POR ESTOS días un joven rostro del espectáculo protagonizó una polémica luego de haber declarado que se "había curado de la homosexualidad", una convicción que, según él, nace luego de una conversión religiosa. Sus declaraciones fueron duramente cuestionadas por el Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh), acusando que se habían proferido dichos homofóbicos, críticas que también fueron respaldadas por algunos líderes de opinión y profusamente amplificadas en redes sociales.

Es perfectamente legítimo que quienes se hayan sentido ofendidos por estos dichos, o consideren que son desafortunados, expresen su malestar, incluso su enojo, pero parece desproporcionado que de ello se siga una campaña de linchamiento público, que arriesga caer en la misma intolerancia que precisamente buscan denunciar. En el marco de la sana tolerancia, debe llamar a la reflexión que alguien pueda llegar a ser fuertemente censurado por el hecho de manifestar una opinión basada en sus creencias religiosas.

El sano debate público no supone la inexistencia de críticas, sino que éstas se emitan responsablemente, garantizando el derecho a poder manifestarlas libremente. Quienes disientan tienen también todo el derecho a rectificarlas, pero evitando caer en degradaciones personales por el solo hecho de no estar de acuerdo con una opinión.

Los grupos y movimientos que han abrazado la lucha en contra la discriminación y el odio han jugado un valioso rol en la sociedad -han logrado desde luego cambios de conductas y han promovido la dictación de nuevas legislaciones-, y de allí la importancia de que este rol no se trastoque bajo nuevas formas de intolerancia a la crítica.