Aburrido

Lateado del tiempo latigudo que transcurre mientras espera encerrado en su pieza que la muerte venga a buscarlo, Armando Uribe se ha pasado los últimos veinte años escribiendo versos y publicando sin parar. Su más reciente libro se llama Hastío y es un diario de vejez, donde anota: "Yo me hacía ilusiones/ y aquí me tienen tonto idiota/ viejo vuelto a la infancia/ o adolescencia de tontontes/ que se niegan a su derrota/ total en vida o muerte y todo cansa".




Paula 1187, Especial Navidad. Sábado 21 de noviembre de 2015.

Armando Uribe ya no se deja ver. El encierro en su departamento del Parque Forestal se ha ido acotando a los metros de su pieza, de la que prácticamente no sale, y donde pasa día y noche acostado sobre su cama, rodeado de libros. Tampoco recibe visitas, salvo a sus familiares más cercanos. "Uno ya no está para ser visto. Porque una de las cosas que pasan con la edad, es que la fealdad aumenta", dice a sus 82 años.

Abogado especialista en derecho minero, ex embajador de Chile en Estados Unidos y luego en China durante el gobierno de Allende, estuvo los 17 años de dictadura en el exilio en Francia, donde vivió con sus cinco hijos y su mujer, hoy fallecida, Cecilia Echeverría; allá se desempeñó como profesor titular de la Sorbona. Regresó en 1990 y apareció entonces como un poeta tardío (tenía cerca de 60 años), retomando un antiguo talento de su época escolar, cuando estudiaba en el Saint George's y era alumno de Roque Esteban Scarpa y publicaba sus primeras obras poéticas: El transeúnte pálido, El engañoso laúd. En los últimos veinte años ha publicado sin tregua cerca de 50 títulos, entre ellos Odio lo que odio, rabio como rabio, A peor vida, Apocalipsis apócrifo, Hecho polvo y Baba, en los que despliega su ironía y erudición y aborda temas que le son recurrentes, como la muerte y el dolor. En 2004, ganó el Premio Nacional de Literatura.

"Mis días no son normales. Porque, sobre todo con el paso del tiempo y la edad que tengo, ya no cuento los días y los días no cuentan conmigo. Pasan como si no fueran parte del tiempo, pasan como lo que no pasa".

Su último libro, Hastío, publicado por Mandrágora y que es una suerte de diario de la vejez, fue lanzado en octubre sin el autor, quien se hizo presente a través de un video. En él, Uribe se ve efectivamente mayor: el rostro muy delgado, la boca desdentada, lentes ópticos de marco negro, el pelo largo y canoso. Pero manteniendo la prestancia en el vestir de sus tiempos de embajador y abogado: camisa y chaleco negros, aunque sin corbata.

Como Armando Uribe solo se deja oír, prefiere una entrevista telefónica. Al lado de su cama tiene el teléfono, junto a sus lentes y un ejemplar en francés del Catecismo, porque es un declarado católico apostólico y romano. Su voz suena rotunda, pero cansada; sufre de ahogos a causa de una afección pulmonar, después de pasarse años fumando compulsivamente. El pucho, como él dice, ya lo dejó.

¿Aló, don Armando?

Sí.

Soy la periodista de revista Paula. ¿Cómo le va?

Sí. Aquí estamos, gracias.

¿Tiene tiempo de hablar ahora o está ocupado?

Recuérdeme de qué se trata.

Lo había llamado porque a propósito del lanzamiento de su último libro, quería entrevistarlo.

Y yo le dije que por teléfono. ¿Cuánto rato se demora?

Tengo varias preguntas, pero si se cansa, me dice y puedo llamarlo en otro momento.

Empiece no más a preguntar.

Bueno. Su último libro se titula Hastío. Le quería preguntar: ¿qué lo tiene tan hastiado?

Mire (risas). Yo me ocupo principalmente de las sílabas, más que de las palabras y esa es una observación muy general. El título tiene que ver no solo con el hastío, la palabra completa, sino con el hasta: ¿hasta cuándo, hasta dónde? Además, está la sílaba tío y podría seguir dando explicaciones inútiles. El hastío es lo que se produce cuando tiendo a sacar deducciones absurdas y tontas de cualquier palabra o idea. Y significa estar cansado de la autoinvestigación sobre lo que uno quiere, piensa o habla.

Ah, entiendo.

¡No se entiende mucho! (risas).

Los versos del libro están fechados y ahí se ve que usted escribe al menos un verso por día. ¿Esa es su manera de escapar del aburrimiento?

Puede ser que constituya un desahogo respecto de la palabra que usó: tedio o aburrimiento. Porque, desde que tengo uso de memoria, siempre he sido una persona que cree que se aburre, que tiene tedio y se agota de no pensar en nada. De niño chico uno de los primeros recuerdos que tengo de palabras es que mi padre me llamaba "Don Aburrido Uribe".

Hoy, ¿cómo es un día normal suyo?

Mis días no son normales porque, sobre todo con el paso del tiempo y la edad que tengo, –soy francamente viejo–, ya no cuento los días y los días no cuentan conmigo. Quiero decir, no se cargan de sentido o de contenido en absoluto. Pasan como si no fueran parte del tiempo, pasan como lo que no pasa.

Actualmente, ¿con quién vive?

Con mi hija mayor y los respectivos hijos de ella, que ya no son niños.

¿Sale de su casa en alguna ocasión o cumple sagradamente con su encierro?

No salgo prácticamente, porque ya no tengo nada que me llame la atención fuera de, no digo casa, porque es un departamento, pero fuera de mi pieza que es donde resido. Me visto todos los días, pero me quedo vestido encima de la cama.

Tiempo atrás tuvo un cáncer de lengua pero que desapareció misteriosamente.

Así es. Misteriosamente podría ser milagrosamente, pero averigüé y resulta que hay que dar explicaciones tan detalladas para sostener que podría haber sido un milagro en términos religiosos, como católico que soy, que me dio lata, hastío de relatar todo eso. Pero fue realmente milagroso, porque estaba comprobado que era ese cáncer y desapareció como por encanto.

¿Esa fue la interpretación que le dio a su cáncer y a su sanación milagrosa?

No sabría decirle. Encontré que era justo: estaba bien castigado con tener cáncer a la lengua, porque he sido siempre muy lenguaraz. Fuera de ello, prefería no ser condenado para siempre solo por la lengua, sino por el total de la carne, porque he sido pecador de la carne y del espíritu también.

También dejó de fumar.

Me aburrí también de eso. Porque el fenómeno de fumar significa una cantidad de actos que son aburridores y, sobre todo, esta cosa sucia, las colillas, que en realidad se llaman puchos, palabra que siempre me ha producido disgusto porque parece casi un garabato, como la palabra pucha.

Es abogado experto en derecho minero y fue también embajador. Tardíamente se asumió como poeta. "Me da vergüenza. Encuentro que para un adulto, en un país como Chile, constituye una frivolidad dedicarse a juntar palabras que tendrían algún chiste literariamente".

VERGÜENZA DE SER POETA

Usted lleva años encerrado, recordando, escribiendo, leyendo. ¿Cómo ha sido ese ejercicio?

Es algo que habría querido realizar yo toda la vida, pero antes fue imposible, porque tenía que ganarme la vida y eso significaba moverse. Solo pude hacerlo, si recuerdo bien, desde el año 1990, cuando volví del destierro; por el decreto ley 78, de octubre de 1973, cometía un delito si volvía a Chile, delito que estaba penado desde 5 años y 1 día de cárcel hasta pena de muerte.

Su regreso a Chile en los noventa coincide con que en esa fecha se asumió como poeta.

Mire, siempre me ha cargado esto de aparecer como poeta. La verdad es que me da vergüenza. Porque encuentro que para un adulto, en un país como Chile, eso constituye una frivolidad y una superficialidad: dedicarse a juntar palabras que tendrían algún chiste literariamente.

Pero en la práctica usted se lo pasa escribiendo y en los últimos veinte años ha tenido una gran vitalidad literaria.

Sobre todo después del año noventa, en que todos los días escribo estas leseras de los versos, tengo una cantidad enorme de cosas. Lo único que me aburre es ordenarlas en forma de libro, pero con la ayuda de algún hijo, lo he podido hacer. Pero no tengo ninguna vanidad en materia literaria.

¿Dónde tiene puesta su vanidad?

En cuestiones jurídicas soy bastante vanidoso, en interpretaciones de leyes. Pero no en lo literario. No tengo ninguna vanidad de creer que tenga algún valor. Creo que para que lo literario se justifique tiene que contener algo de genio y yo creo que no tengo nada de genio, lo digo con toda sinceridad.

En este ejercicio de recordar y escribir, ¿ha recuperado recuerdos que tenía olvidados?

Mire, todo el tiempo. Los escritos no son más que recuerdos olvidados y, por ende, no hay que darles tanta importancia, porque si estaban olvidados es porque no eran tan importantes.

En Hastío hay un verso muy bonito…

Me extraña porque son bastante mediocres.

No, hay versos bonitos. Este que dice: "Se me va de las manos la mujer que he querido…". ¿Tiene miedo de que la memoria se le debilite y termine olvidando a su mujer, Cecilia?

La mujer que he querido de ninguna manera ha sido cosa de memoria, sino cosa de cuerpo y alma de una persona mujer. Entonces, no puedo hacer ninguna metáfora con esa frase.

"Uno ya no está para ser visto. Porque una de las cosas que pasan con la edad, es que la fealdad aumenta. Y no lo digo por coquetería",

afirma Uribe quien aquí aparece en una foto de archivo, pues no quiso ser fotogradiado. "Me da lata andarme exhibiendo".

Su memoria está bien entonces.

No sabría decirle en realidad. Pese a que a la vez lo que se escribe en verso está compuesto de, no sé cómo decirlo sin parecer intencionalmente escandaloso, de mentiras. Las poesías no son verdades, como son las ciencias exactas o aun en las supuestas ciencias sociales que son verdades aproximadas. La poesía está constituida por mentiras, invenciones, fantasías, sueños no en el sentido espiritual, sino en el sentido de la pesadilla. Son pesadeces de pesadilla lo que uno escribe, suponiendo que son poesías en verso.

En su libro Memorias para Cecilia, que publicó en 2002, usted ya decía que nunca ha sido joven. ¿Se siente cómodo ahora que es una persona de 82 años?

No, encuentro que los viejos merecemos haber muerto o haber sido muertos antes de la edad a la que llegamos. Se vive demasiado tiempo gracias o por desgracia de la medicina y otras formas para mantener vivas a las personas. Se vive mucho más de lo necesario. La mayor parte de mi vida la he vivido con yapa y sin necesidad.

¿Qué le resulta molesto de la vejez?

Mire, las cosas que molestan en general de la vida, porque siendo yo católico, apostólico y romano, de la Iglesia Católica con sede en Roma y creyendo por completo en todo lo que dice la fe, naturalmente podía dar justificaciones tan largas como el Catecismo que tengo aquí a mi lado, porque lo leo mucho y está muy bien escrito.

¿Qué pasajes le gustan de ese libro?

A ver, me voy a poner los anteojos. Abriéndolo en cualquier página, estoy seguro voy a dar con uno que me interese, porque lo tengo marcado con un santito. Acá tengo marcado el párrafo 1065 que dice: "Jesucristo él mismo es el Amén. Es el Amén definitivo del Padre por nosotros. Él asume y completa nuestro Amén al Padre. Todas las promesas de Dios tienen por efecto su sí, poque Amén es sí en Él. También es por Él que decimos Amén a la gloria de Dios".

¿Por qué marcó ese pasaje?

Porque aparece una palabra fundamental: amén. Me gusta particularmente en castellano, porque es la última de cualquier oración y, por lo tanto, es lo que queda; pero, además, porque si se le quita el acento en la "e" pasa a ser amen y es, tal vez, la primera exortación de la Iglesia Católica: amen.

Sobre su destino después de la muerte, dice: "Mi gran esperanza es el purgatorio. Porque para el cielo, de ninguna manera estoy en condiciones".

PURGATORIO

En estos años de encierro, ¿usted se ha estado preparando para el bien o mal morir?

Efectivamente, este enclaustramiento tiene que ver con eso.

¿Cómo se hace esa preparación?

Se hace aunque uno no quiera. Física y mentalmente en todos los sentidos, salvo el más alto espiritual y religioso, uno no solo se prepara, sino que está condenado a irse preparando para la disolución final, material de la muerte. Ahora, si a la vez se cree que la muerte no es el final, sino otro comienzo más importante, se crean oportunidades, pero no todas ellas favorables. Se crean también oportunidades infernales a las que uno puede resbalarse y caer por la vida que ha llevado.

¿Dónde se imagina que irá a parar cuando muera?

Mi gran esperanza es el purgatorio. Porque para el cielo, de ninguna manera estoy en condiciones.

Le gusta mucho La divina comedia de Dante Alighieri.

La divina comedia, desgraciadamente, no es una obra teológica, sino poética. Entonces lo que dice cuando habla del purgatorio, el cielo o del infierno, no contiene verdades ni realidades que uno pueda religiosamente considerar válidas. Es una mala fuente para imaginar el purgatorio.

¿Y cómo se lo imagina?

Tiendo a creer, pero esto no es religioso, es una suposición literaria, de que es tan doloroso como el infierno pero tiene la ventaja de ser transitorio. No es una idea teológica sino una idea personal.

¿De dónde tomó esta idea de que debía encerrarse y prepararse para morir? ¿Es algo que vio en la gente mayor de su familia?

No diría tanto eso, sino que ha sido prácticamente de siempre la visión de la religión católica cristiana romana, de que cuando se acerca el fin, corresponde parecerse a lo que viene. Lo que para mí, repito, ha sido de naturaleza literaria, para otros es de fantasía. Pero todos los seres humanos tenemos la fantasía, no solo los literatos. Pero ya no sé donde iba.

Perdió el hilo de la conversación.

Dichosamente, con la edad una de las formas en que se prepara para la muerte es que pierde el hilo. Y me alegro mucho de perderlo.

Bueno, don Armando, le agradezco mucho la conversación.

Repítame de qué se trataba. Porque, a todo esto, disfruto de la mala memoria.

Claro: esto es para una entrevista en la revista Paula. ¿Se acuerda ahora?

Ah, claro, me acuerdo. Mándemela cuando se publique,porque yo ya no salgo de mi casa.

Por supuesto. Antes de cortar, tengo una duda: ¿por qué quiso hacer la entrevista por teléfono? ¿Ya no recibe gente en su casa?

Solo las personas más cercanas: los hijos y los nietos. Uno ya no está para ser visto. Porque una de las cosas que pasan con la edad es que la fealdad aumenta. Los viejos no merecemos ser vistos. Y no lo digo por coquetería. Es para evitar la lata de andarme exhibiendo.

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