No es primera vez —y con seguridad no será la última— que la Región de Valparaíso ve su época estival marcada por una tragedia en llamas. El 22 de diciembre pasado, las lenguas de llamas visibles desde varios puntos de la ciudad, con el cielo anaranjado y morado, el aire pesado y caliente, más el olor a humo y las sirenas de vehículos de emergencia, trajeron a la memoria de viñamarinos y porteños el mega incendio de 2014, que destruyó más de 2 mil casas en los cerros del puerto, dejando 11 mil damnificados y cobrando la vida de 15 personas.

En número, las consecuencias del reciente incendio desatado en los barrios de Forestal y Nueva Aurora, en las alturas de Viña del Mar, son afortunadamente menores: cerca de 400 viviendas fueron destruidas, poco más de mil damnificados y dos persona fallecidas. El drama, sin embargo, es el mismo: necesidades urgentes y recursos escasos.

Al despliegue municipal y gubernamental se sumó el trabajo, según cifras del municipio, de unas mil personas voluntarias, que aún cooperan en las labores de remoción de escombros y reconstrucción, organización en centros de acopio y distribución de insumos, pasando por la atención de personas y animales heridos.

Vista aerea del incendio forestal afecto la parte alta de la ciudad de Viña del Mar. Foto: Dedvi Missene.

En estas contingencias se demuestra, una vez más, que el Estado y los organismos oficiales no son tan grandes y equipados como uno podría imaginar, lo que hace que la incorporaciones de personas y recursos voluntarios sea fundamental para reaccionar ante la emergencia.

¿Pero qué lleva a una persona a invertir su tiempo y sus habilidades de manera no remunerada en ayuda de otros? ¿Es solo altruismo desinteresado o la solidaridad tiene beneficios a nivel personal?

Un camino bidireccional

El año 2012, la Universidad de Exeter publicó un estudio titulado Haz voluntariado, ¡podría ser bueno para tí!. En él se concluyó que ayudar o trabajar sin recompensa material mejora la salud mental e incluso puede prolongar la vida.

“Las personas que hacen voluntariado reportaron menores niveles de depresión, una mayor satisfacción vital y, en general, un grado mayor de bienestar”, se lee en el resumen.

Lo primero y lo lógico que viene a la mente al pensar en un voluntariado es que se trata de brindarle ayuda a otro. Y eso es. Pero Denisse Medina, psicóloga clínica de Medismart, explica que también “es una práctica de la cual se obtienen beneficios de forma bidireccional, tanto para la persona que recibe la ayuda como para la que la brinda”.

Para entender bien esta analogía, Medina propone adentrarse en la biología y psicología del ser humano:

“Los pensamientos, sentimientos y emociones que tenemos determinan los tipos de químicos y hormonas que nuestro cuerpo producirá. Eso luego se traduce en cómo nos sentimos, cómo enfrentamos el día a día y qué calidad tendrá nuestra salud”, afirma.

Voluntario veterinario carga con un perro durante la catástrofe de incendio en Viña del Mar. Foto: Víctor Huenante / AGENCIAUNO.

“Existen emociones altruistas, de sentirnos bien por hacer sentir bien a otras personas, que generan grandes beneficios a nivel químico y hormonal. Éstas envían la señal para que el cuerpo segregue dopamina, endorfina, serotonina y oxitocina, cóctel de hormonas que provoca una sensación de bienestar y tranquilidad”.

Eso por el lado químico. Pero en cuanto a lo más antropológico, Medina dice que el ser humano es una especie intrínsecamente social, por lo que generar conexiones positivas con otros contribuye de forma directa a la felicidad, la salud y la longevidad.

“Cuando desarrollamos la amabilidad y ayudamos a otras personas, se genera una sensación de pertenencia a un grupo, lo que permite desarrollar habilidades sociales y redes de apoyo, además de disminuir síntomas depresivos y de estrés”.

No es entonces casualidad o una sensación subjetiva que la persona que realiza actividades de voluntariado se sienta de mejor ánimo e incluso pueda reflejar un mejor semblante: la alta dosis de hormonas y químicos positivos potencian el sistema inmunológico y nervioso. Un mix que disminuye la ansiedad e incluso baja los niveles de colesterol.

Hacerse parte, aunque sea pequeña, en la solución de una emergencia, entrega sensaciones satisfactorias, aunque también tiene un costo asociado. En especial si uno se entrega a ello físicamente.

El cuerpo, luego de ciertos días de descarga de camiones, remoción de escombros, embalaje de cajas o labores de construcción —y sobre todo a cierta edad—, empieza a resentirse, especialmente en la zona lumbar, las manos y muñecas. Mentalmente, también es un desafío entrar en contacto directo con una realidad difícil y dramática, que muchas veces se prefiere evadir, sin experimentar resentimientos o incluso sentir que todo lo otro que ocurre en la vida es trivial.

La rabia es un regalo

Héctor Guarda, capellán de TECHO-Chile —organización que ha estado coordinando gran parte de la ayuda a los damnificados con el incendio— reconoce que muchas de las personas que hacen voluntariado son las que poseen ciertos privilegios, como tiempo o recursos, y no necesariamente solo la buena intención.

Pero el propósito, explica, “es que esos privilegios y dones se pongan al servicio del bien común y a la realidad de las familias más excluidas”.

Aunque esto puede ser certero en el caso de TECHO, sobre todo porque se trata de gente muy joven, detrás de las mil personas que son o han sido voluntarias en la emergencia de Viña del Mar, hay alrededor de 25 organizaciones involucradas, además de personas que lo hacen de manera independiente. Ahí se pueden ver desde activistas de todo tipo, como personas que se sumergen en montañas de ropa donada para dividirla entre lo que sirve y lo que no, profesionales independientes, estudiantes, jubilados, dueñas de casa, comerciantes ambulantes y hasta personas en situación de calle.

“La principal fuente de motivación es el dolor y la rabia”, asegura Catalina González, jefa de organización comunitaria y voluntariado de TECHO-Chile. El voluntariado surge por la necesidad de empatizar y entender “que vale la pena movilizarse para trabajar con otras personas con la misma convicción de que las cosas pueden ser diferentes”.

Esa energía es tan potente, dice González, que luego de empezar a ayudar y ser voluntario, ese espacio empieza a ganar terreno en la vida y la agenda. “A muchas personas les pasa que una vez que se comienzan en el voluntariado, prefieren ocupar la mayor parte del tiempo en esto y no en otras cosas, que ya no parecen tan importantes en comparación”.

Para Guarda, el desarrollo de este ímpetu y compromiso social debe partir idealmente en la juventud. Por eso, en TECHO los voluntariados parten de los últimos años de colegio, “porque así se va generando el espíritu de compromiso con el país”.

González lo ve un poco distinto: “Es importante que las personas puedan hacer esto desde la juventud, pero también desde el momento que sea: esto te ayuda a tener la vista abierta y hacer algo pertinente, en vez de tener una mirada miope de la realidad actual”.

Desarrollo de habilidades

Más allá de la rabia contra la injusticia o el dolor por la desgracia —y del eventual bienestar que produce—, el hecho de tomar cartas en el asunto puede tener otros factores. Según la psicóloga Denise Medina, adquirir una sensación de arraigo territorial y comunitario es tan importante como lo anterior.

“Además puedes hacer nuevas amistades y sentirte más incluido en una comunidad”, dice. “Se desarrollan habilidades relacionadas al trabajo en equipo, resolución de problemas y gestión de tareas. Pero también exploras tus intereses y pasiones, hasta incluso encontrarle significado a tu vida”.

“Si bien vivimos en una sociedad rápida y demandante, que nos imposibilita a veces tener tiempo extra para dedicarla a otras actividades, el voluntariado permite obtener beneficios al mismo tiempo que estás ayudando a otro. Es más, se desarrollan habilidades y sentimientos que perduran en el tiempo”, concluye.

De hecho, Catalina González ha visto cómo las personas desarrollan ciertas habilidades sociales en el voluntariado, como el liderazgo, la visión estratégica y el pensamiento con altura de miras, las que pueden ser muy beneficiosas en el plano laboral y profesional. “Al final, estar siempre sobreexigido, en el buen sentido, explotando al máximo tus capacidades, te hace ponerte metas más ambiciosas en la vida”.