La PSU y los estudiantes del limbo

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FOTO: DEDVI MISSENE

Tengo mi propia versión del optimismo. Si no puedo cruzar una puerta, cruzaré otra o haré otra puerta. Algo maravilloso vendrá, no importa lo oscuro que esté el presente (Rabindranath Tagore).


Tras meses de preparación, miles de jóvenes rindieron esta semana la PSU y a diferencia de otras versiones, en esta nadie sabe muy bien qué va a pasar. ¿Daremos la prueba de selección universitaria en un retén de Carabineros? ¿Será un militar quien supervise que no copiemos?

Fuera de la contingencia y de las especulaciones, en consulta, he acompañado a escolares y ya no tan escolares que, con dificultades y distracciones, han preparado seriamente la prueba de selección universitaria, con la esperanza de cerrar el 2019 con un verdadero cambio.

Y es que algunos, como Vicente -así llamaremos a este caso ficticio que conocí una década atrás- llevan casi dos años en el limbo… es decir… no están ni en el colegio… ni en la universidad… y lo único que quieren es dejar atrás la inestabilidad de la transición y entrar a una estructura que les dé estabilidad, responsabilidad y oportunidades de crecimiento.

Nada de esto tenía Vicente y cuando me reuní por primera vez con él y sus padres, estaba furioso con ellos, con los profesionales de la salud mental, con el sistema educacional y con los adultos en general. La única razón por la accedió a visitarme fue porque le dijeron que era coach y hacía poco había leído un artículo sobre el coaching que le había interesado.

Vicente no quería saber nada de psicólogos y de psiquiatras, pues tal como me relataron sus padres, la noche antes de la PSU decidieron internarlo en una clínica psiquiátrica… y justo cuando me estaban explicando esta situación en mi consulta… Vicente empezó a gritarles ferozmente a sus padres.

De repente sentí que despertaba de un sueño muy espeso y, dirigiéndome a Vicente, le dije que lo único que había entendido de la casi media hora de conversación, es que no había podido rendir la PSU, pues sus padres habían pensado que había intentado quitarse la vida. ¿Eso es?

Vicente, rojo de rabia, me dijo que sí y le comenté que si bien lamentaba todo lo que había atravesado, a mí, como coach, me preocupaba mucho más que iba a pasar este año y el próximo. ¿Quieres entrar a la universidad?

Acá los papás de Vicente recuperaron la voz y me dijeron que en la clínica les habían recomendado que su hijo se enfocara en su recuperación y que no se pusiera metas ni presión alguna. Acto seguido le pregunté a Vicente si estaba de acuerdo con esto y con una rabia fulminante me dijo que no.

Perfecto, entonces podemos trabajar. Nos vemos la próxima semana.

Inmediatamente me puse de pie, le di la mano a Vicente e invité con la mirada a los padres de mi joven cliente a retirarse. Algo perplejos me preguntaron si necesitaba los informes de la clínica o los contactos de los profesionales que atendieron a Vicente.

Tras decirles que no era necesario, se retiraron confundidos. ¿Te podemos llamar?

Nunca llamaron y a la semana siguiente Vicente llegó puntualmente.

Al verlo sin sus padres y de pantalón largo, me di cuenta que mi cliente se veía bastante mayor de lo que recordaba. ¿Cuántos años me dijiste que tienes? Veinte años tenía Vicente y ahí me contó su vía crucis de la enseñanza media.

"Lo pasé pésimo en el colegio, sobretodo en la media, porque me empezaron a hacer bullying por gordo. Me webeaban todo el día y nunca se me ocurrió decirles que estaba así por las pastillas que me daba la psiquiatra. Según ella estaba deprimido. ¿Y cómo no iba a estarlo? Mis viejos trabajaban todo el día y yo tenía que estar a cargo de mis hermanos chicos. Eso ya era estresante, pero la peor parte verdaderamente empezaba cuando mis viejos llegaban a la casa, pues ahí literalmente caía la noche. Peleaban por todo, se sacaban todo en cara y competían por quien estaba más cansado y a quien le tocaba tal o cual cosa. ¿Para qué tuvieron tantos hijos si no podían hacerse cargo? Nunca lo entendí, pero yo creo que como en octavo básico me rebelé y dejé de hacerle la pega a mis papás. Estaba chato, pues ellos nunca estaban y yo tenía que ser el papá de mis hermanos chicos. Y colapsé".

Así -literalmente- partió el historial médico de Vicente, historial que terminó años después en una clínica privada del sector oriente a donde sus padres lo llevaron a la fuerza, tras verlo caminar a las nueve de la noche por la azotea del edificio.

"Sorry que hable así de los psicólogos y psiquiatras, ya caché que a parte de coach eres psicólogo, pero es que mis papás fueron totalmente manipulados. Ellos llevaban años viendo todo tipo de terapeutas, simplemente porque se llevaban pésimo y no estaban en condiciones de ser padres y no se atrevían a divorciarse. Cuando empecé a darme cuenta de que esto no era normal, cometí el error de contárselo a la psiquiatra de mis papás y ahí empezaron con el cuento de que yo inventaba cosas porque estaba deprimido. Como me negaba a hablar con doctores y psicólogos, me llenaron de pastillas y lo peor es que esto me empezó a afectar en el colegio. Bajaron mis notas, los profesores me agarraron mala porque pensaban que era flojo y mis compañeros me empezaron a molestar porque estaba más gordo, más sucio y lento".

¿Y qué hiciste?

"No hice nada porque me daba lata dar explicaciones y ya en tercero medio yo era un zombie. En cuarto las cosas no mejoraron y un día antes de la PSU, mis viejos, como tantas veces, se pusieron a pelear porque uno de ellos dos me tenía que llevar en la mañana. Era un clásico, solo que en esta oportunidad los dejé peleando solos y sin que se dieran cuenta, abrí la puerta, me subí al ascensor y me bajé en el último piso. Nunca lo había hecho y tras dar unos pasos, encontré una puerta que daba a una escalera. Esta escalera daba a otra puerta, la abrí y me tocó ver el atardecer. Estaba increíble y la verdad es que no recuerdo cuanto tiempo me quedé pegado mirando Santiago y nunca caché que la ambulancia que se estacionó en la vereda del edificio venía por mí".

Vicente se quedó callado un par de segundos.

"¿Cachai que me internaron a mí y no a ellos? Estaba furioso y esto empeoró las cosas y si no hubiese sido por una enfermera, tal vez seguiría allá dentro. Ella fue la única que me creyó que yo no quise matarme, pero me insistió en que tenía que tranquilizarme y seguir los procedimientos de los doctores para que me soltaran. Le hice caso y funcionó. Me dejaron salir, pero ya había pasado la PSU. Además, me perdí todos las juntas y los carretes post PSU y me pasé gran parte del verano entre la clínica, la casa y las innumerables consultas. Y en marzo, cuando todo el mundo entró a la universidad y yo no, me fui a la mierda. Ya no quería salir de la casa y me quedé encerrado en mi pieza. No fui nunca más a ningún doctor y me quedé pegado en el compu, lo que a mis viejos, la verdad, no parecía importarles mucho, pues en ese período, para variar, se separaban y volvían. Y así, casi sin darme cuenta, se me pasó la PSU por segunda vez".

Aproveché el silencio de Vicente para reforzarle que si quería entrar a ingeniería comercial en la universidad que me señalaba, no se nos podía pasar la PSU y que aparte de inscribirse en un preuniversitario, tenía que meterse al gimnasio y no fallar ninguna sesión conmigo. ¿Te parece?

Vicente, notoriamente entusiasmado, me dijo que sí y aproveché ese impulso para dar término a nuestra primera sesión. Me puse de pie, mi cliente me imitó y caminamos juntos hasta la salida. Le abrí la puerta y cuando ya estaba por cerrarla, Vicente se giró y me preguntó. ¿De verdad crees que me la pueda?

Con esta pregunta en mente, vuelvo a la contingencia y a las especulaciones sobre el futuro de las alumnas y los alumnos que rindieron la PSU. Y no puedo dejar de pensar en todas esas personas que esperaban esta semana -por fin- salir de tanta incertidumbre, pues a estas alturas de enero el limbo, parece más una estación terminal que una etapa del camino.

Continuará…

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