del músculo frontal, encargado de levantar ligeramente la ceja, es una señal inequívoca de tristeza. Algo similar pasa con la risa. La risa forzada activa menos músculos que la espontánea: sólo se mueve el músculo entre la boca y el pómulo. Una risa verdadera involucra los músculos del contorno de los ojos.

¿Qué hace un mentiroso? Se toca el pelo como si quisiera alisarlo. Mueve las manos como si le molestaran los dedos. Si se sabe la respuesta a una pregunta, levanta las cejas; si no, las baja. Si estima que su interlocutor mordió el anzuelo, el gesto reconfortante se nota de inmediato. Si se siente perseguido por una pregunta, se muerde el labio como señal de estrés en el momento. Habla con un lenguaje esquivo y distante de un tema que conoce. Ekman usa un ejemplo clásico para este ítem: Bill Clinton refiriéndose a Mónica Lewinsky como "esa mujer". Todos sabían que Clinton la conocía. Y muy bien.

Ekman dice que hay que tener cuidado. Cuando a un niño se le enseña el "buen mentir" para responder, por ejemplo, si hay alguien en casa cuando en realidad está solo, puede que esta enseñanza se convierta en costumbre y, más tarde, no reconozca la diferencia entre la verdad y la mentira.

NO ME MIRES
La clase de Ekman no termina en los trucos; también derriba mitos. Acá viene la mejor parte, pues se trata de actitudes que parecían obvias de un mentiroso. Y no lo son.  El primer capítulo de la serie esta temporada echó por tierra el que dice que evitar la mirada es propio de un mentiroso. Ekman dice que es todo lo contrario: quien miente hace contacto visual con su interlocutor para verificar en qué momento, de acuerdo con su expresión, se ha convencido de lo que le están diciendo. Es más, según Ekman, un contacto visual inquebrantable quiere decir que se está lidiando con un mentiroso.

Desviar los ojos a la izquierda o a la derecha tampoco significa mentir: Más bien, se trata de que la persona está pensando -para bien o para mal- qué palabras decir exactamente. ¿Ser dubitativo al hablar? Tampoco es evidencia que se trate de una mentira.

Cruzar los brazos tampoco tiene que ver con estar mintiendo: la mayoría de las veces se trata de una señal de estar a la defensiva o simplemente de tener frío. Tampoco miente necesariamente quien se rasca la oreja.