Mucho se ha escrito sobre la aparición electoral del Frente Amplio, una agrupación de agrupaciones que viene a tomar el lugar de la izquierda tradicional, sobre las cenizas de la Concertación. Fuera de todas las preguntas que ya se han hecho sobre a sus ideas, su orgánica o su estilo, cabe cuestionar la manera en que se debe formular una nueva derecha, que logre articular un ideal de país diferente al impulsado por Giorgio y sus compañeros.

El estado de los partidos mayores de la coalición es pobre. Uno de los ejemplos claros de esta necesidad de trasformación es la UDI, que renegó de sus ideas y estilo, y dejó de dar tiraje a la chimenea, lo que los hizo transitar desde el "partido más grande de Chile" a inicios de los 2000 a un sonado fracaso parlamentario. Entender ese fracaso es una clave del éxito: el poder y el tamaño que logra un partido nunca es un fin en sí mismo, sino que debe utilizarse en favor de un proyecto político. Eso es lo que debe entender una nueva derecha.

De ahí que la nueva derecha debe guiar un proceso de destrucción creativa, en la cual los antiguos liderazgos pasen a retiro, en la jerga de los coroneles. Este proceso no será pacífico: nadie suelta la teta del poder sin cacarear un buen poco.

¿Cómo liderar este cambio hacia una derecha a la altura de los tiempos? Propongo tres ideas.

Primero, incorporar el pan, pan, vino, vino. Para disputar el poder es fundamental tener definido el objetivo, sea en su aspecto político o programático. De la misma manera, se debe transmitir a la ciudadanía con la misma claridad: a esto vamos, esto proponemos. El ejercicio de honestidad tiene como consecuencia que se conozcan de antemano los diagnósticos y caminos del sector, lo que hace que ese mismo sector sea predecible para las personas.

Segundo, entender que el hábito no hace al monje. La nueva derecha no sólo tiene que parecer nueva, debe serlo. Eso aplica para el diagnóstico político que se realice, las acciones que tome, la reflexión y el conocimiento de la praxis. Sobre todo, tiene que tener preocupación máxima por los estándares morales que guíen su acción, tomando en cuenta los crecientes niveles de escrutinio por parte de la ciudadanía y las nuevas tecnologías.

Tercero, aprender que el que no se arriesga no cruza el río. Una de las lecciones más claras de la elección -encarnada en Beatriz Sánchez y José Antonio Kast- es que quienes tuvieron pantalones para defender ideas propias tuvieron una mayor rentabilidad electoral. Esta audacia también corre para eliminar lógicas antiguas, y para no tener complejos en patear el tablero del sector, incorporando nuevas temáticas al bagaje cultural de la derecha: sustentabilidad, Estado reducido, el rol de las artes, la ciencia y la tecnología.

En suma, claridad, audacia y transparencia son tres direcciones en que avanzar. Pero hay un asunto más: como mostró el Frente Amplio, no se puede esperar a que los adversarios cedan el poder para tomarlo. Se requiere determinación en el objetivo, algo que la nueva derecha deberá entender, para poder disputar realmente el mapa del poder palo a palo con el rival.