Columna de Nicolás Eyzaguirre: “La costosa polarización”

Nicolás Eyzaguirre, exministro de Hacienda.

“Es ingrato desconocer los evidentes logros de nuestro pasado reciente -los “treinta años”-, pero paralizante soñar con que se repetirán mecánicamente. Nuestro dinamismo económico ha palidecido por razones profundas, algunas externas y otras inevitables”.


Diversos países europeos vivieron experiencias de polarización, arrastrados por ideas extremas que penetraron con fuerza en el siglo XX. Los costos humanos fueron horrorosos y el retraso económico que significaron, notorio. En efecto, Alemania tenía un ingreso por habitante de un 70% del de EE.UU. en los años 30; decayó hasta solo un ¡25%! hacia fines de la segunda guerra, para recuperarse -cuando logró encontrar consensos- hasta un 85% hoy en día. España y Portugal, tras un estancamiento relativo, han progresado, con la misma comparación, desde un 40 a un 62% y de un 36 a un 55%, respectivamente, desde que pusieron fin a sus dictaduras en los años setenta. El comparador es relevante y exigente, puesto que EE.UU. es la economía más poderosa del mundo y la que ha experimentado un crecimiento más estable y dinámico por más de un siglo.

Esto no significa que la política en dichos países europeos, todos hoy avanzados, sea un lecho de rosas. De hecho, como discutí en una columna anterior, las posturas progresistas han sufrido mermas electorales como resultado de la globalización y la inmigración, entre otras causas. Pero la centroderecha y la centroizquierda construyeron, juntas, un estado social de derecho que ha significado, además de derechos sociales universales, un enorme progreso económico, elevando el capital humano y la capacidad de innovación, fuentes esenciales del crecimiento económico actual. Para financiarlo, todas ellas debieron acomodar un alza significativa de los ingresos públicos. Alemania desde fines de la segunda guerra y España -pactos de la Moncloa mediante- y Portugal desde la recuperación de su democracia. El crecimiento, en lugar de sacrificarse, se ha potenciado, como documentamos.

Las posiciones políticas más radicales han sido contenidas, tal como fuera evidente en los últimos comicios españoles, en marcado contraste con lo que les ocurriera anteriormente.

Nosotros parecemos haber perdido ese camino virtuoso del consenso. Tras décadas de fuerte crecimiento y relativa paz social, hoy el país se encuentra polarizado y enfrentado. Desde que se estancó el crecimiento -lo que parece haber ocurrido desde la gran crisis mundial de 2008/09- la polarización y radicalización de las posturas políticas sólo ha ido en ascenso.

Aspiraciones, en un extremo, como “derrocar el capitalismo” o la codirección de las empresas entre sus dueños y trabajadores, claramente se apartan de los consensos que hoy han alcanzado los países avanzados, donde el debate, que acepta la iniciativa privada, la protección de la propiedad y el libre mercado como motores esenciales del progreso, se centra más bien en la intensidad del estado de bienestar, como garante de la igualdad de oportunidades y de dignidad ciudadana.

En el otro extremo, tenemos los intentos de privatización de la seguridad social y el rechazo a la urgente necesidad de dotar de más recursos al Estado -en contraste con toda la experiencia antes comentada-. Estos fondos son indispensables, tanto para afirmar la cohesión social como para dinamizar las fuentes modernas del crecimiento, que son, insistimos, un capital humano de clase mundial y una colaboración público/privada -que requiere también recursos públicos- que genere nuevas oportunidades exportadoras basadas en la cooperación, la innovación y el emprendimiento. Por el contrario, se vuelve a fórmulas que creíamos superadas, basadas únicamente en el control -siempre necesario- del gasto público y su eficiencia y en cambios tributarios regresivos que sólo ahondarían el conflicto.

Es ingrato desconocer los evidentes logros de nuestro pasado reciente -los “treinta años”-, pero paralizante soñar con que se repetirán mecánicamente. Nuestro dinamismo económico ha palidecido por razones profundas, algunas externas y otras inevitables. Las primeras dicen relación con el avance del proteccionismo a nivel internacional y la ralentización de China, nuestro principal comprador. Las segundas, con que, como ha ocurrido en todos los países en su rumbo al desarrollo, un determinado patrón productivo tiende a envejecer y se hace más difícil conquistar nuevos mercados internacionales con “más de lo mismo”. Necesitamos generar dinamismo en nuevas áreas, lo que requerirá apertura, colaboración y consenso -además de hacer más eficiente lo que hacemos-, combatiendo la “permisología” y los programas públicos ineficientes.

Y esto es, precisamente, lo que la polarización impide.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.