El desgaste emocional y económico que exigirle al padre deudor de alimentos (como ocurre el 97% de las veces) o a la madre deudora lo justo, muchas veces es la razón que explica por qué se dejan las demandas por pensión alimenticias a media tramitación, por qué no se pide un reajuste o por qué no se insiste. Y es que insistir llega a tener un costo muy alto en las relaciones que les unen. Como si exigir el mínimo de participación en los cuidados del hijo en común fuera un aprovechamiento.

En Chile, 130 mil niños, niñas y adolescentes han sido abandonados económicamente por su padre. Así lo demostraron las cifras más recientes del Registro Nacional de Deudores de Pensiones de Alimentos en Chile. Paula entrevistó a tres jóvenes que, al comenzar su vida universitaria, arreglándoselas sin gratuidad y con un presupuesto ajustado, se atrevieron a demandar a sus padres para poder pagar sus estudios.


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Catalina Del Canto Lizana, 23 años.

“Justo el año que entré a la Universidad a estudiar derecho, mi mamá, que trabajaba como profesora de educación media, se quedó sin trabajo. En esa época, como para el registro social no cumplía con el porcentaje suficiente porque todavía figuraba el sueldo de mi mamá, que ganaba decentemente, no obtuve la gratuidad. Económicamente la situación para las dos fue muy difícil porque no nos estaba alcanzando.

Mis papás se separaron cuando yo tenía 3 años. En ese momento se acordó un monto para la pensión que me tendría que dar mes a mes, pero pronto mi papá formó una nueva familia y se desentendió respecto a la plata porque “venía otra guaguita en camino”. Fue muy difícil para mi mamá, que hace poco se había separado de un matrimonio de 8 años y había empezado a ser mamá soltera. Por suerte fijaron rápidamente la pensión en tribunales y cada vez que él no pagaba o se atrasaba, ella iba a poner las constancias para que le decretaran orden de arresto nocturno. Con eso pagaba rapidito, hasta que se acostumbró a pagar a tiempo. Sin embargo, aunque pagaba, decidió borrarse de la faz de la tierra para mí. Se desentendió de su paternidad.

Cuando entré a estudiar derecho aprendí sobre las pensiones y me di cuenta de que la cantidad de plata que mi papá me tenía que dar dependía de las necesidades que uno va teniendo, y no nos estaba alcanzando. Y es que la pensión estaba fijada desde que yo tenía 4 años y sólo se reajustaba con la variación del IPC, pero no con el surgimiento de nuevas necesidades, como lo era ir a la Universidad.

Deudores de Pensiones de Alimentos. Foto referencial.

Teniendo este antecedente, lo demandé para reajustar el monto de la pensión. Ahí descubrí que el hombre es director de salud en una municipalidad y que gana, aproximadamente, unos 3 millones de pesos al mes. Cuando lo descubrí me sentí pésimo. La ausencia gratuita de un padre es muy fuerte de por sí, pero además enterarme de que goza de un pasar económico muy tranquilo, que le permite darles las comodidades económicas y el cuidado a otros hijos y a mi no, fue horrible. Caí en una depresión muy fea luego de terminar el proceso porque fue muy desgastante. Para él, yo era una especie de monstruo que quería atormentarlo para arruinarles la vida.

A pesar de lo duro que fue, me sirvió mucho hacerlo yo. Fue como cerrar un ciclo. Siempre me sentí sujeto pasivo de la situación. Fui abandonada y esa herida es algo con lo que voy a tener que lidiar toda mi vida. Durante toda mi niñez la forma de relacionarme con esta herida era añorar tener a mi papá cerca, no entender por qué no estaba y creer que yo tenía algo de culpa en eso. Menos mal ya más grande pude verlo con más distancia y por lo que es; un hombre que decidió abandonar porque es egoísta y eso no tiene que ver conmigo. Con eso pude dejar de añorarlo y verlo con más distancia. Ver su decrepitud y ser testigo de cómo se victimizaba me hizo sentirme mucho más libre, incluso feliz de no tenerlo cerca. Ya no era sujeta pasiva en la situación viviendo el abandono, sino ya más clara de que ahora no tenemos una relación por lo que hizo y porque yo ya no quiero nada con él”.

Francisca Lara, 26 años.

“Aunque mis papás se separaron hace muchos años, mientras estaba en el colegio, mi papá siempre fue de la idea de que todos los gastos eran a medias con mi mamá, como corresponde. Lamentablemente, eso cambió cuando entré a la Universidad. Fue todo un drama porque, presionada por ellos para que estudiara inmediatamente después de salir del colegio, decidí que optaría por gastronomía y la idea no les gustó para nada. Tanto así, que pensé que no pagarían la mensualidad de mi carrera. Finalmente, accedieron y estudié el primer semestre tranquila.

Sin embargo, llegó el segundo semestre y mi papá me avisó que debía empezar a trabajar mientras estudiaba. Allí me propuso que fuera a hacer aseo a la oficina de su nueva empresa a cambio de que él me pagara la carrera. En ese momento me negué porque no creía que una cosa tuviera que ver con la otra. Por supuesto que podía trabajar haciendo aseo, pero lo correcto era que me pagara de manera independiente, como cualquier otro trabajo. Al escuchar mi respuesta, me trató súper mal, diciéndome que era una interesada y que, por eso, no seguiría pagando la mensualidad. Efectivamente no pagó, y cuando ya estaba por llegar el mes siguiente, le pregunté si es que lo seguiría haciendo. De manera muy firme se negó. No me quedó nada más que ir por la vía legal.

Cuando comencé con los trámites para iniciar una mediación, le llegó una notificación. Con ese simple aviso, se enojó tanto, que puso a toda su familia en mi contra, diciendo que yo sólo quería plata, al igual que mi mamá, que lo había demandado un tiempo antes por la pensión de mi hermano chico. Ya en el proceso de mediación, habló pésimo de mi mamá y hasta me pidió que le devolviera los regalos de cumpleaños que me había dado un mes antes, que eran un viaje y unas entradas a un concierto al que iríamos juntos en Santiago.

Al no llegar a ningún acuerdo en esta mediación, continué el proceso con una demanda, que estaba haciendo por mí, para poder seguir estudiando. Y es que, sin esta plata, aunque lo hubiese intentado, no habría podido pagar la Universidad. Por un lado, mi mamá corría con todos los gastos de mi hermano porque lo que mi papá pagaba de pensión por él en esos años nos alcanzaba con suerte para cubrir las colaciones. Por otro, yo intentaba generar ingresos por otros lados. Vendía ropa por Facebook y con eso cubría la locomoción y parte de las colaciones en la Universidad. Esta fue nuestra realidad por un tiempo. Mi mamá, por evitar problemas con mi papá, no había hecho el reajuste correspondiente, que involucraba otro proceso de mediación y todo el desgaste emocional que esto involucraba.

Semanas antes de la audiencia mi papá ya me había dejado de hablar. Desde ese entonces, que fue hace años, no hablamos. Me alejó de toda la familia bajo el discurso de que yo soy una interesada en la plata y hasta el día de hoy, si me ve por la calle, cruza para no saludarme. Este proceso ha sido muy fuerte para mi. Antes de que ocurriera la mediación, con mi papá teníamos una buena relación. Tener contacto cero con él de un día al otro ha sido brutal porque siento que lo perdí a él y su familia, que también me dejó de hablar. Dejó de estar en mi vida y es algo que hasta el día de hoy sigue doliéndome mucho. A veces me siento culpable haber estudiado por todo lo que conllevó”.

Belén Marchant Ibaceta, 33 años.

“Mi papá jamás fue un aporte en nada que tenga que ver conmigo. Cuando yo tenía 2 años, mis papás se separaron, pero no fue hasta que cumplí 8, que mi mamá lo demandó por pensión de alimentos. Pagó un tiempo corto y luego se desentendió. Para no calentarse la cabeza, mi mamá no le insistió con los pagos y así estuvimos, sosteniéndonos de lo que ganaba ella con su trabajo, hasta que cumplí 22 años, cuando vimos con mi mamá una noticia que decía que, aunque fueras mayor de edad, podías demandar a tu papá o retomar una demanda. Eso hice y resultó en que la jueza activó el pago de pensión hasta que yo cumpliera 28 años, con reajuste anual por un monto de $80.000, por no haber pagado prácticamente nunca.

Mi papá pagó, no sin problemas entre medio: me llevó primero a mediación, dijo que era indigente, que no tenía ingresos e incluso se fue preso con reclusión nocturna con tal de no pagar, pero finalmente pagó. Era como finalmente estar haciendo justicia. Lo sentí como una última oportunidad de que me pagara, en forma de plata, todo lo que nunca me entregó. Lo tomé como una pequeña revancha.

Sin embargo, aunque hice lo que correspondía para poder costear mis estudios, demandarlo rompió la relación que tenía con mis abuelos, que se enojaron, al igual que mis hermanas (hijas de mi papá), que me dejaron de hablar y nunca más las volví a ver. Aunque ellas no recibían menos plata por el hecho de que mi papá me estuviera pagando pensión a mi, la sensación, por lo que ellas mismas me dijeron, era que “me estaba aprovechando”. Antes me daba más rabia, porque jamás con mi mamá hemos actuado bajo la idea de “aprovecharnos” de nadie. De hecho siempre hemos sido las dos contra el mundo. Ahora siento que es una historia que se repite harto, que los papás de un papá penca siempre lo van a priorizar aunque sea una mala persona, solo porque es su hijo.

Lo último que supe de él fue cuando me lo encontré en un antiguo trabajo donde atendía una tienda. Me pidió perdón por cómo había sido conmigo. Eso no hizo ningún cambio en nuestra relación, porque en realidad no sentí nada cuando me lo dijo. No tengo mayores sentimientos hacia él o quizás le tengo rabia por lo que les sigue haciendo pasar a mis abuelos, que ya están viejitos y sabe que jamás lo dejarán solo, haga lo que haga”.