Una amiga católica observante me lo explicó: la diferencia entre "ascensión" y "asunción" radica en el origen de la fuerza que eleva hasta los cielos. Cuando quien se eleva es el Hijo de Dios se le llama "ascensión"; cuando se trata de su madre, es "asunción". Para dejármelo en negro sobre blanco usó un lenguaje que juzgó adecuado para que yo lo entendiera: la Virgen no cuenta con sistema de propulsión propia, Cristo sí. No sé si su explicación será la teológicamente adecuada, pero le creí, porque ella suele ser rigurosa en sus argumentaciones.

Mi duda había comenzado cuando caí en cuenta de que existía un feriado para conmemorar ese fenómeno, un día libre en el que nunca me había puesto a pensar. "¿Cómo sabían que eso ocurrió en agosto?", fue la siguiente duda que se me vino a la cabeza, pero que no formulé en voz alta, porque evidentemente la fecha era una convención religiosa que escapaba al hecho concreto. Transformarla en un día feriado nacional fue un gesto de poder de una institución religiosa sobre el Estado, pero también una forma de reconocer una costumbre que en un momento compartía la gran mayoría. El calendario religioso era parte del orden que le daban a la vida.

La República siguió el patrón, le añadió sus festividades en septiembre y su propio mártir laico en mayo. El mercado, en tanto, creó sus propias fechas de consumo exprimiendo los afectos privados de manera sucesiva a lo largo del año en el Día del Amor, de la Madre, del Padre y del Niño. Cada uno secuestró un domingo y lo transformó en día de compras. Durante las décadas de la transición, la creación de feriados ha obedecido más que nada a la necesidad de extender uno ya existente y engancharlo con el fin de semana; o como una especie de compensación tardía para un grupo que se ha sentido excluido o maltratado: es el caso del feriado que celebra la reforma protestante. Establecer un nuevo día de descanso se transformó en una forma de pagar cuentas pendientes y una manera de obtener votos.

El viernes, la Presidenta Bachelet presentó un plan para enfrentar la crisis en La Araucanía, pidió perdón al pueblo mapuche por los abusos del Estado y anunció la creación de un nuevo feriado que celebrará el Año Nuevo Indígena, es decir, el solsticio de invierno del hemisferio sur. Es cierto que el we tripantu ha cobrado popularidad entre ciertos grupos con tendencia al entusiasmo paternalista desde el universo de las redes sociales, pero esto no basta para disimular que el anuncio es una compensación simbólica demasiado cercana al gesto vacío. Una estrategia anticuada recubierta de una conciencia culposa frente al trato que han recibido históricamente las personas indígenas en Chile. ¿Qué valor tendrá ese feriado para el carabinero que hace un año baleó por la espalda y en el suelo a un muchacho mapuche que intentaba defender a su hermano? ¿De qué manera lo celebrará el niño que en octubre fue parido mientras su madre permanecía engrillada? ¿Cómo se entiende este perdón cuando hace solo unos días el Gope allanó y lanzó bombas lacrimógenas dentro de una escuela rural a la que acuden niños mapuches?

Hace dos semanas, el PNUD presentó un informe sobre la desigualdad en Chile. Uno de sus apartados hacía una relación entre las profesiones de mayor prestigio en el país y la frecuencia con que se repetían ciertos apellidos entre quienes las ejercían. Entre los más frecuentes estaban Nicklitschek, Neumann y Campbell. En el otro extremo de los 50 apellidos que no contaban con ningún representante en esas profesiones, 50 eran indígenas.

En su origen, los feriados religiosos eran el reflejo del orden de una sociedad o de un hito fundacional. Con el tiempo fueron desprendiéndose del sentido original hasta quedar como un día libre en medio del calendario. Este nuevo feriado indígena corre el riesgo de cobrar el valor que se les da a los objetos precolombinos en algunas salas de estar: parte de un decorado que se ve elegante tenerlo allí, como una pieza de arqueología elaborada por un pueblo lejano y extinto. Una fecha que puede transformarse de modo prematuro en un día que la mayoría usará para descansar sin atender a su significado -¿ascensión o asunción? ¿Qué es un Corpus Christi?- y que para los menos será el recuerdo de un trato injusto que se derrama en la historia como una mancha indeleble y vergonzosa.