Manifiesto: Cristián Warnken, profesor de Literatura

Cristian Warnken
Reportajes / La Tercera / Manifiesto Cristian Warnken, escritor y poeta chileno Fotografia: Marcelo Segura Millar

El columnista y académico repasa en el Manifiesto de hoy su infancia, su travesía por Europa, la visión que tiene de Vitacura y los primeros acercamientos que tuvo con la lectura.




La gente tiene la imagen de que soy el tipo serio que hace entrevistas bajo un telón negro y habla de Heidegger. Esa es sólo una parte de mi personalidad, también tengo un lado más juglaresco. Cuando niño jugué en el club de fútbol de mi barrio y estuve en plena época del destape español, donde vi fiestas increíbles que también forman parte de mi historia.

Todos los días recuerdo a mi hijo Clemente. Falleció en el 2007, tras caer en una piscina. En ese momento escribí que era como una luz que duele, pero ahora puedo decir que es una luz que acompaña.

Mi mamá fue musa de varios poetas. Era muy bella, tengo libros dedicados de Enrique Lafourcade y de Eduardo Anguita. Tenía otros escritores detrás de ella que no puedo nombrar. Incluido mi papá, que era un poeta medio escondido, pese a que era simplemente un trabajador público. Ella me contaba mucho sus sueños, es la persona con los sueños más alucinantes que yo he escuchado nunca. Es como un personaje onírico, en donde el mundo de los sueños es casi más importante que el mundo práctico.

Yo uso a Vitacura como una metáfora de Chile. Crecí en una Vitacura muy distinta a lo que es hoy en día, no era una comuna glamorosa, sino que era un lugar en donde todos nos conocíamos, la casa era abierta y la calle era un lugar de encuentro. Eso hasta que llegó la aspiracionalidad, que entró como un huracán en la rutina de todos nosotros y cambió nuestra vida, nuestros barrios, todo.

El recuerdo que tengo del Golpe Militar es el de mis vecinos descorchando botellas mientras pasaban los aviones. Mi mamá era de la UP y mi papá era independiente, lo que en esa época significaba ser momio. Entonces, tuve las dos versiones de la historia en mi casa. Cuando vino la dictadura sentí que algo se fracturaba definitivamente, ahí empecé a sentir a Vitacura, el lugar en que había crecido, como una asfixia y quise irme, éramos los upelientos de ese barrio.

En el colegio me rebelé fuertemente. Estudié en la Alianza Francesa y hasta hoy tengo una relación doble con ellos: por un lado, recibí cosas importantes para mi formación, pero por otro lado fue un lugar bien duro. Recuerdo que los profesores nos pegaban. Había que estar concentrado y eso no me interesaba, veía la ventana e imaginaba cosas. Eso atentaba en contra de este régimen de tanto estrés académico.

Tengo una pasión particular por los pájaros. Quizás es porque tengo cara de pájaro. A mi biblioteca viene un amigo zorzal que aparece a cantarme y yo creo que siempre es el mismo. Soy un chiflado, tengo como regla que para escoger un lugar para vivir tiene que sentirse a los pájaros cantar. Fundamental. Siempre he tenido una cosa muy especial al respecto, no sé porque, debo haber sido pájaro en la otra vida, ahora soy pajarón nomás.

Mi primera gran lectura fue Mampato. Fue mi gran fuente de información, era como mi Google personal. Ha sido el proyecto editorial para niños más potente que ha tenido Chile en su historia. Recuerdo que esperaba todos los jueves a las seis de las mañana el ruido que indicaba que había llegado el motociclista con la revista. Tengo claro en mi mente el sonido que hacía al golpear la entrada de mi casa. Ese era mi material de entretención durante 15 días.

Fui punk por un día y medio. Estaba estudiando en Europa y me tocó estar en Italia en medio del fervor del movimiento punk, estuve en conciertos de grupos muy alternativos en subterráneos en Suiza y presencié todo el movimiento de los squads. Y ahí me interese por toda esa estética under. "Voy a probar esta cuestión", dije. Me pinté y me compré unas muñequeras con puntas metálicas, pero al día siguiente me di cuenta de que esa moda no tenía nada que ver conmigo.

Hice dedo para recorrer Europa. Recuerdo haber dormido en un sucucho de París, en una pieza que un amigo se había tomado de manera ilegal. Pasé a ser allegado de un marginal. Recogíamos cosas de los basureros y no pagábamos el pasaje en el metro. Una vez no tenía dónde dormir y llegué con mi saco a un cementerio. Fue la noche más tranquila de todas, una experiencia vital. Desde entonces que soy fanático de los cementerios. Hay un verso de Francisco Quevedo que dice: "Aquí estoy rodeado de unos pocos libros, vivo en conversación con los difuntos". Esa frase me encanta.

Me gusta extraviarme caminando, es mi vicio. Cuando tengo tiempo libre, que son pocos, me largo a caminar sin rumbo fijo, puedo estar horas conociendo nuevas calles. En Valparaíso varias veces me he perdido en cerros bravos sin saber dónde estoy y conociendo personas mientras pido indicaciones. Uno siempre descubre cosas nuevas, me gusta mucho mirar a las personas, imaginar quién vive en cada edificio o casa y cuáles son sus historias. Es mi propio ejercicio divagatorio.

Soy como los siquiatras, no hablo nunca de mis pacientes. No podría decir cuál fue mi peor entrevista, hubo unas muy malas, pero jamás podría decir cuál fue. La mejor creo que fue con Francisco Varela, me di cuenta que más que un gran científico, que lo es, era un gran pensador. Hay gente que desde el mundo intelectual lee y sabe mucho de filosofía, pero hay otro tipo de gente que elabora un pensamiento propio. Y Varela era de esos.

No tengo nada personal contra DJ Méndez. Mi problema es con la farandulización de la política y la irrupción del populismo propiciado por las mismas maquinarias políticas que han devastado Valparaíso. La ciudad necesita urgente un alcalde con visión y gran capacidad política. Respeto su carrera como artista popular y su historia, pero es como si yo me quisiera postular a alcalde. Al Dj sólo le digo: "Pastelero a tus pasteles".

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