La chilena de 90 años que murió a manos de Hamas

Gina Pak vivía en el kibbutz Kissufim. Allí hizo toda una vida: ayudó a organizarlo, a construirlo y a que creciera. Su familia la visitaba constantemente. “Era mitad chilena, mitad israelí”, dice su sobrino Michel Coren. Foto: Gina Pak / Cedida.

Hace más de sesenta años, una joven secretaria santiaguina decidió dar un giro a su destino: se fue vivir al desierto israelí, para ayudar a construir esa nación. Esa mujer, llamada Gina Pak, fue una de las víctimas del ataque del grupo radical palestino. Su familia, aquí en Chile, aún no entiende por qué su vida tuvo que terminar de forma tan violenta.


A pesar de que siempre estaba conectada a su Whatsapp, esa mañana Gina Pak no estaba contestando. Por lo general siempre lo hacía cuando Nelly, su hermana menor, la llamaba para saber cómo estaba. Eran largas conversaciones por audio, en las que se contaban en qué estaban y cómo iban sus vidas.

Pero Gina Pak, una mujer chilena de 90 años, residente del kibbutz Kissufim, al sur de Israel y a escasos tres kilómetros de la Franja de Gaza, esa mañana del sábado 7 de octubre, no contestaba. Por eso Nelly Pak y su hijo, Michel Coren, estaban empezando a asustarse.

No sabían mucho. Gina Pak vivía sola en una casa en esa comunidad agrícola. A pocos metros de su hogar estaba la casa de una sobrina, Lisset Pak. A través de ella, la familia Pak en Chile se enteraba de lo que estaba pasando.

-Mi prima del kibutz me dijo que estaba encerrada en su cuarto de seguridad- dice Michel Coren-. Que minutos atrás, a las 6.00, empezaron a sentir ruidos de motores, de balazos. Luego sonó la alarma de que iban a atacar el kibutz y corrió a encerrarse.

Mientras pasaban los minutos, los Pak se reunieron en la casa de Coren. Mientras Nelly, su madre, llegaba en un taxi, él se iba enterando de más detalles: militares del grupo Hamas habían cruzado la frontera de la Franja de Gaza, invadiendo el territorio israelí, y estaban asesinando a civiles. Ahí fue cuando a Coren, un médico cardiólogo, le dijeron algo que lo dejó helado: había posibilidades de que su tía estuviera muerta.

-Nosotros teníamos una pequeña esperanza de que quizás ella estaba bien- dice Coren, mientras junta sus manos y mira hacia su mesa del comedor, en su casa en La Reina.

El médico y su madre, que está frente a él, se emocionan. Él la mira y dice.

-Pensábamos que se había escondido. Que estaba fondeada por ahí. Que no le había pasado nada malo. Porque uno nunca cree que eso le podría pasar a uno.

Gina Pak y Michel Coren, su sobrino. Foto: cedida.

La aventura

Nelly Pak dice que la infancia que vivió junto a sus dos hermanas, Gina y Berta, fue dura. La atravesaron las carencias. Sus padres llegaron a Chile desde Rusia, escapando de la persecución que sufrieron los judíos sefardíes tras la Revolución de 1917.

Su padre, Abraham Pak, no sabía hablar español, solo yiddish: una mezcla entre hebreo y ruso. Trabajaba como vendedor ambulante. Fue en ese tiempo que nacieron las tres. Su primer hogar fue una casa en calle Coquimbo, en Santiago Centro.

Los ingresos de su padre eran pocos, dice.

-Nosotras nunca tuvimos juguetes. Pero teníamos ingenio. Hacíamos muñecas de papel, o jugábamos con piedras. Cuando uno es pobre, se las ingenia.

A pesar de eso, salieron adelante. Nelly Pak entró a la Universidad de Chile a estudiar Química y Farmacia. Gina Pak entró a un instituto comercial para ser secretaria. Ese hecho, junto con su entrada a trabajar en la Federación Sionista de Chile a principios de los años 50, cambió el rumbo de su vida. Ahí aprendió más sobre Israel, el Estado judío que se había fundado en 1948 en Medio Oriente. Le hablaron de la Aliyah, el proceso de migración hacia Israel para poblarlo, trabajar y establecerse definitivamente ahí. Así, en 1954, a sus 21 años, tomó un avión sin vuelta atrás a su nuevo hogar: la tierra prometida de la que le había hablado su padre.

Ahí, Gina Pak conoció lo que eran los kibbutz: comunidades rurales que se establecieron a lo ancho del duro desierto del Neguev. Estas se organizaban como una cooperativa. El de ella se llamaba Kissufim.

-Los kibbutz trabajan en forma mancomunada. O sea, no reciben sueldo. Funcionan de forma cooperativa. Son socialistas, realmente. Todo lo que producían, se repartía entre todos- explica Coren.

Gina Pak, junto a la comunidad de sudamericanos que llegó a Kissufim, trabajó la arena y las rocas para hacerlas cultivables. Inventaron nuevos sistemas de regadíos más eficientes. El desierto empezó a florecer. Con los años, los árboles que plantaron empezaron a dar pomelos, naranjas, granadas y paltas. También nacieron relaciones: se casó con un brasileño, Yaakov Semiatitz. Tuvieron dos hijas y un hijo.

Gina Pak y su esposo, después de su matrimonio. Foto: cedida.

A pesar de la distancia, no perdió el contacto con su familia de Chile. Al principio eran cartas que demoraban meses en ser respondidas. Luego, empezaron los viajes. Cuando su familia chilena iba a su kibbutz, que estaba cada vez más moderno y grande, disfrutaban de la tranquilidad del lugar, de las piscinas en verano y de los paseos en bicicleta. Cuando Gina Pak viajaba a Chile, visitaba el sur y la playa. Pero lo que más le gustaba era contemplar la Cordillera de Los Andes.

-Me decía que la extrañaba. Que le pasaba lo que le pasa a los santiaguinos cuando van a vivir a otro lugar: buscan la cordillera, porque nos sentimos extraños sin ese punto de referencia- dice Coren.

Lo otro que Gina Pak pedía siempre, dice su hermana, era que le llevaran recuerdos. Así, su casa se llenó de artesanías chilenas. En su living había ponchos de huaso y figuras de greda.

Sólo que debajo de esa vida tranquila, convivía el peligro de la guerra.

Gina Pak le contó a su familia que, cuando recién llegaron, en los años 60, hubo enfrentamientos entre palestinos e israelíes cerca de su kibbutz. Eso, hasta que el cerco a la Franja de Gaza, controlada por grupos palestinos, se intensificó. Ahí, decía Pak, hubo períodos largos de tranquilidad.

Pero el problema no se iba del todo. De vez en cuando, le decía a su familia que caían cohetes que eran lanzados desde Gaza. Se estrellaban cerca de su comunidad.

-Es que el kibbutz está muy cerca. Se veía el techo de las casas de Gaza desde el segundo piso de su casa- comenta Coren.

A pesar de esto, dice Coren, a los kibbutz cercanos a Gaza les daba tranquilidad el apoyo de su Ejército. Había un monitoreo constante de la frontera.

-Es que ellos tenían confianza en el sistema de seguridad-afirma el médico-. Sentían que la probabilidad de que llegara un grupo armado hasta su casa era bajísima.

Los años pasaron y Gina Pak enviudó. Sus tres hijos se fueron del kibbutz a vivir a otras ciudades, como Tel Aviv y Jerusalén. Ella quedó sola en el hogar que construyó. Los años hicieron lo suyo. Ya le costaba caminar. Cumplió 90 el 6 de septiembre. Para moverse, se ayudaba de un carrito eléctrico.

Ese cumpleaños, Nelly Pak habló por Whatsapp con su hermana Gina. Allí, ella le dijo que quería que la visitaran en su kibbutz.

-Le dijimos, es que mira, el dólar está tan caro. Ella nos dijo, no, esa no es razón para no venir. Estaba deseosa- recuerda la químico farmacéutico.

Nunca más volvió a conversar con ella.

La mañana en que Michel Coren se enteró del ataque de Hamas, su prima le dijo que lograron salir de su cuarto de seguridad. Los militares israelíes recuperaron el kibbutz Kissufim.

Gina Pak en el jardín de su casa en el kibbutz. Foto: cedida.

Luego, empezaron a llegar los reportes de la barbarie. Hamas había matado a mil doscientas personas en un fin de semana.

Pero faltaba una noticia: justo la que no querían recibir.

Gina Cohen intentó refugiarse en su cuarto de seguridad. Pero, según la tesis que maneja la familia, no logró sellarla de forma adecuada. Milicianos palestinos entraron a su casa y la sacaron de esa habitación. La mataron de un balazo en la cabeza.

Cuando supieron, Coren abrazó a su madre Nelly. Dice que nunca habían sentido tanto dolor.

La cordillera

Ni Nelly Pak ni Michel Coren logran hallar una explicación para que una mujer de 90 años sea asesinada.

-Nos duele mucho la forma en que terminó su vida, tan violenta -lamenta él.

Hay otras cosas que tampoco entienden. Una de ellas son los mensajes de odio que recibe la comunidad judía los últimos días. Dicen que el acoso se ha vuelto intenso.

Lo otro que Coren no logra comprender es que el Gobierno de Chile no se haya puesto en contacto con él.

-Vimos que subieron un tuiteo. Pero la verdad es que yo hubiera esperado un mensaje más cercano de parte del Gobierno o de la Cancillería. Es lo que uno hubiera hecho con una muerte tan trágica. No necesitamos nada, por suerte. Pero por lo menos preguntar si es que nos falta algo.

Desde Cancillería indican que hay tres descendientes de chilenos que han fallecido en Israel, además de Gina Pak, que era ciudadana chilena. En Franja de Gaza, en tanto, no se registran decesos de connacionales. Asimismo, constatan que desde que supieron de su muerte, la Embajada de Chile en Israel trató de contactar a sus familiares sin éxito.

Michel Coren también cree otra cosa. Que esta invasión marca un antes y un después.

-Mi prima Lisset, que vivía en el kibbutz, dice que su vida va a cambiar profundamente. Me dijo que mientras exista Hamas, no va a volver a su casa.

La familia Pak ahora debe esperar. El kibbutz que ayudó a construir Gina Pak aún está bajo control militar. Por eso, aún no pueden recuperar su cuerpo. Cuando eso se cumpla, van a decidir dónde será su sepelio. Lo que lamentan es que quizás no lo puedan hacer donde ella quería: en el cementerio de la comunidad, donde está enterrado su esposo.

Michel Coren no lo ve tan así. Cree que su tía ya encontró un lugar.

-Para mí, ella está en la cordillera. O donde sea que ella esté, al menos la va a estar mirando.

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