Tras dos semanas de vacaciones, volví a Santiago directamente a una reunión. Estaba cansado y la asistente de mi cliente, tras ofrecerme un café, me preguntó si los alumnos que yo atendía habían rendido la PSU.
-Sí, ya la dieron y están todos de vacaciones.
-Que bueno por ellos, porque mi hijo esta semana sigue dando la prueba. Nosotros somos de Puente Alto, don Sebastián, y la primera vez no pudo darla. Volvió para la casa y le descontaron un día en la práctica. Después lo mandaron a una universidad en Providencia. Ahí hubo un portonazo y por segunda vez no pudo rendir la PSU. De ahí lo mandaron a Ñuñoa. Creo que pudo dar la de Historia y la de Lenguaje. Hoy creo que da la de matemáticas y en la práctica ya le anunciaron que tenía que devolver una semana de trabajo por la cantidad de permisos que ha presentado por la PSU. Lo peor es que la próxima semana nos íbamos de vacaciones, ya tenía todo pagado y coordinado y ayer descubrimos que él no va a poder.
En ese momento aparece Andrés, mi cliente ficticio, y al ver que ya tomo un café me hace pasar a su oficina con un gesto de manos. Me levanto del sofá, en el que estaba literalmente hundido, y me despido de la asistente de Andrés con la mirada. Ella me sonríe y lo único que atino a decirle es que ojalá hoy salga todo bien.
En sesión, con Andrés, me transporté al mundo bancario, a las metas, indicadores y desafíos para él y su equipo para este 2020, pero nada más terminar la reunión, me comenta que su hija rindió la PSU y que le gustaría que conversara con ella antes de las postulaciones.
-Encantado.
Con una extraña sensación salí a la calle y el céntrico calor me obligó a buscar sombras y a mirar los diarios de los kioskos. Fue mi aterrizaje santiaguino y el punto de retorno a la historia inconclusa de Vicente, ése estudiante que acompañé años atrás a preparar su tercera PSU.
¿Por qué la tercera?
La primera vez fue internado -la noche previa a rendir la PSU- en una clínica psiquiátrica porque sus padres pensaron que su paseo nocturno por la azotea del edificio había sido un intento de suicidio. La segunda, porque estaba tan dopado, tan inerte, tan desmotivado… que se le pasó el plazo. Y en esa tercera oportunidad, contra todo pronóstico, quiso estudiar para entrar a Ingeniería Comercial en la universidad que él consideraba la mejor.
Tras meses de trabajo, Vicente logró lo que sus padres nunca imaginaron. Bajó increíblemente de peso gracias a una nueva dieta y a una estricta rutina de gimnasio. Empezó a ir al preuniversitario sin perderse ni una clase y se puso a pololear con una compañera que quería estudiar medicina.
Vicente, como un resorte largamente tensado, despegó con fuerza después de tanta inacción. Derrochaba optimismo, pues se daba cuenta que la disciplina en los estudios, en el deporte y en la alimentación estaban entregándole los resultados esperados.
Aún así, los padres de Vicente estaban preocupados, pues temían que este excesivo optimismo chocara con la realidad de no entrar a la universidad que él quería.
"Mira Sebastián, estamos muy agradecidos de tu trabajo. Es increíble cómo ha cambiado físicamente Vicente y lo bien que le está yendo en el preuniversitario, pero en la casa está insoportable. Nos echa la culpa de todo y ahora pasa casi todo el día entre el preuniversitario, la casa de su polola y la de su abuela, pues dice que con nosotros es imposible vivir. También nos amenaza que apenas pueda trabajar se va a ir y nos compara con los padres de su polola, y nos dice que pese a tener igual cantidad de hijos, ellos los crían, comparten, se divierten y se preocupan de ellos. Nosotros, supongo que Vicente te lo ha dicho, hemos estado pasando por difíciles momentos como pareja y Vicente, en vez de apoyarnos, nos dice que ese es nuestro problema, que no le interesamos y que tampoco le interesan sus hermanos chicos. Vive enojado y nos gustaría saber si eso también lo puede trabajar contigo" me relataron sus padres.
Suspirando, les contesté que lamentaba por lo que estaban pasando, pero que como coach, me estaba abocando al objetivo de mi cliente: entrar a Ingeniería Comercial. Ése era nuestro norte y una vez alcanzado, podríamos re-evaluar cómo seguir trabajando, pues yo también era consciente que Vicente no quería saber nada de psicólogos ni de relaciones familiares.
Frustrados, notoriamente frustrados, se fueron los padres de mi cliente y a la semana siguiente recibí a un Vicente furioso. "¿De verdad tenías que hablar con ellos? Son unos weones y lo único que me interesa es que paguen todo, que me vaya bien en la U, emprender algún negocio e irme de la casa. Mira, ahora paso ene rato con la familia de la Cami y weón, ¡son normales! Cachai que yo nunca había estado con papás normales, con una familia normal. Los hermanos de la Cami son tela, me quieren y los papás de la Cami nos invitan a comer afuera, hablan, nos escuchan. Es de locos weón, yo siempre pensé que el raro era yo y ahora me doy cuenta que soy el único normal de mi familia. Y cuando voy para la casa de mi abuela a estudiar ella me dice lo mismo. No sabe qué les pasó a mis viejos, que antes no eran así, pero que no puede más que encontrarme razón. Todavía no se los he dicho, pero si el próximo año entro a la universidad que quiero, me voy a vivir con ella. Mi abuela está de acuerdo".
Después de esta sesión, los temas familiares volvieron a quedar en segundo plano, pues la principal preocupación de Vicente -y de su polola- era entrar a la universidad. Tras meses de intensa preparación, Vicente rindió por primera vez la PSU y entró a Ingeniería Comercial, en la universidad que quería.
Recuerdo la satisfacción de Vicente y también la cara que puso cuando le dije que una vez que estuviera bien asentado en la universidad y en su pololeo, iba a tener que entrar a terapia. No por él, sino por su polola y por las futuras generaciones.
Sorprendido, me miró unos instantes en silencio y después me dijo, "gracias Seba, la verdad es que no tenía cabeza para mis problemas familiares ni para mi familia. Mis papás están de acuerdo con que me vaya el próximo año donde mi abuela, y con mi polola y su familia nos vamos de vacaciones al sur. Creo que es la primera vez en mi vida que quiero salir de vacaciones en muchos años".
Al año siguiente nos seguimos viendo una vez al mes con Vicente. Estaba feliz en la universidad, seguía pololeando y vivía en armonía con su abuela. De sesión en sesión me contaba de sus ramos y de sus ideas de emprendimiento. Estaba orgulloso de sí mismo. En nuestra última sesión estaba muy contento, pues se había comprado un auto gracias a sus ahorros y a unos trabajos que había hecho a lo largo del año y quería que fuera a conocerlo.
Así, tras nuestra última sesión, me subí al auto de Vicente y no pude dejar de comentarle en voz alta que jamás me imaginé, cuando recién lo conocí, que al final del proceso el coach fuera él. Sonriendo, me agradeció el trabajo y me prometió que apenas empezara a tener problemas con su polola, iba a ir a terapia, pero que de momento no, pues estaba disfrutando "esto de recuperar el tiempo perdido. Fueron dos años Seba, dos años perdidos".
Con estos recuerdos vuelvo a Santiago 2020 y por Twitter confirmo que pese a algunos incidentes aislados, la tercera PSU del año se realizó en un 100% de los locales. Sonrío y espero que muchos de los estudiantes que tuvieron que lidiar con tantos obstáculos para rendir la PSU, logren los puntajes esperados y puedan disfrutar de unas buenas y merecidas vacaciones.