Esta semana, hubo movimiento en la veintena de notarías que existen en La Habana. Algo poco usual en este tipo de locales. Aunque no es posible instalarse allí para curiosear el ambiente, era evidente que algo ocurría: se vislumbraban filas humanas en lugares donde hasta hace algunas semanas no pasaba casi nada.

Recién se comienzan a percibir tímidamente los primeros cambios producidos luego de que Raúl Castro emitiera, el sábado 1 de octubre, un decreto para autorizar que sus ciudadanos puedan comprar y vender autos, algo prohibido hasta ahora. 

Han pasado siete días desde el nuevo decreto y el clásico sitio web revolico.com, donde los cubanos venden y compran productos en línea, muestra la novedad: ahora hay ofertas de automóviles, algo que antes era ilegal. Durante décadas, la posibilidad de comprar un auto nuevo en Cuba ha sido un privilegio. Entre los años 70 y 90 esta prerrogativa estuvo destinada a premiar a trabajadores destacados. Técnicos y científicos que, además de realizar alguna labor indispensable, exhibieran buenas credenciales políticas. Eran vehículos fabricados en el campo socialista, Lada, Moskovich, Volga o Yuguliv, junto a Fiat argentinos convenidos en la época de la dictadura militar. Se vendían en moneda nacional, a precios subvencionados y se podía pagar en plazos de hasta 20 años.

A mediados de los 90 se empezó a permitir que cubanos que habían ganado divisas en funciones autorizadas por el Estado pudieran comprar autos adquiridos en países capitalistas: Peugeot, Hyundai, Mitsubishi, Mercedes Benz... El pago era en moneda convertible (dólar) y siempre con cash. Además, se pedía un requisito indispensable: la presentación de una carta firmada por el superministro Carlos Lage, hoy defenestrado.

Tanto en los casos de los vehículos socialistas como los europeos, se prohibía su reventa a terceros o el traspaso de la propiedad. Eso quedaba por escrito en cada contrato. Sólo estaba liberada la venta de los automóviles adquiridos antes de 1959. Ello explica por qué Cuba se convirtió en un museo de vehículos norteamericanos de los años 50.

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Las nuevas medidas dejan sin efecto la prohibición de compraventa entre particulares. Los cubanos ahora pueden comprar y vender. Pero atención: sólo autos usados. Porque apenas algunos privilegiados -quienes trabajan para el Estado- pueden acceder a los vehículos nuevos que se venden en agencias de ventas.

El nuevo plan trae como consecuencia la indeseable aparición de señales de diferencias sociales: sólo quienes estén consagrados con la bendición estatal tienen permiso para comprar autos nuevos. Por el contrario: quienes tienen dinero conseguido en negocios particulares; lo recibieron de familiares que viven en el extranjero, o acceden a dinero por ser minusválidos, sólo tienen acceso a viejos autos producidos en el socialismo real, que ahora quedan liberados de su condena de estar atados de por vida a su propietario original.

Así las cosas, la gente asumirá su condición de hijos bastardos y podrá comprar de segunda o tercera mano los autos que ahora adquieren los hijos privilegiados de la revolución.

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El decreto ley 292, acompañado de cinco resoluciones ministeriales, comenzó a ser palpable el lunes pasado, cuando los interesados en formalizar las transacciones entre simples ciudadanos empezaron a acudir a las notarias del Ministerio de Justicia, donde el vendedor muestra su propiedad y el comprador, una declaración jurada de que el dinero no es mal habido.

Hay cosas que, a partir de esta semana, funcionan de otro modo. Enseguida se me ocurre la experiencia vivida por una pediatra del interior del país. En 1975, ella adquirió un Moskovich, que no pudo vender, ni siquiera cuando a fines de los 80 su esposo -médico militar- recibió un Lada. En el 2005 resultaba casi imposible mantener dos autos, por lo que decidieron cedérselo a su hija bióloga, quien se había trasladado a la capital tras casarse con un pintor reconocido. Como el auto "no tenía traspaso" -no podía quedar bajo el nombre de la joven-, surgieron varios incidentes con la policía de tránsito de La Habana, que controla los vehículos que portan matrícula de otra provincia.

Por ello, mantener rodando ese auto se volvió tedioso. La bióloga y el pintor decidieron devolverlo. Ahora, podrán adquirir uno nuevo en la tienda: el artista comercializa su obra a través del Fondo de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura y, a estas alturas, ha recibido dinero suficiente como para justificar el pago. Los padres -doctores en vías de jubilación y excluidos de cualquier misión en el extranjero- están pensando en vender los dos viejos cacharros. Desde esta semana pueden hacerlo: aún no saben si comprarán un vehículo más nuevo o repararán su casa, que está en pésimas condiciones.

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Los extranjeros residentes en Cuba pueden comprar autos nuevos en los centros comerciales, pero la nueva ley no permite que se lo vendan a un cubano. Cuando un periodista extranjero, un diplomático, técnico o empresario de otro país termine su estancia en Cuba, deberá vendérselo a otro extranjero, incluirlo en su equipaje de regreso o regalárselo graciosamente al Estado. Esto, en todo caso, ya era más o menos así antes del decreto 292, pero no existía un corpus legal tan preciso como ahora y todo quedaba en contradictorias resoluciones ministeriales y disposiciones arbitrarias.

Conozco personalmente el caso de un ingeniero francés que compró un auto en Cuba. Su contrato terminó, pero firmó otro que comenzaría a regir seis meses después. Se fue a su país, y cuando volvió el auto ya no era suyo, porque antes de salir no lo había vendido, como estaba previsto.

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Los cubanos que decidan viajar a otro país bajo el concepto de "salida definitiva" -se aplica tanto a quienes tienen contemplado residir permanentemente en el extranjero como a quienes se exceden de los 11 meses autorizados por el "permiso de viaje"- también deberán tener claros algunos temas en el nuevo escenario.

Desde principios del proceso revolucionario, la emigración en Cuba se sanciona con la confiscación de propiedades: vivienda, medios de transporte y hasta electrodomésticos. Ahora se mantiene la confiscación de los vehículos, pero se atribuye al Ministerio de Transporte la capacidad de transferir su propiedad a los parientes que quedan en Cuba. La ley expone una lista de prioridades parentales en una gradación que comienza con hijos y cónyuges y se extiende a tíos y primos, pero desconoce la voluntad del legítimo propietario para elegir a quien le deja sus cosas.

Queda por definir, como punto oscuro, sumergido en ambigüedades e imprecisiones, si antes de salir del país de forma definitiva (¿cuánto tiempo antes?) las personas podrán vender sus vehículos para pagar los cerca de 3.000 pesos convertibles que cuesta el viaje: pasaje, visa, pasaporte, permiso de salida, chequeos médicos, legalización de documentos y dinero de bolsillo. Así, cientos, o quizás miles de familias, tendrían la oportunidad de cambiar sus vidas si pudieran vender en 12 mil pesos convertibles aquel auto soviético con que en otros tiempos fueron premiados sus esfuerzos revolucionarios.

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En Cuba todo es político: el ron, la rumba, la prostitución, las casas que se desploman y los zapatos con un agujero en la suela. Todo tiene que ver con "ellos", que mantienen el poder por más de medio siglo. Esta cuestión que ahora "dejen a la gente comprar autos" no es en rigor una materia económica, aunque incida en la economía. Esto es, esencialmente, un asunto político: implica una enorme concesión ideológica permitir que los laureles, entregados un día a cambio de lealtad, sean ahora transferidos a quienes (no está claro por qué) tienen el dinero para comprarlos. Peor aún, si sus antiguos merecedores se deshacen de ellos para lograr el boleto que les permita abandonar la causa. No importa que los trofeos ya estén abollados y descompuestos: están en venta y eso basta para sentirlo como una humillante derrota.

La nueva clase pudiente que ha prosperado al amparo de las instituciones oficiales -artistas, deportistas, pilotos, diplomáticos y marinos mercantes- deberán demostrar lealtad política para ser incluidos en las listas de poseedores de dinero válido; obviamente, también pagan un impuesto en efectivo que, llegado el caso, les da derecho a ponerse un poco exigentes. Nada parecido a las poses monacales con las que en medio de una asamblea de trabajadores se informaba que a fulano de tal se le había asignado un carro y el hombre se ponía rojo de vergüenza y decía algo así como "este auto está al servicio de la revolución y de todos ustedes, compañeros".

Las cosas cambian en Cuba. No a la velocidad de los nuevos autos, sino cuesta arriba, a pie y arrastrando aún los pesados fardos del pasado.