Hace algunas semanas supimos que, después de tres años, Central y Newell's volvían a enfrentarse.

Los que conocíamos la historia, la guardábamos como un secreto invaluable. Como esas cosas que no se quieren compartir, por miedo a que pierdan su encanto. Había ocasiones -cuando la tarde en el bar se estiraba más de la cuenta o la sobremesa del domingo se acallaba por el sonido de la tetera que avisaba que había llegado la hora del té- en que largábamos apenas la punta de un relato: "¿Sabías que al 'Che' (Guevara) lo enterraron con una camiseta de Central?" o "¿Te dice algo la fecha 19 de diciembre de 1971?".

Entonces habían dos caminos: o contar lo del "Che" o contar lo que ocurrió ese día glorioso para los hinchas de Central. Y si éste último resultaba ser el derrotero, también había una bifurcación por dilucidar: o contabas el cuento que escribiera Roberto Fontanarrosa, que lleva por título 19 de diciembre de 1971, y que narra las desventuras de un grupo de hinchas de Central que deciden llevar al estadio al "Viejo" Casale, quien nunca ha visto perder al equipo de sus amores: o, derechamente, contar lo que ocurrió en verdad ese día, cuando Central (Rosario Central) y Newell's Old Boys se enfrentaron por las semifinales del Torneo Nacional del 71. Y, en ese afán, dejar de lado todo lo que pudo ocurrir a lo largo de esos 90 minutos para centrarse en unos pocos segundos, cuando Aldo Pedro Poy queda suspendido en el aire y golpea con la testa, en palomita perfecta,  la pelota que llegaba desde la izquierda o la derecha, no lo sé. Por ahí, podías mostrar la foto que te habías traído del único viaje que hiciste a Rosario, esa postal con colores falsos, en la que aparece el vuelo de Poy, el gesto desesperado de De Rienzi, el central de Newell's que intenta impedir lo inevitable.

La historia, en verdad, comenzó mucho antes. Y a los iniciados nos deleitaba narrarla, quizá porque no era una historia del todo edificante, porque era imperfecta, impía, poco virtuosa, como la vida. ¿Por qué unos se llamaban "canallas" y los otros "leprosos"? Entonces, había que hablar de ese partido a beneficio de un leprosario que había en las afueras de la ciudad, allá por la década del 20. Y explicar que los de Newell's llegaron a la cita y hasta salieron a la cancha, y esperaron a que los otros, los de Central, aparecieran; lo que nunca pasó. De ahí a que les llamaran "canallas" hubo solo un paso; el mismo que demoraron en devolverles el título de "leprosos".

Por ahí alguno tuvo la suerte de ir al museo de la Ocal (las siglas de la Organización Canalla Anti Lepra) y vio el apéndice de De Rienzi que un médico hincha de Central guardó como trofeo de guerra, luego de que el futbolista llegara de urgencia aquejado de una apendicitis; después de todo, el gol más importante de la historia de su club había rozado ese apéndice. O presenció la celebración eterna y repetida del tanto de Poy, en una plaza, en la puerta de un restorán, en la playa o donde se lo pidieran al veterano Aldo Pedro.

Hace algunas semanas supimos que, después de tres años, Central y Newell's volvían a enfrentarse. Y nos deleitamos con la previa. El banderazo de Newell's, que reunió a 40 mil hinchas de los "leprosos" en un entrenamiento, abrió los fuegos.

Todo iba bien hasta que supimos que en las páginas del The New York Times hablaban del clásico entre "canallas" y "leprosos". Y supimos que a partir de entonces, ya nada volvería a ser lo mismo. Volveremos a ver el clásico (o a oírlo) con la misma intensidad de siempre. Nos acordaremos de la paloma de Poy -al fin y al cabo somos "canallas"-, del apéndice de De Rienzi, de esos "leprosos" que esperaron una ayuda que nunca llegó. Y nos despediremos para siempre de un secreto que ya está en boca de todos, que ya no se cuenta sotto voce.