Una carta-bomba. Fue al mediodía del martes 10 de abril pasado cuando sucedió. A la sede de la Conferencia Episcopal de Chile (Cech) llegó un correo electrónico desde el Vaticano. Nadie imaginó que las seis páginas escritas por el mismo Papa Francisco eran mucho más que una simple misiva.

Detonó en Punta de Tralca, en medio de la 115° asamblea plenaria del episcopado chileno. Santiago Silva, el presidente de la Cech, el día miércoles 11 de abril dijo que había una carta del Papa. Los obispos, 31 de los 32 en ejercicio del país, se miraron como tratando de adivinar si alguien ya sabía de la existencia del documento. También miraron a Juan Barros. Pero nadie sabía nada.

Cada una de las 1.071 palabras de Francisco confirmaron lo que el Arzobispo de Malta, Charles Scicluna, estableció durante su visita y su investigación: la mayor crisis interna que se ha visto en la iglesia chilena y una tensión donde cualquier movimiento pone en alerta a los miembros del clero.

A 11.972 kilómetros, Francisco también hizo un llamado inédito y convocó a todos los obispos de Chile para dialogar, entre los días 14 y 17 de mayo. Pero camuflada iba otra señal de los cambios venideros y que pocos obispos identificaron en ese momento: la carta no había llegado por el conducto regular, que es la Nunciatura Apostólica.

Una semana después, la señal eran unas maletas.

Ese fue el detalle que marcó el último movimiento importante que se vio en el número 200 de la calle Monseñor Nuncio Sótero Sanz, hace dos semanas. Ivo Scapolo, el nuncio apostólico, partía, como tantas veces, a Roma. Solo que en esta ocasión el viaje parecía una despedida.

El nuncio en la mira

"Ve más allá, hasta que sientas que ha terminado tu obra. Esta es la evangelización", fueron las palabras que resonaron en la pequeña capilla de la Casa de Santa Marta, en el Vaticano. A las 7 de la mañana, el Papa Francisco celebró la misa. Aunque el 19 de abril pasado fue especial al menos para uno de los 50 asistentes.

Ivo Scapolo escuchaba con atención la celebración, que para él no tenía nada de alegre. Su viaje no era casual. El mismo Francisco lo había llamado "a capítulo": tenía que rendir cuentas y dar explicaciones.

Tanto en Chile como en Roma, se dice que Scapolo dejaría el país. Probablemente en junio, mes en que el Vaticano da a conocer las destinaciones de los nuncios.

A Scapolo se le sindica como uno de los responsables "de la falta de información veraz y equilibrada" de la que se quejó el Papa en su misiva a los obispos chilenos. Por lo que su salida se da por descontada en buena parte del clero chileno.

Desde que llegó a Chile, en junio de 2011, Ivo Scapolo no logró afiatar una relación cercana con los obispos chilenos. No solo eso. Al interior del clero le reclaman la tardanza en los nombramientos de prelados. Entre 2011 y 2013 no hubo ninguna designación. Recién en 2014 se produjo la primera: Celestino Aós, un desconocido sacerdote español que fue ordenado como obispo de Copiapó.

Un conocido jesuita chileno lo grafica así: "Para los nombramientos tuvo que recurrir a personajes que nadie sabía quiénes eran".

Pero Scapolo no es el único en la mira.

El jaque mate de Barros

En Roma se considera que el caso chileno es un paradigma. José Manuel Vidal, vaticanista español, explica que será un punto de inflexión en la forma de abordar los casos de abusos sexuales y una prueba de fuego a la instrucción papal de tolerancia cero.

-El caso chileno representa un ejemplo práctico de cómo una Iglesia puede recuperar la credibilidad y la confianza social, perdidas en aras de una alianza con los sectores más conservadores -explica Vidal.

Tanto en Roma como en Chile las expectativas sobre el resultado del encuentro del Papa con los obispos chilenos son enormes. Algunos vaticanistas, incluso, aventuran que Francisco se juega el futuro de su papado en esta intervención a la Iglesia chilena.

El poder del Papa al interior de la Iglesia se vio debilitado tras su accidentada visita a Chile en enero pasado. Dos episodios dieron cuenta de ese hecho. El primero fue la crítica pública que hizo el arzobispo de Boston, Sean O'Malley, a Francisco, luego de que el Papa defendiera al obispo de Osorno, Juan Barros.

El segundo episodio tiene que ver con el fallido nombramiento de un obispo en Nigeria, en el que el Papa se vio obligado a echar pie atrás ante la resistencia de los feligreses, debido a que el prelado que escogió era de una etnia rival.

Francisco necesita dar un golpe de poder dentro de la Iglesia si pretende avanzar en los cambios a la curia. Y la crisis que vive la Iglesia chilena le da la oportunidad de asestarlo.

El primer paso, concuerdan altas fuentes eclesiásticas, sería seguir las recomendaciones de Scicluna: pedirles la renuncia a los obispos Juan Barros, Andrés Arteaga, Horacio Valenzuela y Tomislav Koljatic, el llamado círculo de hierro del expárroco de El Bosque, Fernando Karadima.

Limitar la influencia de los exmiembros de la Pía Unión Sacerdotal al interior del episcopado no solo tendría consecuencias en una eventual renovación de la Iglesia chilena, también golpearía directamente a quien es considerado "la piedra en el zapato" de Francisco: Ángelo Sodano, actual decano del Colegio Cardenalicio.

El cardenal italiano fue nuncio en Chile entre 1977 y 1988, y luego secretario de Estado Vaticano desde 1991 a 2006, por lo que tuvo una influencia decisiva en el nombramiento de los actuales obispos chilenos. Fue con Sodano que floreció el poder del grupo de Karadima y se produjo un giro.

Hasta el año 83, bajo la conducción del cardenal Silva Henríquez, la mayoría de los obispos chilenos pertenecía al llamado sector progresista. Apenas eran seis los obispos conservadores. Desde entonces, Sodano llevó adelante, primero desde Chile y luego desde Roma, un recambio total en el perfil de los obispos. Hoy no llegan a siete los prelados considerados progresistas, pese a que el número de diócesis chilenas creció desde entonces de 28 a 33.

Un enroque. Varios apuestan a que esa podría ser una de las soluciones que evalúa Francisco para las diócesis hoy manejadas por los herederos de Karadima. No serían cambios al azar: los sacerdotes serían jóvenes y marcarían el inicio de una generación de recambio en la Iglesia. Fuentes cercanas al clero chileno apuestan por los obispos auxiliares de Santiago. Pedro Ossandón, Fernando Ramos y Galo Fernández son nombres que suenan fuertemente como candidatos para Talca, Linares y Osorno.

El otro reemplazo vendría con la salida del obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga, también ligado a Karadima, quien se encuentra aquejado de un parkinson avanzado. Además, señalan fuentes de la Iglesia chilena, urge el nombramiento del obispo de Valdivia, cargo que se encuentra vacante, y la sucesión del arzobispo de Santiago, el cardenal Ricardo Ezzati; del obispo de Rancagua, Alejandro Goic; del obispo de Valparaíso, Gonzalo Duarte, y del arzobispo de Puerto Montt, Cristián Caro. Todos ellos pasaron el límite de 75 años de edad que establece el derecho canónico, por lo que ya presentaron sus renuncias ante el Vaticano.

La gran duda, precisamente, en medio de la crisis que atraviesa la Iglesia chilena, es quiénes podrían tener hoy algún grado de influencia en los nombramientos.

Es el nuncio el encargado de sondear los nombres propuestos por los obispos chilenos antes de enviar las nóminas a Roma, pero hoy Scapolo está cuestionado por el Papa y en proceso de abandonar Chile.

Lo usual es que cada dos años, los miembros de la Conferencia Episcopal se reúnan en privado y elaboren una nómina de personas a las que consideran aptas para llegar a obispo. La votación para ingresar a esta "selecta lista", que es enviada al Vaticano por el nuncio, es con quórum calificado, de 2/3 de los integrantes de la Cech. Si un sector tiene amplia mayoría en el episcopado, tiene mayores posibilidades de nombrar a sus cercanos.

No es el único problema. Las nóminas son genéricas y no para una diócesis específica, por lo que no se toma en consideración la opinión de los sacerdotes y laicos que viven en esas diócesis, ni las características propias del lugar.

Pero el Papa no siempre sigue esas propuestas al pie de la letra. A veces sorprende con nombres que saca por su propia cuenta.

En el caso de los cambios que se esperan en las diócesis de los obispos vinculados a Karadima se podría utilizar cualquiera de los dos sistemas. El objetivo sería otro: cerrar el capítulo de El Bosque en la Iglesia chilena.

-El Papa podría hacer lo que la cúpula del episcopado de Chile no hizo. Lo que más se necesita es un cambio de mentalidad. Y me parece que aún no todos en la Iglesia chilena lo han comprendido bien- dice el vaticanista Andrea Tornielli.

Por eso, Barros es, sin duda, el inicio de la crisis que hoy vive la Iglesia chilena, pero de ninguna manera el final.

Príncipes versus servidores

Al interior del episcopado hay tres grupos claros. Uno que sigue a Ivo Scapolo, representante de las ideas de Sodano; otro, que gira en torno a los cardenales Errázuriz y Ezzati, y un último grupo con ideas más progresistas, representado por Alejandro Goic. Aunque este último sector es el que tiene mejor imagen pública y presencia en los medios (cuyo emblema es Felipe Berríos), su poder en las estructuras formales es mínimo. En cambio, los dos primeros grupos -Scapolo y Errázuriz-Ezzati- conforman la llamada "vieja guardia", que se identifica con las ideas más conservadoras del clero, las mismas que han dominado la Iglesia chilena durante los últimos 35 años.

Jaime Escobar, editor de la revista Reflexión y Liberación, explica que Francisco quiere un cambio profundo y que el clericalismo y el poder dentro de la Iglesia chilena cada vez los tolera menos.

-El año pasado le envió una carta al cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, donde dice que el clericalismo va a terminar por sepultar a la Iglesia. Acá en Chile también resaltó el tema, con el que se refiere a esa forma de ser sacerdote que impone y no dialoga. Eso será fundamental para definir a los próximos obispos - dice Escobar.

Por eso, el problema de Francisco es aún mayor. Ya no es encontrar cuatro obispos con "olor a oveja", lo que está en juego en el corto plazo es la renovación de un cuarto de la Conferencia Episcopal y, con ello, el mapa del poder de la Iglesia chilena.

Se dice que aquí podría venir una de las reformas más grandes de su pontificado. El actual sistema de elección de obispos podría ser pensando de acuerdo a las diócesis vacantes. Es decir, "tal persona para tal lugar".

El cambio apuntaría a consultar y considerar mucho más a los clérigos rasos y a los laicos. Pero, sobre todo, a cambiar el perfil y el tipo de candidatos a la mitra. Desde Roma los vaticanistas lo definen así: el final de los obispos-príncipes, para pasar a los obispos-servidores.

En este escenario se juega la influencia de los tres bloques dentro de la Iglesia chilena. Y es, precisamente, en este paso, donde Francisco puede, además de rearmar el mapa del poder, pasar la cuenta. Especialmente a aquellos que "lo informaron mal".

Uno de ellos es el nuncio. Pero, explican diversas fuentes eclesiásticas, no es al único al que hay que apuntar. Porque la información que el nuncio le entrega al Papa pasa antes por la Secretaría de Estado del Vaticano y también por la Congregación para los Obispos. En la secretaría, la influencia de Ángelo Sodano seguiría siendo fuerte. Y en la congregación, el cardenal Marc Ouellet no tendría buenas relaciones con Francisco. Es más: en el Vaticano se comenta que Ouellet es muy cercano al cardenal Errázuriz.

La segunda señal clara de que hay influencias que están en peligro tiene que ver con el Consejo de Cardenales, conocido como G9, que asesora al Papa Francisco en la reforma de la curia. Ahí participa el cardenal Francisco Javier Errázuriz. El 25 de abril pasado, el G9 concluyó el borrador de la nueva Constitución Apostólica. La composición del consejo ha enfrentado críticas por los cuestionamientos a algunos de sus miembros. Entre ellos, Errázuriz. Algunos vaticanistas explican que luego de esta fase, el Papa Francisco debería renovar el G9 y, en Roma, dan como posible la salida de Errázuriz. Con el chileno fuera del G9, su influencia queda casi completamente disminuida.

Excepto por un detalle. El actual arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, nunca se ha podido desligar de la influencia de Errázuriz. Ezzati se refiere a él como "señor cardenal", lo que demuestra que siempre han tenido una relación de poder y sumisión. Aunque, explican cercanos a la arquidiócesis santiaguina, tienen en algunos temas posiciones distintas. Un ejemplo de ello es la posición de Ezzati frente a Barros. El actual arzobispo le aconsejó al Papa dos veces no designarlo como obispo de Osorno. Alejandro Goic, Fernando Chomalí y Juan Luis Ysern también. Pero lo de Ezzati es significativo, porque también le aconsejó al mismo Barros que no asumiera.

Dentro del clero se señala que, por lo mismo, Francisco debiera evitar que la sucesión de Ezzati en el corto plazo sea vista como una sanción por lo de Barros. Incluso se habla de que podría hacer un gesto manteniéndolo un año más en Santiago. Sin embargo, se dice que Ezzati hace tiempo que piensa en su retiro en la casa de los salesianos en Lo Cañas.

Todos los caminos llegan a Roma

En los pasillos de la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma, se dice que el vínculo de Scicluna con Chile era anterior a la investigación encomendada por el Papa. Fue allá, mientras dictaba clases, que el maltés tuvo contacto directo con curas y laicos chilenos. Los mismos que se comenta habrían dado sus opiniones sobre la Iglesia chilena al arzobispo.

Esa sería una de las vías de información, no formal, que utiliza Francisco. Scicluna, incluso, habría recomendado nombres para la sucesión en Chile. Y no solo él. En el Vaticano se comenta que hubo tres religiosos, dos en Roma y uno en Chile, que incidieron en que el informe de Scicluna tuviera mayor impacto sobre el Papa. Así, el maltés se convirtió en uno de sus hombres de confianza, por lo que estaría próximo a ser nombrado cardenal.

Luis Infanti, actual obispo de Aysén, también suena como uno de los consejeros del Papa. Aunque el mismo obispo desmiente ser amigo de Francisco, sí reconoce que tiene mucha cercanía con Juan Grabois, amigo del Papa y dirigente social argentino, que organiza los encuentros de Francisco con los movimientos populares. Los mismos en los que Infanti ha participado dos veces.

Aunque más allá de los consejos y las expectativas de cambio al interior de la Iglesia que genera el caso chileno, todo se definirá en Roma, durante la reunión que tendrá Francisco con los obispos. Cada uno de ellos va por su cuenta e incluso llegarán en fechas distintas. Y a pesar de que en la Cech se ha hablado de la posibilidad de hacer un planteamiento en conjunto a Francisco, eso no se ha concretado. Sí hay algunos obispos que han preparado, por separado, documentos para el Papa.

Uno de ellos es monseñor Infanti, quien comenta que hace 15 días se realizó una jornada pastoral en Aysén a la que asistió gran parte de la comunidad cristiana. En ese encuentro aparecieron sugerencias, como una mayor participación de las mujeres y la idea de un encuentro mundial que se realizará en agosto, en Coyhaique, sobre bienes comunes como el agua y la tierra. Todo eso está contenido en un documento que el obispo de Aysén espera leerle a Francisco.

-Lo que yo preveo es que haya un remezón fuerte en la Iglesia chilena. Me refiero a salida de obispos. Además, remezón quiere decir darle un nuevo rumbo a la Iglesia en Chile. El Papa busca dar una señal de cambio, si no, no nos llamaría a Roma. No es para alabarnos, ni para sobarnos el lomo -dice Infanti.

Se espera que el Papa tenga propuestas para el corto, mediano y largo plazo. Y que estas las discuta en reuniones grupales, pero también con cada uno de los obispos en privado. Para ver uno a uno la disponibilidad que tienen para asumir una diócesis distinta a la actual.

-Francisco abordará un cambio profundo en cuanto a la mentalidad, al estilo y a las actitudes de la jerarquía eclesiástica. Y eso exige que los obispos se vuelvan a formatear en clave del Concilio Vaticano II. Ese cambio de fondo exige cambios de personas en el episcopado -explica José Manuel Vidal.

La reunión está en la mira de todo el mundo. Incluso, Francisco citó a antiguos líderes de diócesis a participar. Juan Luis Ysern, obispo emérito de Ancud, confirma que llegará el 10 de mayo a Roma. La noticia fue comunicada hace 11 días por Fernando Ramos, el secretario general de la Cech, a todos los obispos y arzobispos eméritos. Otro de los que se dice irían a la reunión sería Manuel Donoso, arzobispo emérito de La Serena. Esta invitación, dicen cercanos al clero, tendría, además, otra intención: asegurar la presencia de los cardenales Errázuriz y Medina en la cita.

Santiago: la joya de la corona

A pesar de que ninguna diócesis está por sobre otra, la Arquidiócesis de Santiago es especial. Primero, por la cantidad de católicos que alberga: más de tres millones. Segundo, por la visibilidad que tiene.

Por eso, la decisión que tome Francisco en relación a Santiago es crucial. Antes de tener un nombre, debe optar por tener a Ricardo Ezzati un tiempo más hasta designar a un nuevo arzobispo o simplemente comunicarle su salida en Roma.

Las opciones que corren con ventaja para Santiago, hasta ahora, son dos. Después del informe Scicluna, ha tomado fuerza René Rebolledo, actual arzobispo de La Serena. Fuentes cercanas al Arzobispado de Santiago explican que lo que estaría buscando Francisco es un perfil mucho más joven e influenciable, que pueda controlar desde Roma. Pero Rebolledo tiene un detalle: fue el antecesor de Juan Barros en Osorno. E incluso fue a apoyar a Barros en la toma de posesión.

El segundo candidato es más conocido. Ante la escasez de opciones, el actual obispo castrense, Santiago Silva, es una buena carta, porque sigue una línea parecida al Papa. Aunque su figuración y presencia mediática fue mínima, por no decir inexistente, hasta antes de la carta del Papa Francisco a la Cech.

Monseñor Infanti, en relación al nuevo perfil que el Papa Francisco estaría buscando en los próximos obispos, explica un posible giro.

-Ya no basta con ser gerentes de una empresa, como de repente podría ser alguien en la Iglesia, sino que es ser animadores, guías y testigos sensibles ante las problemáticas actuales. Tenemos que volver a ser una Iglesia profética y valiente -dice Infanti.

Si así fuera, la señal que daría la elección del nuevo arzobispo de Santiago significaría el término de una era en la Iglesia Católica chilena.

Desde hace 35 años, con el arzobispo Juan Francisco Fresno, la línea de Ángelo Sodano es la que ha mandado. En ese contexto, Santiago es una arquidiócesis clave. La única del país desde la que los arzobispos han sido ungidos cardenales, salvo el caso de Medina, que fue directo a Roma. Pero nunca, en 35 años, ha habido un cambio de línea en su manejo. Eso pese a que la Iglesia chilena es diversa y tiene sectores muy progresistas -como el liderado por Alejandro Goic-, que no necesariamente están de acuerdo con la línea más conservadora de los obispos apadrinados por Sodano. Por eso, la señal de Santiago puede ser clave. Con la influencia de Sodano, Medina, Errázuriz y Ezzati disminuida, quien asuma la arquidiócesis pasará a ser la figura central del rearme de la Iglesia chilena y su bloque ganará influencia.

En ese cuadro, podría aparecer un tercer candidato para Santiago.

Fue poco antes de que Juan Barros asumiera en Osorno, en marzo de 2015, que Fernando Chomalí viajó a Roma. El motivo: asistir a una comisión de bioética.

Pero tres obispos, entre ellos Alejandro Goic y Juan Luis Ysern, tenían otra misión para él.

Una carpeta con documentos, para que el Papa echara pie atrás en la designación de Barros, era la encomienda especial que debía llevar el actual arzobispo de Concepción a Roma. Existía la posibilidad de que tuviera un encuentro breve con Francisco. Y lo tuvo.

Apenas Chomalí le pasó la carpeta, Francisco vio que era un dossier sobre Barros. Según fuentes eclesiásticas, el Papa le habría manifestado que el nombramiento del obispo era asunto cerrado. Días después, Chomalí apareció en la ceremonia de toma de posesión de Barros en Osorno.

Algunos sectores del clero chileno indican que el Papa podría hacer algunos gestos de reivindicación, especialmente con los obispos que sí le informaron sobre Barros. Uno de ellos sería Fernando Chomalí.

No es el candidato ni de Ezzati ni de Errázuriz. Ni, dicen cercanos al Arzobispado de Santiago, de nadie. Pero en un escenario tan incierto, Chomalí, el posible tercer candidato, podría ser la figura central de la prueba de fuego de Francisco.

Aunque, después de su carta, solo hay algo seguro: el Papa tendrá la última palabra.