Fidel y la posverdad




SE HA confirmado: Fidel ha muerto. ¿Cuánto tiempo toma para que a una figura de esa vitalidad histórica desgastada -y a Castro, rato hacía, que se le venía teniendo por muerto en vida-, se le puede confirmar de verdad finado, pasado su hora, extinguido sin remedio? El quid del asunto no es forense, ni siquiera político, es simplemente anacrónico.

Es indiscutible su impacto a lo largo de los años 60, a casi una década que sorprendiera al mundo entero desde este continente; pero, ya en 1971, a causa del caso Padilla y otras propensiones totalitarias irá perdiendo ascendiente. Incluso antes, el 62, con ocasión de la instalación de misiles en la isla -una amenaza no solo para los EE.UU. (Fidel estaba dispuesto a llevar el conflicto hasta sus últimas consecuencias)- logra que Moscú y Washington, ellos bastante más cuerdos, le ordenen: "Tío éntrese". La Guerra Fría, o era seria y fría, o no era guerra, sino algo impensable, de terror.

Es posible que hasta ahí no más llegara Castro, ahí cuando se le congela. Después, podrá haber seguido jorobando, exportando su revolución, pero la URSS, para quienes no dejará nunca de ser un quebradero de cabeza, un tonel sin fondo, opta por no seguirle el amén (en Chile durante la UP, desde luego). Lo que es los norteamericanos lo tendrán por un dictador cualquiera, acorralarán la isla, la tacharan de "rogue state" (estado villano pirata), y manejarán su peligro como un asunto "policial" antisubversivo acotado (en el Cono Sur, por ejemplo). A su vez, el embargo les permitirá mostrar qué vaina es un estado socialista "modelo", para qué decir cuando colapsa la URSS y Cuba deviene en satélite de la Venezuela chavista.

Y, sin embargo, hay quienes se siguen cuadrando ("mis respetos Comandante"). ¿Cómo se explica? Es que Fidel, no del todo muerto, sí herido mortalmente, anticipa décadas antes a Trump y nuestro mundo actual, convirtiéndose en el "Bautista" de la posverdad. Refutaciones factuales de los supuestos logros de la revolución importarían cero. Fidel sería, como le escuché decir al periodista Juan Diego Montalva, un "dictador de pobres, no de ricos", por tanto, inimputable, exento de cualquier crítica sensata que se le haga. Alguien que solo cabría enjuiciársele sintonizando con canales y fuentes de información afines, cualquier otro sentir o parecer siendo propio de reaccionarios y vendidos (esta columna, por cierto).

Pasa también con Fidel que les devuelve a muchos esa expectación provinciana en que se han quedado pegados, que desde América Latina se puede llamar la atención (pataleamos, luego existimos) y, claro, Castro es el personaje hispanoamericano del siglo XX mejor conocido mundialmente. Además, es un poco como El Cid de la leyenda quien, muerto, seguiría ganando batallas, o Eva Duarte que se la pasan acarreando y peinando en calidad de "muñeca rubia" (Borges dixit), el Che en cuanto imagen "pop", o Allende, a veces muerto (a principios de los años 90) y a veces "vivo" como ahora, tras sus (perdí la cuenta) ene desentierros.

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