El fantasma de Felipe Camiroaga sigue ahí, rondando. Es un ánima en pena, un espectro con el que la tele chilena no ha hecho las paces, que no lo ha dejado ir porque no comprende aún qué significa su ausencia. Este Festival no es la excepción. Ante una pauta más bien precaria dado los artistas invitados al show y la carencia absoluta de ideas nuevas en relación al evento, Canal 13 anotó un punto al contratar a Raquel Argandoña para La Movida. Argandoña había desaparecido de los medios y lo último que supimos de ella fue un docureality fracasado donde mostraba la intimidad falsa de su familia, una ficción que -a la luz de los años- puede ser recordada como candorosa al presentar el glamour de un jet set mediterráneo que jamás existió en Chile.

Pero Argandoña sabe lo que vale ser una villana televisiva. En el 13 se demoraron menos de un segundo en percibir que la sangre seguía saliendo de las heridas abiertas de su pelea con Tonka Tomicic el 2007, cuando ambas eran panelistas de un Buenos días a todos animado por Camiroaga. No importan los detalles de esa pelea, que incluía celos, cirugías estéticas y la disputa por quien marcaba más puntos de rating. La crisis fue total y quizás marcó el momento en el que el viejo matinal de TVN comenzó a hacer agua. Lo importante: Tomicic estuvo ahí uno o dos años más al aire y luego se fue al 13.

Argandoña también se había ido y no se toparon por una década hasta que volvieron a verse las caras el sábado en Bienvenidos. Las imágenes del reencuentro hablan por sí solas: son tan falsas que pueden llegar a parecer verdaderas. Ahí dan vueltas Martín Cárcamo y Di Mondo, vemos al fondo la playa y todos bailan en una fiesta más bien mecánica. Entonces Tonka recibe a Raquel con un abrazo. La música suena fuerte y ellas son enfocadas desde atrás y nos perdemos el primer plano, la tensión de los rostros. Pero Tonka entiende lo que está pasando y repite el abrazo para las cámaras.

Luego vendrán la reconciliación y al día siguiente, en La movida, Argandoña repasará el escándalo y administrará los detalles con eficacia, narrando una reunión/fiesta de cumpleaños en la casa de Camiroaga donde hubo llantos y nadie trajo torta.

Por supuesto, los detalles de lo anterior son intranscendentes pero tienen el drama que ha sido esquivo en este festival cuyo costado más transgresor ha sido el shock de los comentaristas de moda por el vestido indígena de Mon Laferte. Por lo mismo se agradece que esta inesperada pelea generacional de divas suba el nivel trash del Festival porque quizás representa el enfrentamiento entre dos formas de concebir el espectáculo: Argandoña como una de las últimas sobrevivientes de la farándula de la dictadura, como alguien que está más allá de todo; versus la sonrisa brillante pero feroz y silenciosa de Tomicic, quien se ha ganado a pulso su estatus de diva.

La mención de Camiroaga solo le dará más drama al asunto, se interpondrá entre ellas como un muro, acaso una animita a la que Argandoña se encomendará cuando hable de él, lanzando un beso al cielo.

Todo lo anterior, en el reducido microclima del Festival, será más divertido que la resaca de la gala del viernes, la llegada de Maluma o las expectativas sobre las actuaciones de Los Fabulosos Cadillacs y Los Auténticos Decadentes la primera noche, dos sandías caladas salidas directamente de los fogones playeros de la memoria del público. Todo lo anterior, el domingo por la tarde, tendrá más nervio que lo transmitan en Fiebre de Viña de Chilevisión pues será el último eco de un escándalo a la antigua, de la pura maldad pura encarnada de estrellas que alguna vez quisieron arrancarse los ojos.

El fantasma de Camiroaga se paseará ahí como un recuerdo insoslayable o un viento helado en un homenaje a la banalidad feroz de los Festivales pasados, a esos dramas tensos e inútiles y ahora imposibles, a las cuchillas y los estoques y las mordidas ahora imposibles en nuestra tele.