Lo que nos dejó el Terremoto




Esta columna fue escrita junto a Ramón Verdugo y Gustavo Peters, Socios Fundadores de CMGI Ltda.

El terremoto de Melinka, ocurrido al sur de Chiloé, tuvo una magnitud Mw=7.6, con un hipocentro que se estableció a una profundidad de 30 km. Las estaciones sismológicas emplazadas en la zona reportaron aceleraciones máximas, en superficie, equivalentes al 35% de la gravedad.

Este terremoto, al igual que otros grandes eventos sísmicos, constituye una oportunidad de aprendizaje para ingenieros, prevencionistas, autoridades, y todos aquellos actores relevantes a la hora de trazar la raya para la suma en la evaluación de desempeño post-terremoto. Esto, es pos de aumentar el conocimiento sobre este tipo de amenazas naturales. En este evento, en particular, se destacan dos elementos singulares que abren una interesante oportunidad de aprendizaje a la ingeniería sísmica chilena.

Primero: A pesar de la importante magnitud del terremoto, los efectos adversos en la comunidad, infraestructura, vivienda e industria fueron menores. Afortunadamente, no se reportaron víctimas fatales, y la conectividad no se vió significativamente afectada. En este sentido, es destacable el hecho que un terremoto de gran magnitud, en una zona poblada y construcciones antiguas, pase –prácticamente- desapercibido.

Segundo: La particular combinación tipo de construcción/geomorfología de la zona. Chiloé presenta un tipo de construcción que es -principalmente- baja y de alta calidad de manufactura (cabe mencionar la reconocida "escuela de carpintería chilota"). En este contexto, es posible señalar que la clave podría estar en que Chiloé tiene, principalmente, construcción en madera de gran calidad. A lo anterior, se suma la geomorfología de la zona, la cual se caracteriza por presentar, en general, suelos de alta competencia geomecánica. En este contexto, cabe mencionar que los pocos daños reportados en caminos y viviendas menores se registraron en zonas con suelos de baja competencia geomecánica: muy blandos, y por lo tanto, susceptibles a sufrir grandes deformaciones ante la ocurrencia de un terremoto de magnitud significativa.

Los chilenos estamos acostumbrados a terremotos fuertes, intensos, y largos, muy distintos a los terremotos que ocurren en otras zonas de actividad sísmica como Italia, Grecia, y el Oeste de Estados Unidos. Con certeza casi absoluta, sabemos que va a temblar en alguna parte ya sea en el norte, centro, o sur de Chile. Esta costumbre de que el país "se nos fracture" cada cierto tiempo, nos ha llevado, como nación, a desestimar eventos que no dejan daños. Sin embargo, debiéramos considerar que, ante eventos sísmicos de magnitud mediana, en otros países han ocurrido desastres considerables como lo que sucedió en L'Aquila 2009, Haití 2010, o Taiwán 2016.

Así, el terremoto de Melinka nos da la oportunidad de entender por qué un terremoto fuerte no generó daño considerable. ¿Cómo aprovechamos las observaciones de este terremoto para aplicarlo a otras zonas del país donde, con incluso terremotos menores, tenemos daños mayores? He ahí el desafío de la ingeniería sísmica chilena.

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