Para visitar la India entenderla y disfrutarla se debe ver con otros ojos y sacarse el traje de occidental. Fascina su cultura alucinante llena de colores atrapantes. Lo que es caos para nosotros, para ellos es intrínseco a su realidad. La muerte arde en las riberas del Ganges. Abundan gurús y predicadores. La veneración de dioses es interminable.

Cuenta la historia que los indios, en plena dominación inglesa, fueron desafiados a jugar un partido de fútbol. Éstos llegaron con sus impecables zapatos y ellos descalzos. Las burlas no se hicieron esperar. Corolario, ganaron los de pies desnudos. Sin zapatos jugaron las Olimpíadas 1949 en Londres. Francia apenas les gano 2 por 1. Para el Mundial Brasil 1950, exigieron jugar al viejo estilo, sin zapatos. La FIFA se los prohibió y ellos tozudos, no asistieron. En los Juegos de Helsinki los eliminaron rápidamente: el clima frío les entumecía los pies y perdieron por goleada. En Melbourne 1956, asisten pero jugaba medio equipo con zapatos y los otros descalzos. Ésta es la controvertida India donde según sus creencias las vacas son sagradas.

En Chile, en tiempos de crisis, el presidente de la U usó estos términos frente a su capitán. Éste bajó la cabeza y tuvo que rumiar. Ésa es la India donde nuestra sub 17 tiene pasajes ya en los bolsillos. Depende del resultado frente a Ecuador. O ni siquiera.

Un equipo edificado con puros jornaleros, sin arquitectos, ingenieros ni capataces, sin vacas sagradas y un sólo dios. Pala y cemento bajo el sol.

Han avanzado con garra y rigor. La estética de su fútbol brilla por su ausencia. Es una cuadrilla de obreros que quiere edificar en el país de los pies descalzos. Tienen sus méritos al responderle a una afición que arrisca la nariz por su "falta de fútbol y elaboración". Su frontalidad, carente de tejido, filigranas y armonía conceptual, le ha bastado para acunar sus sueños.

En resumidas cuentas, la sub 17 de Chile es una selección descalza y desnuda en muchos sentidos.

Como en el cine indio, si la película no gusta, hay que conformarse con un happy end.