LA ECONOMIA chilena se está desacelerando rápido, de eso no cabe ninguna duda. Lo que algunos argumentan es que esta desaceleración es puramente un fenómeno que se explica por factores externos, mientras que otros creemos que la reducción en la actividad económica tiene también una explicación netamente local.

Quienes somos de la opinión que la desaceleración de la economía chilena en parte responde a la mayor incertidumbre generada por los anuncios de reformas contenidos en el programa de la Presidenta electa Michelle Bachelet, tenemos a nuestro favor el haber advertido hace varios meses que esto iba a ocurrir. En efecto, el 17 de junio pasado, cuando las expectativas de crecimiento de Chile para el 2014 eran aún cercanas al 5%, publicamos un análisis comparativo del programa de Michelle Bachelet con el programa de primera vuelta de Ollanta Humala en Perú, en el que se advertía de las similitudes de ambos y del negativo efecto que el programa de Humala había tenido en la tasa de inversión peruana.

La abrupta caída en las expectativas de crecimiento que ha experimentado la economía chilena en los últimos meses plantea la legítima pregunta de si no será mejor posponer la reforma tributaria. Desde mi punto de vista, la reforma tributaria planteada por el nuevo gobierno es y siempre fue inconveniente para el país. El aumento de la carga tributaria y la eliminación de los incentivos que permiten diferir los impuestos de las utilidades reinvertidas son un duro golpe a la capacidad de crecimiento de la economía.

Nunca suscribí la idea de que la reforma tributaria fuese necesaria para financiar el programa del gobierno entrante. La combinación de los ingresos tributarios que podía generar un país creciendo al 5%, más la reasignación de platas de programas de gasto que no están cumpliendo sus objetivos, además de los recursos adicionales que se pueden allegar por la vía de reducciones en la evasión tributaria, habrían generado recursos más que suficientes para llevar a cabo un buen programa de gobierno. Esto es aún más evidente si el nuevo gobierno renunciara al absurdo de financiar con platas públicas la educación universitaria de las familias más acomodadas.

Dicho lo anterior, mi convicción es que a estas alturas resulta imposible renunciar a la reforma tributaria. Ello se basa principalmente en un tema político y no económico. El gobierno entrante convenció durante la campaña presidencial a la mayoría de los chilenos que la reforma tributaria era imprescindible. Desdecirse ahora generaría un caos político al interior de la Nueva Mayoría y debilitaría fuertemente al gobierno. Por otro lado, la alternativa de postergarla para más adelante sería aún peor. El desorden político se generaría igual y la incertidumbre económica para el país permanecería por más tiempo.

En mi opinión, lamentablemente no queda más que hacer una reforma tributaria y hacerla lo antes posible. Lo único factible es moderar la ambición de recaudar tres puntos del PIB y modificar su contenido de manera que los incentivos al ahorro y a la inversión que la prometida reforma pretende eliminar, no sean parte de los cambios. Esto obviamente implica mantener el FUT, lo cual también parece ser políticamente difícil. Sin embargo, si lo maquillamos un poco y le cambiamos el nombre, quizás podamos mantener la esencia de las virtudes del FUT. Más que mal, la Concertación se reinventó como Nueva Mayoría y pasó de lo más piola.