CONTRA la costumbre demoledora nacional que se manifiesta en todos los ámbitos, desde el rayado de muros hasta la destrucción del mobiliario urbano, hay personas que se esfuerzan por conservar el patrimonio del país e incluso recuperar edificios y hasta servicios públicos del pasado. Es lo que hace el Instituto Ferroviario de Chile (también denominado ONG Trenes para Chile), integrado por un grupo de profesionales que persigue realizar y difundir opiniones, análisis y alcances sobre ese transporte.

Entre sus diferentes tareas, esa organización planea recuperar uno de los antiguos tranvías de Santiago, los que, según Ramón Lira, en su obra Los viejos tranvías se van (1955), llegaron a tejer una red de 40 recorridos por la ciudad. El actual proyecto persigue resucitar uno de esos trayectos, del cual en ciertos tramos se conservan todavía sus rieles. Dicha iniciativa motivó una crónica, a la que se refiere Edwin Dimter Bianchi, quien expone que "en la edición del viernes 27 de enero, página 46, apareció un loable reportaje a la otrora línea del tranvía eléctrico que circuló por años en el barrio Yungay, agregando como alegre noticia la restauración del tren Brill No.757 y que el costo de ponerlo en uso será de 200 mil millones de pesos, o sea... ¡US$ 400 millones! (sic)". Comenta el lector: "Esta es una cifra estratosférica para poner en marcha un 'tren del recuerdo, equivalente a una línea de Metro o al 40% del incremento anual del presupuesto para educación ofertado por el gobierno a raíz de las manifestaciones de 2011".

Para Edwin Dimter, "se trata de un notorio despilfarro de recursos, sin que el periodista a cargo de su redacción haya hecho algún comentario crítico al respecto". Agrega: "Más aún, envié una carta al director de ese diario sobre el particular, pero corren los días y nada se ha dicho. Ruego su intervención en este caso, de tal forma que los lectores podamos conocer la opinión de economistas sobre un mejor uso alternativo de esos fondos y evitar así que este proyecto se lleve a cabo".

Estima el lector que para "solucionar el problema de conectividad del barrio Yungay existen soluciones mucho más baratas y llamo a las autoridades a no gastar esa exorbitante cifra en un carro que dejó de funcionar en 1957".

Sin duda que la cifra que se entregó en la nota periodística en cuestión es un error, que se aclaró en la sección Santiago, al precisar que el costo sería de 200 millones de pesos. Sin embargo, el episodio obliga a reiterar la necesidad de fidelidad y exactitud que siempre requieren las informaciones que se difunden, porque las imprecisiones prueban falta de verificación, lo que siempre debe hacerse con los antecedentes que se recogen y se expresan. En especial con nombres, lugares, fechas y cantidades. Esta tarea es básica en los diferentes géneros periodísticos, así se garantiza una información de calidad.

Además, el lector esperaba del redactor un "comentario crítico al respecto", en realidad más bien se refiere a esa actitud permanente que se debe tener en periodismo, que consiste en cuestionar o cuestionarse lo que afirman las fuentes, preguntar y volver a hacerlo, chequear y volver a chequear. En este caso, como el titulo de la nota lo destaca y se establece en el relato sobre el particular, el echar a correr ese tranvía se trata en la actualidad de un "proyecto", por lo que su costo no está comprometido y sus impulsores buscan por el momento el financiamiento para un estudio previo de la idea, desde un punto de vista técnico, económico y social.

Hay otro detalle que debe aclararse, porque en el texto se afirma que la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (Etce) operó los tranvías eléctricos desde 1945, pero esa empresa estatal se creó recién en 1953; su antecesora, desde fines de la Segunda Guerra Mundial, fue la Empresa Nacional de Transporte Colectivo S.A., la que, a su vez, tomó el control cuando ese transporte se expropió a la Compañía de Tracción Eléctrica, propiedad de la Compañía Chilena de Electricidad. Lo mismo se habla de la Avenida República, por donde habría circulado el tranvía, pero lo hacía por Avenida España.

Estos antecedentes, a los ancianos, trae a la memoria el que en su adolescencia no se hablaba de "tranvía", sino de "carro". Así los santiaguinos se referían al "carro 18" o al "carro 33", expresión heredada de los "carros de sangre" que comenzaron a correr en 1857 entre la Estación Central y la Universidad de Chile, y que en 1900, con el nacimiento del siglo XX, fueron reemplazados por los eléctricos.

Y a propósito de inexactitudes, pero en las palabras, la sección "On&Off" de Negocios (31-01-2012), dio cuenta en el caso La Polar que la Corte Suprema no acogió el recurso de queja del Sernac y publicó que "el organismo buscaba que el máximo tribunal extendiera al millón de clientes afectados por reputaciones (sic) unilaterales la medida que prohíbe a La Polar negociar los créditos". Obvio, el redactor se refería a "repactaciones" y no a las "reputaciones" de los sufrientes clientes de la tienda. Un mote que se pasó, pero que obliga a mantenerse vigilante en medio de este seco y caluroso verano.