La nueva película de David Fincher es, antes que todo, un doble tributo. A su padre, Jack, quien escribió el guión y murió en 2003, posibilitando el inédito caso de que un guionista debute a 17 años de su muerte. El otro homenaje, más explícito, es para Herman J. Mankiewicz, “Mank” para amigos y enemigos, un guionista que estuvo detrás de 95 largometrajes, la mayoría sin ser acreditado, entre ellos El Mago de Oz, y que fue eclipsado por su hermano Joseph (La malvada, Cleopatra, Julio César), ganador de dos premios Oscar.

En rigor, Herman Mankiewicz logró un premio de la Academia por el guión de El Ciudadano Kane. El problema es que con el paso de los años el peso de Orson Welles dejó en el olvido a Mank. Hasta ahora.

Mank

Fincher, dueño de una de las mejores filmografías de las últimas dos décadas (Red social, Zodiac, Los siete pecados capitales, El club de la pelea), no ha escrito ninguna de sus películas. Pese a ser considerado un autor influyente en el cine estadounidense, su rol ha estado en la dirección, donde se puede delinear un estilo de ágil montaje —delatando su pasado como director de videoclips—, movimientos de cámara alrededor de sus personajes, fascinación por la tecnología y, en cuanto a temáticas, un gusto por historias oscuras y personajes atormentados que de una u otra forma pierden.

Mank, eso sí, se parece poco y nada al resto de las películas de Fincher. Tampoco es una biopic tradicional, porque solo toma un período acotado en la vida del escritor (“No puedes capturar la vida de un hombre en dos horas de película. Todo lo que puedes esperar es dejar una impresión de uno”, dice en un momento el propio protagonista). Ni es una cinta sobre “cómo se hizo El Ciudadano Kane”, porque se concentra en la gestación de su guión y apenas menciona su nombre. Mank es profundamente una película sobre el proceso de creación, sobre la hoja en blanco y cómo comienza a llenarse de textos donde un autor vuelca experiencias personales y le da sentido a una obra de ficción.

Con una formidable fotografía en blanco negro de Erik Messerschmidt, una banda sonora de época a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross que tiene sonido retro mono y una dirección artística apabullante, el largometraje cuenta cómo Orson Welles le pidió a Mankiewicz escribir su ópera prima, con el compromiso de que fuera un ghost writer. Mank, quien se codeaba con la “realeza” de Hollywood de los años 30 y termina convertido en paria tras darles la espalda: habitué en fiestas, conocido alcohólico y dueño de una lengua mordaz, cínico y más inteligente que todo su entorno, que termina vengándose de su amigo William Randolph Hearst —el poderoso empresario de las comunicaciones que inspiró a Kane— y que acá está interpretado sólidamente por Charles Dance (Tywin Lannister en Game of thrones).

Mank

La estructura de la cinta imita a la de El Ciudadano Kane, con sucesivos flashback, y Fincher agrega anotaciones tipo guion de cine para establecer momentos (“EXT. MGM Studios – Día – 1934 [FLASHBACK]”), cortes de escena como si el metraje se fuera quemando y citas explícitas a El ciudadano…, como por ejemplo la icónica escena de la bola de nieve que sale de las manos de un moribundo Charles Foster Kane, filmada por Fincher desde el mismo ángulo, esta vez con Mank dejando caer una botella de sus manos mientras duerme.

Hay innumerables referencias al Hollywood de esos años —la película parece hecha para el goce de los cinéfilos—, que el filme apenas explicita, como cuando muestra a los guionistas Ben Hecht, Charles Lederer y Charles McArthur en una misma habitación, pero apenas se mencionan sus nombres; o cuando aparecen fugazmente grandes estrellas de la época, pero sin mencionar sus nombres.

¿Por qué Mank termina haciendo una vendetta a William Randolph Hearst y se enfrenta Louis B. Mayer, pese a la ayuda que tuvo de ambos? Ese es uno de los ejes de Mank, en vibrantes escenas de comidas, fiestas y reuniones como telón de fondo, que sitúan en pasado lo que se fue germinando y, luego, con el guionista postrado en una cama —producto de un accidente automovilístico—, dictándole el texto a la joven mecanógrafa Rita Alexander (Lily Collins, de Emily in Paris) y todo su entorno cuidándolo de que no beba, porque todos saben que cuando lo hace, se convierte en alguien aún más histriónico y mordaz.

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La cinta muestra, como si se tratara de una ópera, como el autor se fue desilusionando de sus jefes de estudio y de Hollywood por torpedear la candidatura a gobernador de California del escritor socialista Upton Sinclair, a través de fake news antes de que se llamaran así, mediante cortos hechos por actores, que se emitían en radio y cine, y que los hacían pasar por personas reales, demostrando cómo la combinación del poder del cine y los medios podía subir y bajar a figuras a su gusto. Y también por haberse sentido el “mono de un organillero” en una de las escenas más brutales de la película.

Como contrapunto, el guionista también termina con la amistad que tenía con Marion Davies (una gran Amanda Seyfried, enorme en cada una de sus escenas), pareja de Hearst y una de las tantas que le pidió a Mank que el guión de El ciudadano Kane no se filmara.

Mank es una película compleja en todo el sentido de la palabra. En el modo en que está contado, en los largos diálogos del protagonista (Gary Oldman, extraordinario, en uno de los mejores roles de su carrera y que merece un segundo Oscar), en las referencias cinéfilas y de época que seguramente dejarán a muchos sin entender y a otros tantos sin terminar de verla. Es una obra intensa y apabullante, que no cede nunca en cómo quiere contar lo que cuenta, exigiendo al espectador. Es un lujo que se ha dado David Fincher, que al firmar con Netflix exigió ser el dueño del corte final de la película, que difícilmente podría haber filmado si no fuera porque la compañía de streaming quiso mantenerlo tras la miniserie Mindhunter y le dio carta blanca.

“Este es un negocio donde el comprador no obtiene nada por su dinero más que un recuerdo. Lo que compró todavía pertenece al hombre que lo vendió. Esa es la magia de las películas“, dice Mayer en una fascinante escena mientras camina, hablando de lo que para él es el cine. Muy posiblemente David Fincher no piensa de esa manera para esta cinta que no ha hecho para el cine, sino para Netflix, aunque se trate de un manifiesto de amor al celuloide. Mank es mucho más que un recuerdo para quienes la vean. Es una experiencia fascinante de un tipo de cine que casi no se hace en Hollywood —salvo Scorsese, Eastwood, P. T. Anderson y Tarantino—, que seguramente arrasará en las nominaciones al Oscar. Una obra maestra en su carrera, para poner entre Red social y Zodiac. Una película sorprendente.