Nuevas masculinidades: ¿Cómo se posicionan ellos frente al deseo?




El mundo cambia y las personas que lo habitan también, y en los últimos años hemos sido testigos de una revolución en la manera en la que nos relacionamos, en un contexto donde además, gracias a la influencia del movimiento feminista, el género y las construcciones sociales que le rodean, han sido un tema central para desmembrar antiguas costumbres. Es en este escenario donde la masculinidad muta, fluye y cambia. ¿Cómo? No hay un estándar ni menos una norma, pero sí podemos vislumbrar luces que dan cuenta de la manera en que los hombres se posicionan frente a temas tan diversos como la estética, la paternidad y el deseo.

Para entender “qué es ser hombre hoy”, en 2018 Gfk Adimark realizó una encuesta que buscaba indagar en los dolores que ellos cargan a partir de los estereotipos sobre lo que es ser “realmente hombre”. El sondeo reveló que el 85% de los chilenos cree que el concepto de masculinidad ha cambiado en el último tiempo. Parte de ese cambio se vilsibiliza en que sólo un 10% de los hombres cree que “los hombres no lloran”, en que sólo un 38% de los hombres cree que “el principal rol de un hombre en una familia es el de proveer para su hogar” y en que el 66% de los hombres consume productos de cuidado personal masculino, en contraposición al mito que dice que los hombres no son vanidosos ni se preocupan de cómo se ven.

Desde la música y el humor, Matías Hermosilla, historiador e investigador asociado del Centro de Estudios Histórico de la Universidad Bernardo O’Higgins, especialista en estudios de la cultura popular, asegura que ya podemos palpar los cambios respecto a cómo se plantean los hombres frente a las problemáticas sociales expuestas por el feminismo. “Ha habido un cambio en la escena porque de cierta forma se ha ido abriendo a nuevos discursos y a la visibilización de ciertas problemáticas sociales y culturales en el mundo, algo que ha llevado a que se transforme el sentido del humor. En ese aspecto, el influjo del feminismo ha afectado esa visión del uso cotidiano y cómo dentro de esa cotidianeidad, se ven estas problemáticas, como los micromachismos, que son parte de la sociedad tradicional. Aunque no ha desaparecido el humor de los 90, sí ha cambiado. Ahora si tu vas a los shows prácticamente no hay chistes entorno al deseo de la mujer en función de lo físico porque ya no es chistoso”, explica el historiador.

En la música, además, agrega, “ha habido una modificación en la perspectiva de los discursos desde incluso en cómo se aborda el romanticismo. El cómo se plantean los músicos en relación con el amor también se ha repensado y eso implica una transformación en cómo se ve tanto el deseo masculino como femenino. El reguetón en ese sentido aborda una idea de masculinidad bien compleja y tradicional en ese aspecto, pero que lleva consigo la articulación de formatos donde la sexualidad se cotidianiza. Aquí ha sido súper importante el influjo y la llegada de figuras femeninas a la escena, que han transformado la manera en que se configura la idea de qué es el placer en el sentido mucho más amplio, no solo en el caso de lo masculino, sino que también desde la perspectiva que da el argumento femenino, que nos dice qué es el placer, directamente”, dice.

Este cambio cultural, lenta y paulatinamente, ha incentivado la deconstrucción de actitudes y paradigmas sociales antiguos y discriminatorios para las mujeres, pero también para ellos, los hombres. Pedro Uribe, director ejecutivo en Fundación Ilusión Viril y psicólogo especialista en masculinidades y género, explica que el feminismo les ha interpelado para que los hombres se puedan ir liberando de ciertos mandatos patriarcales y exigencias de género, al igual que con las mujeres. “Es una oportunidad para que los hombres nos vayamos desprendiendo de esas cosas que nos pesan, pero eso implica un trabajo demasiado profundo de reprogramación mental, cultural y social que requiere de acompañamiento y tiempo, porque los cambios culturales son lentos y en conjunto porque lo colectivo es la manera de reprogramar eso que nos condiciona”, dice.

Como uno de los elementos condicionantes que aún preponderan, está la figura del hombre-macho proveedor. “Sigue teniendo impacto en la psiquis masculina principalmente porque vivimos en un sistema neoliberal, en el cual lo más importante es generar dinero de manera rápida. Ese es el estándar que se ha instalado en nuestra cultura bajo la premisa neoliberal, no sólo económica, sino que relacional, sexual y política en la que nos movemos. Esta construcción social sigue mermando mucho la salud mental y la vida de muchos hombres porque el ser proveedor no tiene un impacto sólo económico, sino que hay que proveer de muchas maneras. Proveer placer, estabilidad, objetos de valor y de todo. Eso hace que la sexualidad se vuelva un plano de exigencias, en vez de descanso y placer”, dice Uribe.

Históricamente, los hombres han habitado en posiciones de poder y gozado de privilegios que las mujeres no tienen. En ese contexto, culturalmente la sexualidad tenía como fin el placer masculino y el objeto de deseo para ellos se trataba muchas veces de una mujer con ciertas atribuciones físicas. Sin embargo, aunque hoy el escenario ha cambiado en pos de la igualdad, con la intención de preservarla se han instalado normas morales de género que promueven ciertas prácticas como positivas y se castigan otras, dándoles una connotación negativa. “Durante la época medieval la Iglesia y un paradigma religioso se instalaban como el único modelo posible de relación entre los seres humanos. Así se coartaba la sexualidad de las personas. Hoy ocurre algo similar y creo que el deseo sexual masculino se está reprimiendo”, explica.

“Por una parte, existe mayor divulgación respecto a lo que se supone que es una buena forma de vivir la sexualidad y por otra, existen quienes dicen que la sexualidad debería ser de tal manera, con tal frecuencia y con quién. Cuando se entregan tips y se instala un estándar, se reprime y constriñe a todo el mundo, nadie logra dar con ese estándar supuestamente superior de aliado o de deconstruido porque nadie es capaz de dar abasto con todo eso”, agrega el especialista en masculinidades y género. Lo problemático de esto, concluye, es que se instale la idea de que hay una sexualidad buena, que es feminista y está deconstruida y que hay una sexualidad mala, tóxica o menos deconstruida y por ende, no feminista. Y que, de ese modo, por ser consecuentes con un movimiento que apoyan, autorepriman su deseo y su sexualidad. Como dice Uribe, ojalá que en conjunto logremos reprogramar eso que nos condiciona.

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