EN LAS últimas semanas, con ocasión de la transmisión del mando, y en medio del ajetreo y las conjeturas por la designación de las nuevas autoridades de gobierno, los diarios        -también La Tercera- publicaron abundante información basada en fuentes que no siempre estaban claramente identificadas. El lector Alberto García M. señala: "No dudo de la seriedad de las fuentes a las que recurren los periodistas del diario, pero encuentro que en lugar del secretismo que manejan, sería más atractivo saber cuáles son esas fuentes fidedignas o las altas fuentes que entregaron esas informaciones". Y, agrega: "la prensa debería operar en Chile con la misma transparencia que se les exige a otras instituciones".

Omitir la identificación de la fuente es un recurso bastante frecuente en los medios -no sólo escritos- pero, aun así, la regla general es que los periodistas deben revelarlas para que los lectores puedan valorarlas adecuadamente. Es también lo más profesional: lectores como Alberto García quieren saber quién dijo qué, a quién y por qué.

Existe un amplio abanico de secretismo periodístico, con distintos alcances, pero el que nos ocupa ahora es el compromiso contraído por un periodista de mantener en reserva la identidad de su fuente informativa. Aun cuando ocultarla ha permitido construir en algunas ocasiones noticias muy relevantes, no debe ser un recurso habitual. Los periodistas que trabajan con el acuerdo de no revelar su fuente, lo hacen para tener acceso a informaciones que de no mediar la obligación contraída, no les sería posible obtener. Abusar de este recurso puede prestarse para encubrir, manipular o producir interpretaciones fantasiosas. También puede derivar en una creciente desconfianza de los lectores.

No identificar la fuente sólo se justifica cuando existe la certeza de que algunas noticias de importancia y de interés social dejarían de conocerse, pero el secreto jamás extingue la obligación profesional de verificar con cuidado la información que recibe.

Aunque resulta difícil mantener un secreto cuando éste lo conocen más de dos personas (la sabiduría popular dice: "secreto de uno, de ninguno; de dos, sábelo Dios; de tres, secreto no es"), el manual de Estándares Editoriales de Copesa señala que los periodistas tienen la obligación de dar a conocer su fuente informativa al editor o al director del medio si éstos lo requieren, en atención a la responsabilidad que asumen por la veracidad de la información publicada. Una vez informados de la fuente del periodista, tanto el editor como el director deben mantener el secreto profesional bajo iguales condiciones.

Apelar a la reserva plantea algunos conflictos éticos, aunque no constituye en sí una falta a la ética (Consejo de Etica de los Medios de Comunicación). En cualquier caso, la rectitud moral del periodista es siempre una condición esencial que se manifiesta en su convicción de estar haciendo lo correcto.

Quién es quién

El lector Felipe Delgado indica que en La Tercera del pasado 1 de marzo se publicó un amplio reportaje titulado "Miami podría representar el 10% de los ingresos de Aconcagua en 2014". La redactora entrevistó a Roberto Gómez, gerente general de Inmobiliaria Aconcagua S.A., pero en la fotografía que acompaña a la información se muestra a un ejecutivo, que podría ser Roberto Gómez, pero en la lectura se le identifica como Roberto Durán, a quien no se menciona en el texto. El lector pregunta: "¿En qué quedamos: Gómez o Durán?"

Se trata de un descuido. El gerente general de Aconcagua S.A. es Roberto Gómez Ramírez. (Los Robertos de apellido Durán pueden ser muchos, pero algunos lectores mayores recordarán a Roberto "Mano de Piedra" Durán, el gran boxeador panameño, que fue cuatro veces campeón mundial).

Errores como éste deben subsanarse rápidamente, en particular cuando se trata de nombres de personas transcritos incorrectamente, porque no se trata sólo de expresar excusas al personaje afectado, sino también a los lectores.



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