Señor director:

Un clamor unánime desde los frentes más heterogéneos se levantó contra la peregrina idea de suprimir la asignatura de Filosofía. Cuando la oleada de la posverdad y el emotivismo suelen contrariar toda argumentación racional, la eliminación de la filosofía era una lamentable claudicación.

Los estudios de filosofía no son ninguna panacea solucionadora de problemas complejos, pero sí ayudan a los alumnos a plantear bien los asuntos y a evitar propuestas simplificadoras. La filosofía, desde los inicios, ha tenido una vocación articuladora de saberes dispersos y hoy, más que nunca, se necesita de su visión esclarecedora. Las ideas mueven al mundo y los hechos históricos más decisivos, como la Revolución Rusa, no son más que ideas cristalizadas.

La filosofía tiene una vertiente rebelde: no se resigna a ser mera expresión de su tiempo, prefiere la evocación a ser reflejo. Goza con la vecindad de la gran literatura, que también ha iluminado la condición humana, y se aprovecha de los aportes de las ciencias empíricas y exactas. Frente a la parcelación de los saberes reclama la articulación de ciencia, cultura y sabiduría.

El cultivo de la filosofía otorga una pasión por la libertad, por la discusión intelectual y hace del diálogo un camino para la búsqueda de la verdad. No es solo un saber, sino un modo de vida caracterizado por un renovado y permanente amor a la verdad. Tematiza de modo sistemático los supuestos del discurso y los argumentos que lo sostienen. Es un discurso continuado acerca de las cuestiones últimas, no rehuyendo las aporías ni la controversia racional.

La filosofía presta razones al disenso: articula un disenso radical que en otro caso solo podría hacerse valer por medio de la violencia. Una sociedad en que no hubiera sitio para la filosofía quedaría muda ante los estados de hecho insoportables o vería degenerar los confrontamientos ideológicos en rivalidades irracionales.

Jorge Peña Vial

Decano Facultad de Filosofía y Humanidades U. de los Andes