Columna de Jeannette von Wolfersdorff: Mercados libres y competitivos

25/01/2021 FOTOGRAFIAS A JEANNETTE VON WOLFERSDORFF Mario Tellez / La Tercera

"Productos que hoy dañan a quienes los consumen deberían estar en futuro menos disponibles y más caros, y los que crean valor para consumidores y sociedad, deberían ser más económicos y estar más disponibles".


La perfección no es de este mundo, decía Milton Friedman. “Siempre habrá productos de mala calidad, charlatanes, estafadores”. Frente ello, y para proteger al consumidor, lo que más serviría -escribía en su libro Libre para elegir- no sería el Estado, sino la competencia en el mercado. “Cuando entras en una tienda, nadie te obliga a comprar. Usted es libre de hacerlo o ir a otro lugar”. Es una libertad difícil de cuidar que supone libertades a nivel de los consumidores y de las empresas. Milton Friedman reconocía este desafío y la complejidad de cuidar el funcionamiento de los mercados, su competencia y dinamismo. “En muchos sentidos, la verdadera función del gobierno debería ser evitar que el poder de cualquiera se vuelva excesivo, incluida de la comunidad empresarial”, comentaba en 2003. Excesivos poderes y libertades de algunos suelen terminar en la falta de poder y libertad de otros.

Friedman desconfiaba de la capacidad del Estado para regular y fiscalizar a los mercados, y desconfiaba de la capacidad de los empresarios para defender el mercado. “Si un nuevo partido en la política se conformara por empresarios, la gente piensa que promoverá el libre mercado. Pero no será así”, decía en una de sus últimas entrevistas. Este partido correrá riesgo de promover distorsiones en el mercado y buscar apoyos solo para ciertos sectores. Lo formuló como tendencia, algo que suele pasar por la forma con la cual se organiza quienquiera esté en el poder.

Hoy, la neurociencia muestra que comportamientos dañinos no ocurren por mala intención de un “ser” dentro de nosotros, sino son consecuencia de contextos. Hay sesgos neurobiológicos frente a estatus, poder y dinero. A ello se suma que las personas actúan de forma condicionada, de acuerdo con sus genes, epigenoma, hormonas, neurotransmisores y el pasado. “El libre albedrío (free will) es una ilusión”, puntualiza el neurocientífico Michael Gazzaniga. Aun así, las personas somos responsables de nuestras acciones. La responsabilidad personal no existe a nivel cerebral, sino a nivel social, explica Gazzaniga, y se materializa gracias a reglas que se acuerdan. Casi todos pueden seguir reglas sin importar en qué estado mental se encuentren.

A nivel de la economía, estas consideraciones implican que comportamientos nocivos para el funcionamiento de los mercados ocurren porque las personas respectivas no han podido actuar de forma distinta. Cuando consumidores eligen productos que dañan su bienestar y al planeta; o cuando dueños y gerentes de empresas crean hábitos abusivos, o tienden hacia concentraciones de poder, opacidad y foco excesivo en el corto plazo, ello ocurre porque las personas no han podido cambiar su situación -aun cuando siguen siendo responsables de su acción-. No podemos cambiarnos a nosotros mismos; sí podemos ser cambiados por las circunstancias, señala Robert Sapolsky, neurocientífico de la Universidad de Stanford.

Un buen ejemplo es el consumo. Hoy, una parte excesiva de las decisiones de consumo está determinada por aspectos o ingredientes adictivos que “jaquean” nuestro sistema de deseos interno. Así, los mercados logran convencernos a fumar, usar en exceso las redes sociales, comer poco saludable y mirar videos o televisión de baja calidad. Suele ocurrir allí una “contaminación de preferencias”, dice el economista David George: los mercados venden lo que en realidad no es la preferencia real de las personas.

Por ello, productos que hoy dañan a quienes los consumen deberían estar en futuro menos disponibles y más caros, y los que crean valor para consumidores y sociedad, deberían ser más económicos y estar más disponibles. Quien considera que este tipo de incentivos sería una intromisión indebida dado que el consumidor es “libre de elegir”, deberá considerar que el consumidor ya cuenta con intromisión en su “libertad” que puede llevarlo fácilmente a consumos dañinos e impulsivos. Por ejemplo, ingredientes como el sodio y el azúcar producen adicciones y sobreconsumos, razón por la cual una comisión presidida por Michael Bloomberg y Lawrence Summers recomendó encarecer sustancialmente el precio de ciertos productos que dañan al consumidor (hasta un 50%), y reducir así su consumo.

Otra disciplina, la historia, enseña además que los gobiernos suelen aumentar su respuesta frente a los mercados -para bien o para mal- a medida que las economías crecen en complejidad, comenta Jacob Soll en su libro reciente, Free Market. Considerando la actual complejidad de los mercados, en futuro no cabe entonces otra solución que lograr lo que Milton Friedman consideraba casi imposible: aumentar la capacidad del Estado para regular y fiscalizar bien a los mercados y movilizar la voluntad de los empresarios para cooperar en este proceso y defender el mercado, aun cuando solo sea para evitar regulaciones malas, diseñadas sin conocimiento adecuado. Por ello, el desafío más urgente a resolver es diseñar bien “el proceso” de precisar continuamente reglas e incentivos para el mercado, bajo consideración de nuestros sesgos neurobiológicos. Para ello, se podría crear un Consejo de Mercado, autónomo, colegiado y pequeño, que proponga periódicamente políticas con normas e incentivos, basado en conocimiento público-privado. Cuidar los mercados requiere trabajo, atención y razonamiento moral como cualquier otro esfuerzo humano, escribe Jacob Soll. Principalmente porque los mercados no pueden liberarse de la humanidad.

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