El domingo pasado fue como el primer día de clases para varias autoridades. Asumió Sebastián Piñera como Presidente, juraron nuevos ministros y un buen número de parlamentarios que por primera vez aterrizaban en el Congreso. Pero las noticias del plano político fueron de a poco cediendo terreno a otros asuntos: conversaciones y comentarios sobre la apariencia y el arte -o desastre- para vestirse de los protagonistas.

Los responsables principales de que eso ocurriera fueron algunos diputados.

Pamela Jiles apareció envuelta en un abrigo que simulaba una armadura con plumas y cristales. Camila Vallejo llegó con una polera con la cara de la escritora francesa Simone de Beauvoir, ícono del feminismo. Emilia Nuyado, la primera diputada mapuche, vistió un traje tradicional. Raúl Alarcón, más conocido como Florcita Motuda, fue el que llegó más lejos: capa blanca con estrellas negras, antenas en la cabeza, una polera con su cara y zapatillas. "Es mi vestimenta de gala", se defendió él ante las cámaras.

"Fue un gesto político: aquí entra el Florcita Motuda que todos conocen y al que este lugar no va a cambiar", profundiza hoy el músico. Asegura que en el Congreso nadie le hizo un solo reparo ni recibió muestras de desagrado por su vestimenta, sino todo lo contrario. "Estuve sentado con la gente de la derecha y me decían 'quédate aquí para que salgamos en la foto'", agrega Alarcón, quien el martes apareció por el hemiciclo "de civil" -como define él-, con una polera de Jimi Hendrix y jeans.

Los diputados Alarcón, Vallejo, Jiles o Nuyado fueron tema obligado en la sobremesa del domingo y en las redes sociales. Varios hablaron del famoso dress code: esas reglas precisas de cómo vestirse en determinadas situaciones, que a veces se especifica en las invitaciones -tenida formal, de etiqueta, casual o cóctel-, aunque en la mayoría de las ocasiones no están escritas y funcionan por sentido común. Otros, por el contrario, celebraban ese domingo las performances de los diputados, defendiendo el derecho a diferenciarse y preguntándose si tenía sentido en pleno siglo XXI que alguien pueda decirle a otra persona cómo vestirse.

A Sergio Arias, diseñador de vestuario y asesor de los ex ministros Rodrigo Peñailillo y Rodrigo Hinzpeter, no le causó gracia ver a Alarcón y Jiles vestidos así: "Cayeron en lo ridículo. Hay que ubicarse; el Congreso no es un escenario ni la televisión, es un lugar donde se tratan temas relevantes".

Para Atilio Andreoli, quien vistió por años a Ricardo Lagos, es evidente que ciertas obligaciones en el vestir se han suavizado. "Sabiendo que eso tiene que ver con los nuevos tiempos, yo les pediría a las personas que, si bien cada uno puede 'indumentarse' como quiere o como su fe, rango, locura o libertad le diga, lo haga cuidando los materiales y la elaboración. Que no se vea disfrazado", opina.

Andreoli reconoce que le habría resultado contradictorio ver a Florcita Motuda con traje y corbata para el cambio de mando y lo argumenta con una anécdota histórica: cuando en 1987 la actriz porno italiana Ilona Staller -la popular Cicciolina- llegó al Parlamento de su país, lo hizo vestida con minifaldas y abiertos escotes. "Claro, no iba a llegar vestida como la Gabriela Mistral o la Margaret Thatcher".

Duro de matar

La socialité Drina Rendic, presidenta del capítulo chileno del National Museum of Women in the Arts, vivió 20 años en Estados Unidos y dice que en ese país aprendió para qué sirve el código de vestimenta. "Cuando invito a mi casa siempre entrego el dress code, porque ayuda a la gente a saber qué ponerse. No quiero que alguien se sienta mal si todos van con corbata y uno es el único que no".

La asesora de imagen Francisca de la Fuente está de acuerdo con la vigencia del dress code, sobre todo en ámbitos laborales, como la banca o el gobierno. Una oleada de formalidad que, según ella, se ha visto impulsada por el surgimiento de academias de asesoría de imagen en Europa y Estados Unidos. "La formalidad se está retomando. Antes todo era súper formal, después la gente se fue relajando y ahora se ha puesto muy de moda otra vez el tema", dice.

Rendic cree que si bien en círculos empresariales o ligados a la filantropía están más acostumbrados a esta clase de especificaciones, en Chile no es tan extendido su uso. "Pero a mí sí me lo preguntan y digo: cóctel, hombres con corbata, o traje oscuro y corbata, o chaqueta y corbata. Mujeres, casual-chic. Relajadas, pero no rotosas", bromea.

Aparte de las fiestas de Rendic, en varios lugares del país el dress code está explícito en sus reglamentos. El Club Hípico de Santiago tiene un estatuto interno para las 86 jornadas de carreras del año. Los socios que acceden al quinto piso deben usar polera con cuello o camisa y pantalón largo. Nada de shorts, bermudas ni zapatillas, siempre con zapatos. El directorio y sus invitados, que ocupan el sexto piso, llevan tenida formal, hombres y mujeres. Sólo en la temporada estival se pueden sacar la corbata.

En el Club de la Unión no están permitidas poleras, beatles, parkas, jeans o zapatillas; y en su comedor principal es aún más estricto: sólo tenida formal. El restaurante 040 puede rechazar clientes con pantalones cortos o hawaianas, al igual que el Baco (ver recuadro). De lunes a jueves en el comedor Riquelme del Club Naval de Valparaíso sólo se puede entrar con tenida formal.

El Country Club de Santiago también tiene normas: en el comedor principal no se puede usar ropa deportiva, short o bermudas; en el pub lo mismo, pero se permiten las bermudas. En la terraza no se puede almorzar con traje de baño. En el café, cerca del gimnasio, no se permite almorzar con bata blanca y en el quiosco de la piscina se puede estar con traje de baño, pero siempre con polera. En el Club de Golf Cachagua sólo se pueden usar las canchas de tenis con "tenida formal de tenis": trajes de baño, poleras sin mangas o jeans quedan fuera. Ni hablar de sacarse la polera.

En las oficinas cada vez están más extendidos los viernes informales, los que al final también terminan transformándose en dress code. La norma es sacarse la corbata. Según una encuesta de Trabajando.com, la mitad de las empresas en Chile tiene políticas de viernes informales y el 89% de los consultados lo aprueba.

Sin embargo, cuando la regla no está escrita puede generar malentendidos. Sergio Arias cuenta que algunas empresas tuvieron que poner normas explícitas al casual friday: "La gente creyó que era como ir de picnic el domingo y no, pues, mi viejo, hay que ubicarse en el contexto. Estás yendo a trabajar, no puedes ir con jeans rotos o una polera llena de estampados".

El sicólogo organizacional Ignacio Fernández, socio de LEAD Institute, cree que esta informalidad del último día hábil se asocia más a hombres que a mujeres y que en el caso de los ejecutivos sigue estando estandarizada: pantalón beige y camisa celeste. Un clásico.

No siempre funciona la buena onda de los viernes. Fernández recuerda una multinacional con base en Chile donde hace unas semanas un trabajador llegó al día informal con guayabera. "Lo pararon de una. Lo llamó el jefe y le dijo: 'viejito, se te pasó la mano'. La empresa actúa cuando las personas transgreden el acuerdo tácito y se lo hacen explícito", explica Fernández.

El chip interno

Para la sicóloga social Alejandra Energici, académica e investigadora de la U. Alberto Hurtado, la polémica en torno al dress code del Congreso reveló justamente eso: la ropa no es tema hasta que alguien rompe el consenso social y se viste distinto. "Cuando Florcita Motuda entra vestido así, nos muestra que existe una regla súper clara respecto de cómo uno tiene que vestirse para esas situaciones", dice. Esto ocurre, agrega, porque socialmente subestimamos la importancia de la ropa, "pero toda nuestra vida social está determinada por ciertos códigos de vestimenta, porque las prácticas sociales se constituyen en relación a eso".

De esa manera, el dress code funciona también como un chip que llevamos incorporado, del cual no siempre somos conscientes, pero que actúa de inmediato frente a una situación específica. "¿Irías al matrimonio de un amigo de jeans y zapatillas? No. Nadie te va a decir que no vayas con zapatillas o que no te vistas de rojo para un funeral; eso se te va a ocurrir a ti, son cosas implícitas y que caen de por sí", dice Sergio Arias.

El sastre agrega otro punto importante en el tema: un código de vestimenta no es lo mismo que uniformar. "El dress code da el marco de un tipo de vestuario, pero dentro de él da cierta libertad. No tienen por qué andar todos iguales, como sí pasa con un uniforme", explica Arias. Concuerda la asesora de imagen Francisca de la Fuente: aclara que muchas veces las empresas abusan del término usándolo para definir lo que simplemente son uniformes de trabajo, como podría ser la vestimenta de quienes atienden en una isapre.

Un caso en el otro extremo son las empresas como Google, que de entrada dejan claro que no tienen dress code. La gente puede ir vestida como quiera. "La diversidad es un valor fundamental de nuestra cultura corporativa, en todos los ámbitos -explica Alejandra Bonati, gerenta de Comunicaciones de Google Chile-. La informalidad no tiene nada que ver con el profesionalismo".

La ley del Congreso

Una chaqueta café de gabardina y sin corbata. Ese fue el look del diputado Gabriel Boric hace cuatro años, cuando asumió por primera vez como diputado. Su tenida no les gustó a algunos de sus colegas que pidieron al ex dirigente universitario usar terno y corbata. "Al principio lo encontré ridículo, absurdo y banal", dice hoy el parlamentario magallánico. "Después, reflexionando un poco más, me di cuenta de que algunos creen que entrar al Parlamento es pasar a ser parte de un club exclusivo en el que todos se rigen bajo las mismas normas, son homogéneos, parte de la élite. Ante eso me rebelo".

Aquella vez su colega de la UDI Ignacio Urrutia protestó en plena sesión: "A todos nos gustaría estar en camisa con las mangas arremangadas, pero no es lo que corresponde estando aquí dentro del hemiciclo. Por favor, haga cumplir el reglamento, señor presidente", le solicitó al entonces presidente de la Cámara, Aldo Cornejo. Lo que no sabía Urrutia es que ni para senadores ni diputados ha existido jamás un reglamento de vestimenta.

En la Cámara Baja cuentan que el DC Patricio Vallespín, diputado desde 2006 hasta la semana pasada, asistió al hemiciclo mucho antes que Boric sin corbata. Usaba camisas con cuello tipo mao, pero nadie pareció escandalizarse. Cuando sí hubo un pequeño escándalo fue en noviembre de 1970, para el cambio de mando en que asumió Salvador Allende. El socialista llegó al Salón Plenario del Congreso con terno negro y corbata, en lugar del tradicional frac de levita y humita blanca, el "uniforme oficial" hasta ese entonces de las autoridades nacionales en esta clase de ceremonias. Después de Allende, tomaron juramento también con terno y corbata Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos y Sebastián Piñera. Michelle Bachelet tuvo más margen: en los cuatro cambios de mando en que ha participado se le ha visto de blanco, de azul y de negro.

Guillermo Miranda, jefe de relaciones públicas, ceremonial y protocolo del Senado, aclara que el dress code opera para ceremonias oficiales -como los cambios de mando o cuentas públicas-, donde las invitaciones se cursan especificando un código de vestimenta: las autoridades políticas deben ir "formales" y las de las Fuerzas Armadas y eclesiásticas, "de gala".

Asunto distinto, ya lo sabemos, es que los invitados sigan esas recomendaciones. Aún menos obligados están los parlamentarios. Como no hay reglamento, tampoco hay sanción. Sólo opera el criterio.

El sastre Atilio Andreoli, medio resignado, dice que cuando se relativizan cosas más importantes que la vestimenta, como el lenguaje, no hay demasiado margen para poner atención a otros aspectos: "En un país como Chile, donde la mayoría de las personas se expresa pésimo, no saben leer, ni desarrollar conversaciones con otros -y estoy incluyendo también a la clase dirigente-, ¿qué podemos esperar de su forma de vestir?".

RECORDADOS ANTECEDENTES

La corbata de Boric

El 11 de marzo de 2014, el ex dirigente estudiantil Gabriel Boric se estrenó en el Congreso y se transformó en protagonista al aparecer con una chaqueta informal, camisa arremangada y… sin corbata. Esto provocó críticas de otros diputados. Denunciaron falta de respeto y pidieron que se activara un mecanismo de sanción, que no existe.

Abogados anti Hello Kitty

En 2015, el bufete Bofill Escobar Abogados hizo noticia cuando se filtró su código de vestimenta para las mujeres de la oficina bajo el título "Recomendaciones sobre imagen corporativa". Allí aparecía como "no recomendable" la ropa ajustada, deportiva, las telas con estampados, con encajes o lentejuelas, con brillos, colores neón, la "mezclilla" en cualquiera de sus formas, los pantalones cortos, los "hot pants" y las calzas. Quedaba prohibido mostrar la espalda o el ombligo. También usar zapatillas deportivas, sandalias, zapatos con plataforma o calzado en malas condiciones.

En el capítulo dedicado al pelo, se estipulaba que las mujeres no podían llevar teñidos de colores no naturales ni un largo más allá de la cintura; se prohibía el exceso de laca o el estilo infantil, excesivos chapes y pinches. También las uñas excesivamente largas o con colores muy llamativos, las bisuterías muy grandes o la ropa interior a la vista. Y esa frase para el bronce: los accesorios de Hello Kitty no se ven profesionales.

Desde el estudio dicen que hoy ese reglamento no se usa.

Baco, dios del dress code

"Una amiga me invitó al Baco. Yo andaba con chalas. Ella también. El garzón me trajo zapatos (dos números más chicos). A ella no. ¿Machismo?", escribió en su cuenta de Twitter, en febrero del año pasado, el activista LGBTI Luis Larraín. Él reclamaba por la diferencia de criterio del restaurante entre él y su acompañante, pero lo que quedó en el aire fue el dress code del lugar. Frédéric Le Baux, dueño de Baco, explicó a La Segunda que tuvieron la "obligación de poner reglas", porque su clientela no está dispuesta a comer al lado de una persona que no está correctamente vestida. "Las hawaianas y las musculosas para mí no son parte de la vestimenta", dijo.

El Che y la Armada

Le dicen "el compañero Yuri", es concejal por Valparaíso de día, y de noche atiende su carrito de comida que vende sándwiches como "el guerrillero" o "el combatiente". Es Yuri Ilin Zúñiga, quien en marzo de 2017 asistió a un acto oficial de la Armada con una boina del Che Guevara. Su vestuario fue muy comentado en las redes sociales. Entre los que opinaron estuvo el ex comandante en jefe de esa institución, Edmundo González. "Más allá de toda discusión ideológica, se le debió exigir a este concejal lo que decía la invitación: tenida formal", escribió en Twitter. Zúñiga se defendió: "Yo no ando disfrazado del Che, tengo una barbita y una boina. Siempre he sido así, dentro de lo folclórico que soy", contó a La Segunda.