“Los pacientes que viven acá la sociedad no les dio cabida”: la herencia del psiquiátrico El Peral

Hospital Psiquiátrico El Peral. Fotos: Mario Téllez

La denuncia por supuestas torturas del Minsal a un hospital psiquiátrico de Valparaíso abrió una pregunta: ¿Vale la pena mantener estos recintos? La psiquiatría moderna dice que no, pero en uno de los psiquiátricos más grandes de la RM -donde el abandono de los pacientes por parte de las familias es recurrente- responden con otra duda: si no estuviesen ellos, ¿quién estaría dispuesto a recibirlos?


Cuando María Eliana Aspee (79) se enteró de la denuncia que el Minsal había presentado en contra del Hospital Psiquiátrico del Salvador, de Valparaíso, por supuestas torturas a sus pacientes, no le extrañó. Apenas se enteró, hace una semana, se acordó de otros reportajes que, hace años, había leído sobre negligencias en hospitales psiquiátricos públicos. También lo agradeció.

-Porque cuando esto se sabe, las cosas ahí dentro cambian -dice ella.

La acción judicial interpuesta en contra de ese recinto a mediados de mayo, en todo caso, era distinta a las pasadas. Lo que ocurría era esto: los funcionarios del Salvador de Valparaíso solicitaron una visita de la cartera ministerial para mostrarles las carencias que tenían. Estas iban desde la falta de insumos y personal de salud para sus pacientes, hasta problemas con la infraestructura, que muchas veces los llevaron a suspender las atenciones los días de lluvia porque se cortaba la luz, según relató el presidente regional del Colegio Médico (Colmed) de Valparaíso, Ignacio de la Torre, apenas se conoció la acusación.

Solo que esa visita, en vez de ayudarlos, terminó en una denuncia: el Minsal consideró que existía una situación irregular, pues dentro de las cosas con las que se encontraron “se estarían realizando intervenciones de terapia electroconvulsiva (TEC) sin anestesia, sin ajustarse debidamente a la norma técnica pertinente”, señalaba el texto que presentaron ante la Fiscalía Regional de Valparaíso.

La medida abrió un flanco entre el Minsal y el Colmed, quienes consideraron que la decisión era desmedida e injusta, terminando por llevar a la ministra Begoña Yarza al Tribunal de Ética. “No se puede intentar culpar a los profesionales tratantes de la falta de recursos humanos y financieros asignados al hospital por el servicio de salud y el Ministerio de Salud”, aseguró entonces De la Torre.

Eso bien lo sabe Aspee, una secretaria jubilada de Puente Alto, quien durante 45 años ha visto esas carencias en el Hospital Psiquiátrico El Peral, ubicado en la misma comuna. En ese lugar, Aspee internó a sus dos hijas el 11 de febrero de 1977.

El Hospital Psiquiátrico El Peral está ubicado en un cerro justo arriba de la avenida Camilo Henríquez de Puente Alto.
Esta es una de las casonas operativas que tiene el complejo, donde todas sus construcciones datan de los años 50 y no han vuelto a ser remodeladas.

Luego de un embarazo complicado en 1970, las gemelas Ximena y Florencia -no son sus nombres reales- nacieron en el Hospital del Salvador, en Providencia. A los seis meses, Aspee y su marido, Germán Schultz -un transportista- notaron que algo andaba mal en su desarrollo neurológico: no podían permanecer sentadas o tenían dificultad para sostener las cosas. Con casi dos años, el problema comenzó a agudizarse:

-No hablaban o reaccionaban poco a los estímulos. Pasé por muchos doctores, uno incluso me dijo que podían ser sordas, y así empezamos varios tratamientos -dice Aspee.

Cuando cumplieron tres años, Schultz murió en un accidente ferroviario en Osorno. María Eliana Aspee, junto a sus dos hijas, tuvieron que irse a vivir donde su hermana, a San Bernardo. Con pocos ingresos económicos, continuó yendo a visitar médicos en el sistema privado para poder dar con el diagnóstico de las gemelas.

Ese mismo año, ambas niñas fueron diagnosticadas con trastorno del espectro autista (TEA) y otras comorbilidades, como epilepsia. Por ese tiempo, su tratamiento completo lo costeaban sus hermanos. Aspee no podía trabajar. Tenía que destinar todo su tiempo al cuidado de las gemelas, por lo que los problemas económicos comenzaron a asomar y a desgastarla psicológicamente.

-Un doctor me recomendó internarlas en un hospital, porque la situación no daba para más. Ahí me hablaron del Hospital El Peral de Puente Alto -dice Aspee.

Lo que ocurrió con el hospital de Valparaíso la hizo recordar lo que era El Peral en esos años, donde la falta de recursos era una constante. Por lo mismo, para ella no fue fácil dejar a sus hijas, de siete años entonces, allá.

No son pocos los edificios abandonados que existen en el complejo El Peral. La mayoría de ellos se utilizó a partir de la década de los 50. Luego se fueron cerrando, otros se cayeron con el terremoto y sus ruinas quedaron ahí.

-Cuando llegué me mostraron su pieza. Eran seis cunitas, porque no había camas. Estaba todo impecable, pero luego empecé a ver cosas que no correspondían. No había una higiene adecuada para tener enfermos psiquiátricos ahí. Yo iba a visitar a mis hijas y las encontraba sucias. En verano el lugar estaba lleno de moscas, la ropa que les llevaba desaparecía a la semana. Una vez incluso se habló de gusanos debajo de los colchones.

Aspee recuerda algo más:

-El día que las dejé ahí se me fue parte de mi vida.

Los enfermos abandonados

-¿Van a pasar?

La pregunta se la hace una funcionaria de salud de la Unidad de Crónicos Dependientes del Hospital El Peral al director Luis Peime (59). Las puertas que se abren dan a uno de los tantos pasillos que tiene el edificio principal del hospital psiquiátrico ubicado en un cerro, justo arriba de la Av. Camilo Henríquez, con vista a todo Puente Alto.

En ese espacio, un pasillo amplio, con baldosas de cerámica roja y habitaciones con seis camas en cada una, se encuentran los 13 pacientes psicogeriátricos: aquellos de larga estadía que padecen una patología psiquiátrica, pero, a su vez, otras comorbilidades que se deben atender mediante hospitalización.

La Unidad de Crónicos Dependientes del hospital.

Luis Peime, un tecnólogo médico que llegó a trabajar ahí en 2006, recorre la unidad en conjunto con el infectólogo y subdirector médico del Servicio de Salud Metropolitano Sur, Ignacio Silva.

-Este edificio es del año 1948, por eso es que se ve tan añoso. Hoy día tenemos a 113 pacientes, pero en los 80 llegamos a tener más de 1.200 en todo el complejo. Aquí llegaban todas las personas con características psiquiátricas o no, incluso los que estaban en situación de calle -cuenta Peime.

Desde entonces que ninguno de los edificios del complejo El Peral se ha vuelto a remodelar. La infraestructura, los problemas con el agua y la electricidad son los mayores deterioros, según explican.

-Lo que pasa es que desde la vuelta a la democracia había un abandono en la infraestructura a nivel hospitalario, así que se instaló un plan de reposición y normalización de todos los hospitales clínicos. En esa mirada se dejó fuera a los hospitales psiquiátricos y en eso nos hemos llevado estos 30 años -dice el doctor Silva.

En esa misma cantidad de años, El Peral pasó de ser el único hospital capaz de hacerse cargo de 1.200 pacientes psiquiátricos, quienes llegaban desde todos lados de la Región Metropolitana, a tener solo 113. Fue por etapas: la primera, que a principios de los 2000 el modelo de salud mental se empezó a cuestionar.

-La idea era desinstitucionalizar al paciente, cambiar este modelo social de manicomio y pasar a uno más de integración comunitaria. Nos dimos cuenta de que había una multiplicidad de patologías y se comenzó a sacar gente que tenía familia y podía reinsertarse en la comunidad -explica Luis Peime.

Así, de a poco, se empezaron a cerrar pabellones. Los terremotos de 1985 y el de 2010 aceleraron ese proceso: dos edificios enteros se cayeron, teniendo que evacuar a todos los pacientes que vivían ahí. Las ruinas de esas construcciones siguen intactas.

Edificio abandonado en El Peral.

-Ahí pasamos de 300 pacientes que quedaban, a los de ahora. Hoy día sólo tenemos programas de mediana estadía -no más de ocho meses- y larga estadía que, al final, es indefinido -dice el director.

De los 113 pacientes que tienen hoy, el 70% de ellos son de larga estadía. La mayoría llegó siendo niños, entre los 70 y 90, y hasta el día de hoy siguen viviendo ahí. Un paciente de este tipo puede tener patologías mentales como demencia, esquizofrenia residual, cuadros depresivos, trastornos delirantes o -los más- trastorno del espectro autista, que actualmente son 38.

Luis Peime e Ignacio Silva salen del edificio principal y caminan por la parcela de El Peral hacia los pabellones 4 y 8, donde se encuentran estos pacientes.

-Aquí están los que llegaron de niños. Su situación es compleja, porque no se comunican, no tienen el habla, tampoco conductas sociales, sino que estas son más bien disruptivas y con hartas complejidades psicomotoras. Algunos que llegaron aquí no tienen familia. Otros, sus parientes simplemente no pudieron cuidarlos -dice Peime.

Luis Peime, director de Hospital Psiquiátrico El Peral

El pabellón es una casona cuadrada, rodeada de pasillos, habitaciones, una sala de estar y un patio interior con colchonetas. Las paredes son amarillas y la mayoría tiene rayados y dibujos hechos por los mismos pacientes. En la sala de estar suena en la radio Querida, de Juan Gabriel, mientras quienes viven ahí se desplazan libremente junto a dos técnicos en enfermería (tens) y también enfermeras que los asisten.

En ese pabellón está Florencia, la hija de Eliana Aspee, que hoy tiene 52 años. Su hermana gemela falleció en enero de este año, a causa de una serie de enfermedades como hipertensión, diabetes, dismovilidad e, incluso, Covid, que terminaron por deteriorarla.

Durante los 45 años que llevaban sus hijas ahí, no ha habido una semana en que Aspee no haya ido a visitarlas. Así fue conociendo a las familias de los otros niños, muchas que también se fueron a propósito de la nueva corriente de la psiquiatría, de despejar esos lugares: ya sea dándolos de alta y enviándolos de vuelta a sus casas, o derivándolos a los nuevos centros psiquiátricos de corta estadía que se fueron abriendo en la ciudad. El tema es que los pacientes con autismo, como Ximena y Florencia, no cumplían con las condiciones para ese traslado.

Por eso Aspee se quedó y, con ello, fue viendo todo el proceso de cambio de El Peral. En 1997 se convirtió en la presidenta de la Agrupación de Familiares del hospital. Si bien no recuerda cuántos eran en ese tiempo, sabe que ese grupo ha ido disminuyendo.

-Hoy somos 23 familias. Hay algunos que se fueron con el terremoto, otros que se fueron porque sus niños murieron, pero hay a quienes también los han abandonado. Esos pacientes son, por ejemplo, los que perdieron a sus padres por la edad y quedaron a cargo de los hermanos. Aunque yo los entiendo. Un hermano es joven, tiene una vida, hijos que cuidar. Para mí, solo el amor de madre es capaz de resistir esta realidad.

La entrada de uno de los pabellones en donde viven los pacientes con Trastorno del Espectro Autista (TEA)
Pabellón 8 donde viven los pacientes con TEA

Katherine Parra (38), enfermera supervisora de El Peral, sabe de eso. Hace nueve años llegó desde el Hospital Sótero del Río a trabajar aquí. Dice que para esos pacientes los funcionarios del hospital se han convertido en su familia.

-Este lugar tiene su magia. Uno se encariña con los pacientes, crea vínculos. Ese vínculo es protector para ellos.

Ella es Katherine Parra, trabaja como enfermera supervisora en distintas unidades del Peral

En eso se ha convertido El Peral hoy en día. Así lo resume el doctor Silva mientras recorre los pabellones 4 y 8:

-Más que un hospital de atención psiquiátrica, este es un hospital de cuidados de estos pacientes que viven acá porque la sociedad no les da cabida.

Las otras miradas

La psiquiatría moderna no quiere hospitales de pacientes crónicos. Ese es el consenso entre gran parte de la comunidad de esta especialidad médica. Sobre todo porque, según explican, nadie que entra a un programa de larga estadía se recupera.

Eso cree Marcela Babul (48), jefa del Servicio de Psiquiatría de la Clínica San Carlos de Apoquindo de la UC y académica de la Facultad de Medicina de la misma universidad.

-No es que el Hospital El Peral sea malo. A ellos les tocó ser este lugar que, al final, es una herencia de una serie de malas políticas públicas en salud mental. Lo que tenemos ahí son pacientes heredados de un sistema que no les dio las herramientas para tratar su enfermedad. Esos pacientes, desgraciadamente, ya no tienen la plasticidad para rehabilitarse.

Actualmente, la mayoría de las internaciones operan así: cada uno de los hospitales tiene un área de psiquiatría en donde existen programas de corta estadía. Incluso, hay unos que son por el día, donde el familiar va a dejar a su paciente. Ahí se le hacen tratamientos, exámenes y actividades para al final del día volver a su casa.

Esa modalidad es la que, según Babul, es la mejor opción. Por eso, explica, ya casi no quedan hospitales psiquiátricos de larga estadía. De los cuatro hospitales que existen a nivel país -fuera de las áreas psiquiátricas nuevas-, El Peral es por lejos el que más pacientes crónicos tiene. En el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, de Recoleta, apenas quedan unos pabellones de larga estadía y el resto se centra en internaciones pasajeras. Lo mismo ocurre con el del Salvador de Valparaíso y el Hospital de Putaendo Dr. Philipe Pinel.

-Como El Peral es una herencia, claramente le faltan recursos. Esto no tiene que ver con el personal de salud, ellos trabajan en condiciones adversas. Es lo mismo que le pasa al hospital de Valparaíso, que le dice al Minsal, ‘por favor, vengan a ver lo que pasa aquí, porque sabemos cómo trabajar, pero no tenemos los recursos suficientes’. Esto no pasa por los equipos -sostiene Marcela Babul.

El subdirector del Servicio de Salud Metropolitano Sur, Ignacio Silva, y el director de El Peral, Luis Peime, recorren, por fuera, la Unidad de Patologías Complejas. Este es otro edificio del complejo psiquiátrico, que alberga a pacientes de mediana estadía con trastornos bipolares, depresión o esquizofrenia. La casona es igual de antigua que las otras, solo que esta tiene un ala cerrada por deterioros en su infraestructura. La única remodelación es que en la parte operativa, a las ventanas de las habitaciones se les instalaron vigas blancas para evitar que los pacientes se escapen.

-Son precauciones que hay que tomar, porque nos ha pasado -dice Peime.

Mientras hacen ese recorrido, Silva se cuestiona la existencia de hospitales como estos:

-Yo creo que todos estamos de acuerdo con la idea de que hay que sacar a los pacientes de acá. Pero ¿qué pasa si hoy día decimos ya, se cierra El Peral? ¿Qué pasa con esta gente que vive desde el año 80 y que no tiene a nadie que se pueda hacer cargo? Lo que se hace acá es darle una calidad de vida que no tendrían. ¿Podría ser mejor? Pues claro que sí. Pero si no, no tienen nada.

La Unidad de Patologías Complejas del hospital.
En la entrada de esta unidad, los pacientes hicieron este mosaico, además de tener decorado con plantas y dibujos propios.

Esa es la pregunta que actualmente debe resolver el Minsal.

-Estamos conscientes de que existen falencias en las condiciones necesarias para entregar las prestaciones de manera óptima, y estamos trabajando para mejorarlas -dice el subsecretario de Redes Asistenciales, Fernando Araos.

Sin embargo, según el Plan Nacional de Salud Mental que se quiere implementar, la idea sería evitar generar camas de hospitalización en hospitales psiquiátricos. En vez, se buscaría promover el desarrollo de oferta de hospitalización en servicios de psiquiatría que sean parte de hospitales generales.

-También se señala la necesidad de desarrollar servicios de habitabilidad y cuidado que permitan la vida en la comunidad, promoviendo cuidados respetuosos y autonomía -dice Fabiola Jaramillo, jefa de la División de Gestión de la Red Asistencial.

En esta parcela se encuentran las distintas casonas que hay en el Peral.

Después de que Eliana Aspee internó a sus hijas, pudo conseguir un trabajo como secretaria en dos empresas. Su situación económica mejoró, lo que le permitió llevarles más cosas a las gemelas cada vez que las visitaba. Su situación psicológica también:

-Para mí fue un alivio, pude despejar mi mente. Pero, además, a mí me afligía que mis hermanos tuvieran que ayudarme económicamente. Me sentía terrible por no tener los propios medios para solventar mis gastos y los de mis hijas.

Luis Peime vuelve a los pasillos de baldosas rojas de la Unidad de Crónicos Dependientes. Ahí está Katherine Parra, atendiendo a los pacientes psicogeriátricos. Frente a la pregunta de si se debería cerrar El Peral, ella dice que no:

-¿Cómo los insertas ahora en la comunidad? Si las familias no pudieron en su momento, menos lo van a poder hacer ahora sin este apoyo.

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