"No, por favor no". Una auténtica tormenta azotaba las calles de la ciudad, pero eso poco le importaba a George Denbrough. El pequeño no podía más de la alegría: vivía el escenario perfecto. Sólo le interesaba el barquito de papel, fabricado por su hermano minutos antes, que navegaba como la mejor de las embarcaciones por los caminos inundados. Lo perseguía, feliz, eludiendo postes y los pequeños arbustos que se le cruzaban, mientras relataba la acción como si se tratara de un emocionante partido. No se cansaba de repetir que era el "barco de Georgie".

Pero, como suele suceder, todo lo bueno tiene que acabar. Y en una esquina, la pequeña nave detendría su andar para siempre, tras caer en una alcantarilla. Visiblemente afectado, el niño se agachó e incluso amagó con un intento de recuperarlo, pero se rindió rápidamente. Decidió emprender la retirada, hasta que escuchó que alguien lo saludaba: "¡Hola, Georgie! ¿No vas a saludarme?". Hacía su aparición un perturbador payaso: Pennywise -como se presentó- que rápidamente intentó persuadir al pequeño para que bajase con él.

Tras un tira y afloja en el que parecía perder, el payaso de dudoso semblante, logró convencer a Georgie, ofreciéndole el barquito de papel que minutos antes había caído por el alcantarillado. Ahí fue cuando mostró su verdadera cara: sonrisa cínica, dientes afilados y mirada penetrante, para finalmente arrancar con facilidad el brazo del niño. La leyenda del payaso asesino cobraba vida.

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Es difícil tomar la pizarra con los payasos, explicar el fenómeno que los rodea, ese lado oscuro tan explotado. Sabemos que suelen cumplir una misión inequívoca: regalar risas, brindar momentos de alegría, ofrecer el más puro entretenimiento a su público. Y seguramente, más allá de ese infaltable tipo amargo, de ese otro que tuvo un mal día, o de esas pocas bromas incómodas en las micros, tienen éxito. O lo tuvieron. Sólo así se explica que durante años fuesen el invitado estelar a cumpleaños, el personaje de confianza, acaso comodín, que tenían los padres para hacer reír a los más pequeños.

Pero también es cierto que ese particular maquillaje, los atuendos, la nariz roja y, principalmente, esa perturbadora mueca en la sonrisa no siempre genera felicidad. Muy por el contrario: no son pocos los que sufren ese pavor inexplicable hacia los payasos, la coulrofobia.

Un estudio del Instituto Smithsoniano, de Estados Unidos, lo comprobó: señala que el 2% de la población mundial padece esta fobia y que generalmente es forjada durante la niñez. Situación que, en 2008, la Universidad de Sheffield, Inglaterra, puso a prueba.

Los investigadores buscaban conocer la opinión de los niños y sus preferencias respecto a la decoración en los hospitales pediátricos. El diagnóstico fue certero: todos los niños encuestados, 255 de entre cuatro y dieciséis años, le temían a los kilos de maquillaje y las expresiones en los rostros de los payasos.

Una de las coautoras del estudio, Penny Curtis, señaló a la BBC que "los niños tienen una aversión universal hacia los payasos. Algunos los encontraban bastante aterradores y misteriosos".

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Cualquier texto que pretenda referirse o analizar la construcción y propagación de esta fobia, no puede obviar la enorme contribución de la cultura pop que, a través de sus producciones fílmicas, se convirtió en una de las principales responsables a la hora de distorsionar la imagen de los payasos: sujetos tristes y angustiados como la interpretación de Jimmy Stewart en El mayor espectáculo del mundo (1952), sinvergüenzas y mujeriegos como el célebre Krusty en Los Simpsons, o psicópatas y asesinos como Pennywise en It (1986).

En esa línea, que la forma más representativa de Pennywise sea bajo trajes coloridos, peluca y nariz roja y una sonrisa hipócrita no fue una elección al azar. Stephen King seguramente sabía de antemano la fobia que provocan estos peculiares personajes, por lo que acertó al explotar el arquetipo del payaso maligno. Acertó porque, además, lo convirtió en un referente, en la fuente de inspiración para la creación de otros payasos malditos.

Más allá de Pennywise, la cultura pop nos "regaló" otros célebres personajes. La lista es larga, pero resulta imposible omitir la película de Stephen Chiodo, Los payasos asesinos del espacio exterior (1988), donde un grupo de extraterrestres con apariencia de payasos son los encargados de sembrar el terror en Crescent Cove, capturando y asesinando personas. O Clownhouse (1989), de Victor Salva, en la que tres psicópatas escapan del manicomio y asesinan a unos payasos del circo de la ciudad, para posteriormente calzarse sus trajes y perseguir a Casey, un niño que sufre de coulrofobia.

Desgraciadamente, la tensión y el horror que bien ha sabido representar la cultura pop a través de la imagen de los payasos, no sólo se quedó en la pantalla. Existen, además, macabros precedentes en la vida real.

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Una arteria cerebral colapsada. Los expertos afirman que ése fue el motivo que desencadenó el nacimiento de una nueva mente criminal, una de las más perversas que recuerde Estados Unidos. Poco importó que fuese un exitoso hombre de negocios dedicado a la albañilería y la decoración, casado y muy querido por sus amigos. O que sus tiempos libres los gastase completamente en el resto, regalando risas a sus vecinos y niños enfermos del hospital local, esta vez en su rol como payaso. John Wayne Gacy necesitaba algo más para encontrar la felicidad.

Una sensación que comenzó a experimentar en enero de 1972, cuando por primera vez clavó un cuchillo en el cuerpo de un joven. Ver cómo la sangre brotaba lo excitó. Mientras torturaba hasta acabar con la vida del adolescente, encontraba esa felicidad que tanto buscaba. Lo decidió: iba a ser el primero de muchos. Así, en un lapso de seis años, Gacy se convirtió en un -payaso- asesino en serie que mató a 33 jóvenes.

Joffrey Rignall, uno de los pocos sobrevivientes a los ataques, comentó el modus operandi de Gacy. Fue el 22 de mayo de 1978 cuando el adolescente se aprestaba a beber en algún bar de Chicago, cuando un auto lo detuvo. Era un tipo gordo, de unos cuarenta años, que le ofrecía acercarlo a su destino. Rignall, confiado, y obviamente sin sospechar lo que le esperaba, aceptó feliz la ayuda. Sin embargo, bastaron tan sólo un par de minutos para que John Wayne Gacy mostrara su verdadera cara y "durmiera" al joven, presionándolo con un pañuelo bañado en cloroformo.

Cuando despertó, Rignall tenía enfrente al tipo gordo, que minutos antes había sido tan amable, desnudo, exhibiendo orgulloso su colección de juguetes sexuales, los que probaría durante toda la noche sobre su cuerpo. La mañana siguiente, el joven despertó. Es lo más importante. Habían abusado de él, fue torturado hasta creer que realmente moriría: estaba completamente herido y con el hígado muy dañado a causa del cloroformo. Pero vivo, bajo una estatua del Lincoln Park de Chicago.

Finalmente, en diciembre de 1978, ante las indagatorias por la desaparición de otro adolescente, Robert Piest, de 15 años, comenzarían a escribirse las últimas líneas de la historia de este payaso asesino, un guión digno de una película de terror. Gacy confesó sus crímenes, y en el juicio afirmó que existían cuatro John: "el contratista, el payaso, el vecino y el asesino y constantemente respondía con las palabras de uno y de otro". Las declaraciones de Rignall también serían fundamentales para que el 10 de mayo de 1994, la inyección letal acabara con John Wayne Gacy. ¿Su despedida?: "¡Bésenme el culo!".

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El payaso asesino nunca pasó de moda. Prueba de ello es la re-edición de It, con un renovado Pennywise, que pronto llegará a la pantalla grande. Y la "nueva" moda que explotó durante el año pasado: tipos disfrazados de payasos dedicados a atemorizar transeúntes que caminan solos por la noche. Tendencia que tuvo su ápice en Estados Unidos en 1981, con la histeria que se produjo en torno al fenómeno conocido como "The Phantom Clown Scare", y que volvió en gloria y majestad en la actualidad.

Los reportes describen a payasos con machetes, además de los típicos gritos y persecuciones en sitios oscuros. Una polémica que motivó varios arrestos e incluso obligó el cierre de escuelas en varios estados del país, incluyendo Ohio, Carolina del Norte y Carolina del Sur. También la prohibición del disfraz de payaso para Halloween en algunos colegios.

Las bromas de este tipo, que también llegaron a nuestro país, se pueden observar principalmente en las redes sociales. Pero lo cierto es que de chiste poco tienen: la figura del payaso asesino sigue generando un temor inexplicable. No son pocas las personas que siguen creyendo fervientemente en que afuera, bajo esa nariz roja, maquillaje blanco y la perturbadora mueca, se esconde un nuevo John Wayne Gacy que pronto comenzará a atacar.