“Ojalá nadie se inicie en el coleccionismo”, aconseja Simón Soto. El guionista y escritor chileno, autor de obras como Matadero Franklin y Todo es personal, todavía acusa el golpe de su reciente cambio de casa. Una empresa que califica de “brutal” y que, a juzgar por el peso de su voz, también parece haber sido traumática, entre otras cosas por el trabajo que le significó embalar, cargar y ordenar su colección de juguetes y figuritas de acción.

“Se vuelve todo aún más caótico”, se desahoga al teléfono, mientras su colección de Halcones Galácticos, Thundercats, Tortugas Ninjas, Cazafantasmas y más de 80 “monos” del universo de He-Man reposa repartida en la nueva oficina-bodega de Soto. No es lo único que colecta: también es aficionado a las botellas y teteras. “Por la cantidad de cosas que tengo, la que más me reta es mi mujer”, explica el autor de 40 años. “Creo que el coleccionismo es una enfermedad que está absolutamente emparentada con el mal de Diógenes. Incluso coleccionaba marcadores de libros, pero los boté como muestra de sanidad mental. Me dije: ‘estoy realmente pitiado si no me deshago de esto’”.

Lo que tienen en común las figuras de acción, las teteras y las botellas es que su origen se remonta al pasado. Ya sea el de Soto, que creció en los ochenta viendo los dibujos animados que ahora tiene en formato plástico; o uno ajeno, abstracto, evocador de otro tiempo que no le pertenece ni lo presiona.

“Hay un valor sentimental y espiritual en querer conservar algo. La hechura de esos objetos antiguos, su forma de envejecer, corresponden a un valor profundamente estético, a diferencia de la gran mayoría de los juguetes nuevos, que para mí simplemente son comercio puro y duro”. Igual tiene algunos juguetes más actuales, como el camión de los Pollos Hermanos y la motorhome donde cocinaban metanfetamina en Breaking Bad, o algunas figuras del Batman de Nolan. Todos son parte de una afición que apareció en él desde chico, cuando veía a su padre y abuelo pasearse por ferias y persas haciendo buscando objetos de valor. “Ahí me enamoré de estos lugares donde hay cosas antiguas, atípicas y únicas”, dice Soto.

Figuras, no juguetes. Coleccionistas, no acumuladores

En una pieza con muy cuidada luz, Gerald Vega conserva su colección de más de 400 figuras de acción. En realidad, las tiene en exhibición, para él mismo y para otros, dentro de unas triangulares vitrinas de vidrio, como las de las farmacias. Empezó hace unos 20 años, con un Superman que le regaló un amigo, fabricado por la extinta compañía DC Direct, una división de WarnerMedia que se dedicaba a vender figuras coleccionables de personajes de DC Comics.

“Tengo figuras de Dragon Ball, Star Wars, GI Joe, Los Vengadores, X-Men, de DC Comics, héroes y villanos, versiones cinematográficas y de cómic”, describe a la rápida. Su favorita: un Gokú edición especial de la Comic Con 2011, que en Internet está tasado en 500 dólares, si es que aún mantiene su empaque inalterable. “Me costó mucho encontrarlo”, dice con orgullo.

Vega, de 38 años, vive en Antofagasta, donde es preparador físico, diseñador part-time y participa de negocios familiares. Esos ingresos le permiten solventar su afición por las figuras de acción. “Me gusta mucho tener figuras, son un motivo de conversación. No es tan común”, dice.

A diferencia de otros coleccionistas compulsivos, que Vega más bien define como acumuladores, él se considera un coleccionista consciente: “De todo lo que tengo, no hay nada que no me guste”. Ávido dibujante, las figuras le sirven a Vega de inspiración o de maniquí para sus obras. También para fotografiarlas, recreando o creando escenas. “A través de un gesto, un personaje puede decirte mucho: un Guepardo con las garras afuera, un Cíclope mirando hacia un costado, o un Spiderman agachado, tirando una telaraña. Son cosas que me divierten un montón”, comenta. Esa utilidad, dice, es una demostración de las diferencias que hay entre las figuras y los juguetes.

“Cuando era chico, no había mayor distinción entre una cosa y otra. Pero ahora los esculpidos de las figuras son superiores, tienen muchos detalles. El juguete, por ejemplo, tiene más libertades anatómicas, pensadas para jugar. La figura coleccionable es para un usuario más recatado que probablemente ni siquiera la saque de la caja”.

“Siento que las figuritas cumplen un rol decorativo y simbólico, porque siempre evocan pensamientos. Veo a mis Dragon Ball y en un segundo se me vienen un montón de recuerdos”, agrega.

Cambio de paradigma

Fue en 2005 cuando Franco Piraino se lanzó a la piscina creando Sargentoys, una tienda online de juguetes, especializada en figuritas descontinuadas. “Siempre me han gustado los juguetes, los colecciono desde chico. Nunca dejé de ser aficionado a ellos ni tuve esa transición en la que me hice muy grande como para jugar. Nunca me pasó. Tener una tienda se transformó, básicamente, en la forma de costear mis colecciones”, explica.

Para esa época, Sargentoys era de las pocas tiendas especializadas que existían en el país. “Fuimos los primeros en vender por redes sociales: la gente nos compraba a través de Fotolog”, cuenta Piraino. Hoy el panorama es diametralmente opuesto: “Está lleno de tiendas, físicas u online. Cualquiera tiene su juguetería: Pedrito Toys, Juanito Toys... hay mucha gente que se dedica a rescatar juguetes antiguos y arma su tienda”.

La vergüenza y el sigilo con el que hace unos años se movían los coleccionistas, comprando y vendiendo en ambientes subterráneos, han desaparecido. “Tenía clientes que escribían pidiendo un juguete para sus sobrinos, pero cuando llegaban a buscarlo quedaban impresionados con todo lo que veían en la tienda. De repente decían ‘ya, mejor me llevo este’, y ahí te dabas cuenta de que nunca hubo sobrino, que siempre la figura iba a ser para ellos”, cuenta Piraino. “Ahora ya no es nerd coleccionar juguetes, se acabó la caricatura de Virgen a los 40; ahora puedes impresionar a una chica con tu colección″.

¿Qué cambió? Al parecer las películas de Marvel, como Iron Man y Avengers, y series como Stranger Things, ayudaron a que el prejuicio social que predominaba hasta hace poco diera un vuelco. Ahora incluso más mujeres se animan a coleccionar, aunque la mayoría siguen siendo hombres. También la edad de estos consumidores ha variado, estirando la brecha hacia la vejez. “Hay gente de 45 años que viene coleccionando hace rato y que están comprando juguetes nuevos”, apunta Piraino. Como los juguetes Funko Pop, que reinterpretan a casi cualquier personaje en su particular fisonomía, y que viven su mayor momento de popularidad.

Funko Pop Baby Yoda

$14.990 enLinio

Los juguetes vintage están también entre los favoritos: quienes vivieron su infancia en los ochentas buscan a los héroes de ese entonces, y lo mismo sucede con quienes crecieron en los noventas. El debate está en qué pasa con las figuras del nuevo milenio, personajes como Jar Jar Binks, antes repudiado y ahora algo más atesorado por los nuevos fanáticos de Star Wars. ¿Esa revalorización es también nostalgia? Según Piraino, no: los juguetes de los 2000 son demasiado feos como para volverse coleccionables.

Falsa nostalgia, revalorización y convulsión

Para sumarse a este coleccionismo no es necesario tener una cuenta corriente en Suiza o una billetera abultada. Dice Piraino que este es un mundo “maravillosamente democrático”, porque así como hay juguetes de gama alta, con precios millonarios, también los hay de media y baja. “No todos los que coleccionan figuras de He-Man aspiran a tener el playset de Eternia, que cuesta como 3 mil dólares, o los gigantes, que cuestan 4 mil. Puedes tener los monos regulares, los antiguos, y quedar feliz con eso”, asegura.


Como en todos lados, existe también un mercado de segunda mano, con precios muy accesibles. “Quien quiera coleccionar como hobby, lo va a pasar bien, a menos que se obsesione y empiece a sufrir por las cosas que no tiene”.

La consecuencia negativa de la masificación del coleccionismo ha sido el aumento exponencial de los precios. “Un mono que costaba 4.500 pesos en los noventa hoy está en promedio a 25 mil”. Esa alza no se debe sólo al reajuste del IPC, o porque el dólar esté por las nubes y los materiales más caros, sino porque hay un mercado más consolidado que ha sabido explotar el gusto de los aficionados. En Chile, un estudio elaborado por GFK estimó que durante 2018 se vendieron unos 269 millones de dólares en este tipo de productos. También la cantidad de unidades aumentó, alcanzando los 24,9 millones de juguetes, un 12,5% más que el año anterior.

Por otro lado, el creciente interés en los juguetes vintage, un bien escaso y no renovable, también ha inflado los precios. Dice Piraino que los juguetes ochenteros, como los He-Man o Thundercats, hace 15 años los vendían a 10 mil pesos en promedio y hoy no bajan de 60 mil. “Son objetos deseados. La gente le asigna mucho valor a la nostalgia y la materializa teniendo un juguete en su repisa”, explica el dueño de Sargentoys.

Mientras marcas como McFarlane han puesto el ojo ahí reeditando juguetes que eran hitos hace un par de décadas, como Superman o Batman, otras como Super7 o Mezco se han centrado en el mercado premium.

Set de 2001: Odisea en el espacio de Super7

$178.697 enSuper7

Ultimate Godzilla (con sonido, luces y 45 centímetros de alto)

$365.517 enMesco Toys

La especulación también hace lo suyo en el juego de los precios. “Cuando circulaban las figuras de más alta calidad de Dragon Ball, que son las Bandai, valían entre las 35 y 45 mil pesos, como tope”, recuerda Vega. Pero ahora existe el Bandai Premium Shop, donde prevenden con figuras con un año de anticipación, asegurando que esta es exclusiva y que no tendrá restock. “Quien tenga un contacto o casilla de correo en Japón, la trae a Chile seis meses antes de que llegue oficialmente. Así, una figura que como mucho cuesta 49 lucas, termina costando 120, por el puro gusto de tenerla antes. Eso desarma todo el mercado”.

Dónde comprar

Simón Soto lleva a cuestas su coleccionismo pero fuera del ecosistema más duro en el que conviven Vega y Piraino. “Me interesa más lo busquilla que el despilfarro de plata por un objeto. Casi todos los he comprado en el Persa Biobío o en ferias, como la que se ponía los domingos en el Parque Forestal”. La clave es “perderse en esos espacios, donde se puede encontrar algo especial y único”.

¿Qué ferias recomienda en Santiago? “Por ejemplo, está el Persa Arrieta, pero no sé cómo estará, porque no voy hace muchos años. Hay una feria que se pone los miércoles en San Joaquín, en la calle Juan Sebastián Bach, cerca del Metro Rodrigo de Araya. En el barrio Matta hay otras, como la de 10 de julio, que se pone jueves y domingos, principalmente con verduras pero también con vendedores de objetos y artículos. Hay otra en el Parque de los Reyes. Y por supuesto el galpón Víctor Manuel del Persa Biobío, que es un lugar esencial”.

Gerald Vega dice que siempre recomienda a Sargentoys —la tienda donde se inició como comprador de juguetes— porque “tiene variedad, buenos precios, y Franco es súper preocupado del empaque”. Además tiene otros proveedores, como el Jobitoys y el S Toys, “que me traen importaciones japonesas o chinas”.


En el Paseo Las Palmas, en Providencia, y el Eurocentro, en la comuna de Santiago, se pueden encontrar tiendas como Snake Toys, César Toys e Irion. Vega aconseja siempre comprar lo que gusta y no caer en el vicio del acumulador. Además “fijarse en la línea o colección de la figura, si empezó hace poco o si están tirando reediciones. Cuando son viejos y hay pocos, un mono de 25 mil pesos puede costar 200 mil. Entonces, hay que ser bien consciente de tus límites”.

Si vas a coleccionar o ya coleccionas, ten en cuenta que cuidar los juguetes o figuritas puede ser de vida o muerte. Vega lo sabe: “puede que un día necesites salirte, o tengas una urgencia económica, y si están en perfectas condiciones, más de una persona estará dispuesta a pagar por lo que gastaste en ella”. O incluso más.


*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 8 de octubre de 2021. Los valores y disponibilidad pueden cambiar.