Alessandra Guerzoni

La actriz de Preciosas y de la obra Tenías que Ser Tú, nació, creció y estudió en Italia, pero ha vivido más de la mitad de su vida en Chile donde, dice, se siente algo menos "extraterrestre" que en su país. Del amor, de sus ganas de ser mamá, de su cuerpo formado en el nado y el atletismo y de envejecer habla en estas páginas. Lo único que se reserva es la edad.




Paula 1211. Sábado 22 de octubre de 2016.

Vida errante

A los 15, Alessandra Guerzoni dejó la casa paterna, en la pequeña provincia de Módena, al norte de Italia, para hacer la secundaria en un internado en Duino, ciudad que en esa época limitaba con la ex-Yugoslavia. A los 18 se mudó a Inglaterra para estudiar Ciencias Políticas e Historia en la Universidad de Londres. En 1990, se vino a Chile para hacer su tesis sobre el rol de la izquierda en el regreso a la democracia. Llegó el 1 de octubre y el 2 ya estaba inscrita en la academia de actuación de Fernando González. La estadía de nueve meses se prolongó 13 años. Recién egresada, actuó en la obra Jugar con Fuego, del sueco August Strindberg, dirigida por Staffan Valdemar Holm. Allí conoció y se enamoró del actor Marcelo Alonso, su pareja por cinco años y quien ha sido uno de los grandes amores de su vida. Sobre el escenario fue que Vicente Sabatini se fijó en ella y la fichó en el Área Dramática de TVN, donde fue parte de las exitosas teleseries Sucupira, La Fiera, Romané, Pampa Ilusión y El Circo de las Montini. Su carrera estaba en el peak cuando, en 2002, regresó a Italia. Necesitaba superar su quiebre amoroso y estaba cansada de sentirse siempre la extranjera. En Roma, lejos de encontrar consuelo, se encontró con una desilusión mayor: "nunca pude hacer un papel de italiana, porque mi acento era extraño. Nunca me había sentido más extranjera. Era un extraterrestre", cuenta. Cinco años después, con las heridas sentimentales cerradas, volvió a Chile. "Cuando en el avión vi la cordillera, me puse a llorar. Entendí que había nacido en Italia, pero que Chile era mi lugar. Donde realicé mis sueños, me enamoré por primera vez, me hice mujer".

Mi propia madre

Alessandra Guerzoni tuvo que viajar 12.000 kilómetros para cumplir su sueño de ser actriz. Ya de niña mostró interés y, junto a su hermana mayor, recreaba escenas de El Principito y leía clásico que sacaba de la biblioteca de su pueblo para leerlos antes de dormir. Le gustaba imaginar que algún día actuaría esas tramas. Pero sus padres, especialmente su madre, se opusieron tajantemente a que fuera actriz. "Recién en Chile, por teléfono, logré encarar a mi mamá y decirle: 'esto es lo que me hace feliz y esto voy a hacer'. Me pregunto muchas veces cómo hubiera sido mi vida si hubiera sido actriz en Italia. Más fácil, creo. Mi mamá se oponía porque le daba terror. Estaba cumpliendo su rol de madre: protegiéndome de algo que ella, con su cosmovisión construida por la historia que le tocó vivir, consideraba peligroso para mí. Para ella, que yo estudiara Teatro significaba que me iba a convertir en una puta. Una vez, sentadas en el living de la casa, me dijo: "no voy a permitir que destroces tu vida y la de todos nosotros".

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Amor y desamor

"Aunque ya no me siento tan extraterrestre, mi vida sigue siendo rara, poco convencional. Me hace falta y quiero construir un hogar con alguien. Saber que cuento con un abrazo al cual volver todas las noches. Soy de amar con ganas, de entregar todo. No concibo estar en una relación defendiéndome del sufrimiento. No se puede vivenciar el amor sin estar dispuesto a sufrir con la misma intensidad y la misma pasión con la que se ama. Y soy consciente de que eso aterra a otro. El desamor duele. Las heridas, a cierta altura de la vida, son más difíciles de sanar".

El deseo de ser madre

Quiere ser madre y teme no lograrlo. "Hay un reloj biológico y frente a eso no hay mucho que hacer, pero prefiero que los topes me los ponga la vida, no yo. Mientras esté sana, y en condiciones de recibir a un hijo –ya sea naturalmente, por inseminación o porque encuentro una pareja que tiene hijos–, las puertas de mi corazón de madre estarán abiertas. Es mi gran deseo y lo tengo súper enviado al universo. Mi afán no es reproducir mis genes. Si fuera por eso habría sido mamá sola. Mi anhelo es que sea con un padre y, aunque después esa relación no funcione, quiero que sea un deseo compartido. No he tenido suerte en eso. Ojalá que pueda ocurrir. Pero no es una carencia, es una puerta abierta".

Envejecer

Cuando el año pasado TVN repitió la teleserie Romané (2000), donde interpretaba a una gitana chilena, Alessandra se impresionó. "Fue impactante verme y preguntarme por qué en esa época de plenitud no tuve más confianza de mí misma. Estaba radiante, era un himno a la vida, pero vivía acomplejada con mi cara y mi cuerpo. Hoy me preocupan las bolsas en los ojos, especialmente por mi trabajo: los ojos son la herramienta fundamental de expresión. Si no fuera actriz, quizás me pondría bótox. Pero necesito que toda mi cara se mueva, que no tenga esa típica expresión estática. Me arrepiento de no haber escuchado, hace 20 años, a la Claudia di Girolamo cuando me decía 'Alessandra, invierte en buenas cremas'. Yo soy un poco despelotada. Lo heredé de mi mamá. Nunca ha usado cremas, igual que yo. Me da lata la peluquería y odio ir de compras. Soy tan poco vanidosa, que ni siquiera tengo espejo en mi casa".

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La historia de mi pelo

No se corta el pelo hace 14 años y tiene dos razones para no hacerlo. "Mi maestro, Fernando González, decía que una actriz no se podía cortar el pelo a menos que un papel lo requiriera. Pero, además, cuando niña tuve pelo de muchachito, bien corto. A los 11, en lo que fue mi primer acto de rebelión, me lo dejé crecer. Nunca más dejé que me lo cortaran. Tenerlo largo es mi sello personal, lo más característico de mí".

Nadar es meditar

"Nadar es la mejor meditación. En el agua pierdo la noción del tiempo, me desconecto, dejo mi mente en blanco, memorizo los textos de la teleserie, reflexiono, tomo decisiones. Me siento en un espacio protegido, tal vez parecido a estar en la guata de la mamá. Cuando puedo, nado una hora dos veces por semana en la piscina de Chimkowe, centro deportivo en Peñalolén", cuenta. Agrega que aprendió a nadar a los dos años, en la piscina municipal de Módena, y a los cuatro ya saltaba del trampolín. "Hice mucho deporte cuando chica. Además de nadar, corrí 100 metros planos de manera semiprofesional hasta los 15. Esto me dejó registrada una memoria muscular y por eso tengo un cuerpo que reacciona al ejercicio físico como si fuera un hombre".

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