Es sábado, pasada la hora de almuerzo, y en el pequeño poblado de Maras, ubicado en el corazón del Valle Sagrado de la región de Cusco y encumbrado a más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, penan las ánimas. Las calles de adoquines y tierra levantan polvo sobre las paredes de color blanco deslavado, mientras que las puertas y balcones, todos de color azul y con trabajados detalles sobre la madera, permanecen casi todas cerradas.

Sólo a lo lejos un par de niños juegan con una pelota plástica, mientras una señora octogenaria y de trenzas grises los vigila sentada en su pórtico con la vista perdida, como esperando que el día por fin traiga alguna novedad, más allá de la llegada del camión que abastece con botellas de Inca Kola el único almacén abierto de toda la cuadra. Y la novedad al parecer somos nosotros, un grupo de cinco turistas, una curiosidad a la que se saluda con toda cortesía, como si viniéramos de otro planeta ubicado miles de metros más abajo.

Tanta tranquilidad llama la atención si se piensa que a menos de dos horas de distancia se encuentra Cusco, una de las ciudades con más turistas de Sudamérica y donde nadie se sorprende con un acento indescifrable ni con una melena rubia.

A diferencia de Cusco, en Maras, y en todo el llamado Valle Sagrado peruano, que se refugia en la Cordillera de Urubamba y que a la vez es cruzado como un tajo que lo divide en dos por el río Vilcanota, aún se vive como hace siglos, trabajando duro y sin el sobresalto del también vecino Machu Picchu, que por su rol de "maravilla del mundo moderno" lleva años un revuelo que por aquí no se conoce, pese a ser una zona que tiene varios hitos y paisajes que dejan con la boca abierta.

Uno de ellos se llama Salinas de Maras, donde hay cientos de piscinas de sal que literalmente cuelgan desde las montañas y que se remontan al apogeo del Imperio inca. Las mismas son llenadas por un río termal que baja desde las montañas que al secarse entregan una sal de color rosado muy similar al producto que se obtiene en el Himalaya y que, por lo demás, se pelean los restaurantes de etiqueta de todo el mundo. Acá se puede llevar en varios formatos, ya sea en chocolate, o por módicos mil pesos el frasco sin que nadie se los arrebate de las manos.

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Algunas de las piscinas de las Salinas de Maras.

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Qué hay de nuevo

Que el Valle Sagrado haya mantenido un bajo perfil, no significa que no exista interés turístico ni presencia hotelera. La hay pero es emergente, discreta, y lo suficientemente refinada como para estar poniendo mucho cuidado en no destruir la calma, que es uno de los bienes más valiosos que tiene el Valle Sagrado. De hecho, eso es precisamente lo que está haciendo que en los últimos años esta área se esté transformando en la nueva musa del turismo peruano y no sólo por sus innumerables sitios arqueológicos, sino que también por su geografía dramática, que permite observar cambios radicales en los paisajes y climas; pasar de un día soleado a uno nevado en cosa de minutos, según las distintas alturas, permitiendo así además escoger a los viajeros por apuestas de distinto formato, ya sea para el relajo como para la aventura.

Un ejemplo destacado es el recién inaugurado hotel Explora Valle Sagrado (www.explora.com), que funciona desde el año pasado y es parte de la cadena de hoteles de lujo enfocados en la experiencia y la posibilidad de recorrer entornos únicos a los que de otra manera es difícil acceder. Explora tiene sedes en Isla de Pascua, Patagonia y San Pedro de Atacama, además de travesías a Uyuni (Bolivia), Salta y el Chaltén en Argentina. Este, su primer proyecto en Perú es el fruto de un cuidadoso trabajo y su construcción tomó varios resguardos, ya que el arquitecto José Cruz tuvo que mover y rehacer los planos debido a la presencia de ruinas arqueológicas en la zona. Pese a que funciona hace pocos meses, ya fue escogido como uno de los mejores hoteles nuevos del mundo, de acuerdo al ranking 2017 de la revista especializada Travel + Leisure, y es una excelente alternativa para los turistas a los que les gusta la aventura pero no transan, por otro lado, el lujo.

Fiel al estilo que ha instaurado, Explora Valle Sagrado incentiva a sus visitantes a salir de sus cómodas instalaciones y elegir alguna de las 27 expediciones que han diseñado para todo tipo de pasajeros, y que incluyen desde visitas a lugares arqueológicos más conocidos como Pisac u Ollaytamtambo, ferias y mercados, a zonas de mediana altitud en donde la quínoa, las habas y la avena crecen en abundancia. Y así hasta los 4.800 metros de altura, donde cuesta respirar no sólo por la altura, sino que también por los impactantes paisajes semidesérticos, en donde sólo comunidades geográficamente aisladas -y pareciera que también en el tiempo- sobreviven gracias a la plantación de variedades de papas poco conocidas y a la cría de alpacas y chanchos que corren libres por los cerros.

"Nosotros, más que un hotel, somos una empresa de exploraciones, pero que contamos con un campamento base de lujo, con sistema todo incluido, buscando entregar lo que se requiere para un buen descanso luego de un día de aventura, pero sin perder el contacto con el entorno", comenta José Rosemberg, gerente de Explora. Y de hecho aquí existe una serie de comodidades para terminar un día de aventuras y ejercicio físico intenso, como un completo spa que fue instalado en una casa patronal de la época colonial, además de una gastronomía basada en los productos de la zona y bar abierto.

Hay que entender, eso sí, que Explora tiene una idea específica del lujo, que tiene que ver con entregar una experiencia única y exclusiva, respetar los entornos, descubrir la riqueza y cultura del lugar, y disfrutar de la naturaleza y de bienes escasos en el mundo contemporáneo como el silencio y la desconexión. Por eso en el hotel peruano sólo hay wifi en las áreas comunes y no hay ninguna posibilidad de encontrarse con televisión en la pieza y sí en cambio con ventanales de muro a muro con una vista a la cordillera y a los campos de maíz en medio de los que está situado, que tienen la mejor definición disponible en el mercado.

Otra apuesta hotelera que ya lleva algunos años funcionando en el Valle Sagrado es el Resort Tambo del Inka (www.tambodelinkaresort.com) que está centrado derechamente en el relajo en un entorno privilegiado y que pertenece a la colección de lujo de la cadena Starwood (W, Sheraton). El hotel que está ubicado en una hacienda de más de 110 mil metros cuadrados, cuenta con su propia estación de trenes que lo conecta directamente con Machu Picchu, además de grandes piscinas y un completo spa con muchos tratamientos, todo lo que le ha permitido entrar en la lista de los 100 mejores hoteles de la misma Travel + Leisure.

A diferencia del Explora, aquí la idea es que el huésped se quede en el hotel, y hasta ahí, por ejemplo, llegó hace algunos meses el célebre escritor Mario Vargas Llosa junto a su actual novia, Isabel Preysler, una demostración más de que el Valle Sagrado se está haciendo bastante popular entre las elites peruanas, varios de cuyos representantes están incluso construyendo sus casas y refugios en la zona, como una suerte de alternativa distinta más novedosa al balneario de Asia, ubicado cerca de Lima, y el reducto tradicional de vacaciones de la clase alta peruana.

Otro que ha puesto sus ojos en Valle Sagrado y su concepto gastronómico basado en la investigación de ingredientes endémicos es Virgilio Martínez, a cargo del prestigioso restaurante Central de Lima y que acaba de ganarse el título de "el mejor chef del mundo" de la revista Restaurant.

En pocas semanas más, Martínez planea abrir Mater, su segundo restaurante a pocos metros de las terrazas de Moray, sin duda el lugar más popular del valle. Estas maravillosas ruinas con forma de anfiteatro representan lo que –acorde a las investigaciones arqueológicas- fue un verdadero laboratorio creado por los incas, en donde experimentaban en cada terraza, para poder modificar genéticamente las plantas y que estas pudiesen ser cultivadas a mayor altura.

Debido a la riqueza de productos de Valle Sagrado es que Martínez piensa consolidar su modelo gastronómico y con ello dar una razón más a los visitantes para conocer este rincón de Perú, que –inexplicablemente- había pasado inadvertido aunque probablemente no sea así por mucho tiempo más.

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Una de las calles del pueblo de Maras.

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