Cuatro alumnas siguen con atención las instrucciones del tutor Cristóbal Soto en una sala del campus San Joaquín de la UC. Él hace cálculos en la pizarra, habla de flujos y valores presentes netos, de matemática financiera. Una de las que lo escuchan, con la mirada absorta, es Bernardita Martini, ex alumna de las Ursulinas de Vitacura que hoy cursa primer año de Ingeniería Comercial y trata de mejorar sus resultados en el ramo de contabilidad donde partió con un 2,2 y no ha conseguido remontar.

"Es muy frustrante. Leo los ejercicios y en verdad no sabes cómo partir el enunciado", explica. A su lado Fernanda Téllez, quien está en un punto indeterminado entre primer y segundo año también de Ingeniería Comercial, la consuela: ella reprobó contabilidad I y II. "Con ese ramo siento que no le pego nomás. Es muy frustrante. He pensado en salirme de la carrera", reconoce.

La palabra de la jornada parece ser "frustrante".

Alumnos que se sienten así pasan todos los días por el CARA, el Centro de Alto Rendimiento Académico de la UC. Esta es una de las tantas unidades de apoyo a los alumnos que hoy abundan en las universidades chilenas. Tienen una amplia batería e instrumentos: cursos de nivelación, reforzamientos, tutorías y mentorías, talleres de hábitos y estrategias de estudio, coaching, alfabetización académica y atención de sicopedagogos y sicólogos educacionales y clínicos.

Los esfuerzos apuntan a detener el abandono en primer año. Según el SIES, el Servicio de Información de Educación Superior, un 30 por ciento de los universitarios chilenos deserta luego de ese primer año.

"Antes las universidades no sentían que era parte de su trabajo apoyar a los alumnos una vez que entraban", dice María José Anais, jefa del CARA de la UC, centro fundado hace 13 años replicando los learning center de instituciones como Stanford o Yale. Actualmente atiende a unas cuatro mil personas al año, y más del 80 por ciento son de primer año. Para hacerse una idea, la matrícula de primer año en la UC es de cerca de cinco mil alumnos.

Para Carolina Guzmán, investigadora en Educación Superior del CIAE, el Centro de Investigación Avanzada en Educación de la U. de Chile, el surgimiento de estas instancias de apoyo tiene que ver con dos fenómenos: la masificación de la educación superior en Chile, que pasó del 15 por ciento en 1990 al 45 por ciento en 2011. El segundo, la importancia que tienen las matrículas en el financiamiento de las universidades: "Si las cifras de deserción son muy altas, eso afecta desde el punto de vista económico a las instituciones", dice la especialista del CIAE.

Esto ha derribado el paradigma que decía que mientras más alumnos eran reprobados por un profesor, mejor era el ramo. "Hoy en ninguna parte del mundo vas a encontrar ese tipo de comentarios. Que más estudiantes reprueben es un fracaso, un profesor que no está enseñando bien", opina Guzmán.

Perdidos

El lunes 26 de septiembre, Leonor Armanet, directora de pregrado de la U. de Chile, fue al consejo universitario a mostrar un estudio sobre deserción en esa universidad que exponía que de los más de seis mil alumnos matriculados en primer en 2015 en esa institución, este año 734 habían abandonado su carrera. Tras encuestarlos, determinaron que el principal motivo era que no les había gustado la carrera, "ajuste vocacional" (42 por ciento). Lo seguían motivos personales (14 por ciento) y el entorno estudiantil (13 por ciento).

"Este es un tema país. Cómo nos hacemos cargo de que un estudiante pueda definir con información de verdad, y que a él le dé sentido, cuál es su vocación, dónde quiere proyectarse o cómo puede conocer las carreras", dice Armanet.

Según el SIES, más de la mitad de los universitarios que abandonan reingresan a las aulas en los tres años siguientes y, por eso, uno de principales planes de la U. de Chile en ese sentido es facilitar el traslado interno de los estudiantes.

En las universidades privadas también les pasa algo similar: "Los alumnos que entran a la universidad sin tener idea, qué estudiar están dando un salto al vacío", explica Isidora Granese, coordinadora de apoyo sicoeducativo de asesoramiento académico en la U. de los Andes. A los alumnos que consultan ahí se los ayuda a decidir entre dar la PSU nuevamente o cambiarse "por dentro", y les ofrecen ir de oyentes a clases y a conversar con profesores y ex alumnos.

En muchas universidades, los estudiantes también cuentan con la asistencia de sicólogos clínicos pero no todos atienden problemas estudiantiles. María de los Ángeles Herane, coordinadora de este servicio en la U. Mayor, cuenta que su unidad atendió a 345 alumnos el año pasado. "Los casos van desde hechos traumáticos que vivieron recientemente hasta que la carrera no les motiva. También a que se les hizo muy difícil un ramo y eso les generó frustración, o a que hay temas familiares que están afectándoles", dice.

Para nivelar

Según la Casen, entre 1990 y 2011 el acceso a la educación superior de los tres deciles más pobres creció siete veces, el mayor aumento de todos los segmentos. Carolina Valenzuela, de la unidad de apoyo al aprendizaje de la vicerrectoría de pregrado de la UDP, explica que en el caso de las privadas este cambio lo desencadenaron hitos como el CAE, el Sistema Único de Admisión y, últimamente, la gratuidad que ampliaron el perfil de los alumnos en puntajes de PSU y origen. Sin embargo, muchas veces, sobre todo los alumnos que vienen de colegios más vulnerables, necesitan un apoyo extra, para afirmarse en el mundo universitario. Según el SIES, el 79 por ciento de los alumnos de los particulares pagados sobreviven al primer año, cifra que se reduce al 69 por ciento en los municipales.

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El Ciade de la UNAB.[/caption]

"Los colegios y liceos hacen lo que pueden y, aunque es triste decirlo, las diferencias perduran. Siguen existiendo brechas", opina Rosse Marie Espinoza, sicóloga de la UNAB.

Si hay una institución privada donde se ve este fenómeno es precisamente la UNAB, la universidad con más alumnos del país, donde en el primer semestre unos mil de sus nueve mil estudiantes de primer año pasa por el Ciade, su unidad de apoyo que recibe anualmente a unos 10 mil universitarios en total. "Tratamos distintos tipos de personas, acá es mucho más variado y por lo mismo tratamos de hacernos cargo de todos", dice Ángeles Qüense, directora de Ciade. Todo parte en enero, con cursos de nivelación a los que asisten el 40 por ciento de los estudiantes de primer año. "Finalmente pasamos a ser un quinto medio", reconoce Qüense.

Brenda Miranda y César Acevedo están en primero en Nutrición y Dietética en la UNAB y van a clases de nivelación dos veces por semana. "Fuimos seleccionados y nos ofrecían una tablet, las tutorías que eran de cien por ciento asistencia y también una entrevista con la sicóloga. Ha sido un gran aporte, a mí me ayudó a acostumbrarme a la universidad", explica Miranda.

También existen programas de alfabetización académica, que apuntan a disminuir las diferencias de origen. "Está la necesidad de no sólo traerlos acá, sino que de darles equidad también en la permanencia y el egreso", dice Armanet. En la UDP concuerdan, pero también destacan que hay que cuidar mucho las formas: "No queremos etiquetas. Es bien importante no partir de la base de que son alumnos deprivados, vulnerables o con muchas dificultades", dice Valenzuela.

En este nuevo perfil de estudiantes mucho tienen que ver los propedéuticos, sistemas alternativos a la PSU donde alumnos del diez por ciento con mejores notas de establecimientos vulnerables optan a entrar directo –y becados- a la universidad. Ellos además reciben clases para nivelarse, desde el segundo semestre de cuarto medio, dictados por la casa de estudios que los beca. La idea surgió de la Usach en 2007 y hoy el modelo ha sido replicado con algunas variaciones en varias universidades.

El plan de la Usach fue la base que ocupó el Mineduc para crear el programa PACE, que trabaja con alumnos de tercero y cuarto medio en 456 establecimientos de escasos recursos preparándolos, nivelándolos y acompañándolos en la educación superior. Alejandra Contreras, jefa de la división de educación superior de Mineduc, dice que desde 2014 se han invertido más de 18 mil millones de pesos en el programa que actualmente tiene 27 universidades adscritas.

Hasta el momento, el 94 por ciento de los alumnos de la primera generación del PACE en llegar a la educación superior se han mantenido estudiando. "La tasa de retención es superior al promedio nacional", apunta Contreras.

El futuro o la vieja escuela

Hoy en las mejores universidades de Estados Unidos, Inglaterra y Australia usan el big data para desarrollar modelos que predicen qué alumnos tienen mayores probabilidades de abandonar los estudios, algo que se conoce como learning analytics. Carolina Valenzuela explica que se usan datos como lugar de origen, género, historial académico, encuestas sobre la experiencia de aprendizaje e información sobre sus actividades, como entradas a la biblioteca o cantidad de veces que se conecta a la plataforma de aprendizaje de la universidad.

"Ponen todos estos datos en una especie de batidora y a partir de eso predicen cómo se va a comportar el estudiante, si va a reprobar o está teniendo más dificultades, y a partir de ahí se les apoya", dice Guzmán, quien actualmente trabaja en un proyecto de investigación Fondecyt con otros investigadores de las universidades de Chile y Católica para replicar el modelo en el país. El piloto se realizará en las facultades de Educación de la UC y de Ingeniería en U. Chile.

No todos celebran. La aplicación de estos modelos ha abierto algunos debates en universidades extranjeras sobre la confidencialidad de las actividades de los alumnos. "Ha sido súper criticado porque se dice que los estudiantes son espiados", cuenta Guzmán.

En Chile hay algunas experiencias con modelos predictivos, pero con sistemas menos sofisticados: En 2012, la UDP implementó un software que basado en los antecedentes académicos y socioeconómicos identificaba a los alumnos con mayor riesgo de deserción, pero la experiencia no fue del todo buena. "Nosotros venimos un poco de vuelta con eso, probamos e hicimos pilotos en carreras y llegamos a la conclusión de que las carreras son mucho más finas en detectar qué alumnos están en riesgo", dice Carolina Valenzuela.

La especialista explica que la experiencia terminó reivindicando a la vieja escuela. En la UDP concluyeron que, por lo menos con las herramientas que hay hoy en Chile, las notas son el mejor predictor para saber cuáles alumnos podrían desertar y que ningún software podrá equiparar sencillas observaciones humanas, como darse cuenta de un alumno en situación de aislamiento, deprimido o con problemas de alcohol.

Valenzuela es clara: "Eso sólo lo ve el profesor en la sala". El profesor, el viejo profesor.