Locura, racismo y fanatismo: Rudolf Hess, la insólita historia del hombre que quiso acabar con la II Guerra Mundial en paracaídas

Hipocondríaco, racista y con una lealtad hacia Hitler que rayaba en el fanatismo, Rudolf Hess, el lugarteniente del Führer, protagonizó uno de los episodios más misteriosos y extraños del conflicto al intentar por su cuenta llegar a un cese de hostilidades con los británicos ¿qué lo motivó? La historia la lee en Culto.


La tarde del 11 de mayo de 1941, era solo una más en la rutina del primer ministro británico Winston Churchill. Pero, el premier se permitía un descanso entre revisiones de mapas, reuniones y noticias sobre la guerra. Por ello, agendó la proyección de una película, Los Hermanos Marx en el Oeste, para distraerse un rato. Pero entre los tiroteos de los cowboys, un ayudante entró raudo a la oficina y le lanzó la última noticia que pensaba escuchar: “¡Hess se ha lanzado en paracaídas sobre Escocia!”.

Con su habitual flema inglesa, Churchill creyó que sin dudas su ayudante exageraba o bien se había equivocado; no podía ser que uno de los jerarcas del nazismo hubiese cometido tal locura. Calmado, pidió que simplemente confirmaran la veracidad a esa noticia imposible e inverosímil, y lo despidió sin más, para seguir inmerso en la película.

Los restos del avión estrellado de Rudolf Hess en Escocia

Pero la noticia era correcta. La noche del 10 de mayo, un granjero escocés, Donald McLean, vio como un avión se estrellaba a unos 200 metros de su propiedad y un misterioso sujeto saltaba en paracaídas. Antes que su familia se despertara, salió él mismo a ver lo que ocurría, y notó que el hombre que había saltado vestía uniforme alemán, pero lo saludó en un inglés correcto y con cortesía le agradeció la ayuda. Sin saber mucho qué hacer, el granjero invitó al alemán a su hogar.

Mientras bebía una taza de té caliente -no tomaba alcohol, era vegetariano e hipocondríaco-, el extranjero compartió con la familia de McLean, quien decidió telefonear a las autoridades locales. El misterioso alemán les comentó su objetivo. “Le dijo que buscaba al duque de Hamilton porque debía entrevistarse con él -detalla Jesús Hernández Martínez, en su libro Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial-. Al día siguiente, una vez en presencia del noble, al cual había conocido durante los Juegos Olímpicos de Berlín, el aviador reconoció ser Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler”.

El más leal a Hitler

Rudolf Walter Hess, nacido en Alejandría (Egipto) en 1894, era de esos sujetos que no conocían la mesura. Como el Führer y otros jerarcas del nazismo, también pasó por la experiencia infernal de matanzas, gaseos y ratas de trincheras en la Primera Guerra Mundial. Después de acabado el conflicto, e impuestas a Alemania las duras condiciones del Tratado de Versalles, Hess, como varios de los nacionalistas que estuvieron en el frente, se encontraba molesto con la situación.

Una tarde de 1920, cuando vio a un desgarbado pero dramático sujeto de bigote dar un encendido discurso en un local en Münich, decidió seguirlo. Era Adolf Hitler. Desde entonces se convirtió en uno de los más cercanos y leales seguidores del Führer. En una ocasión, cubrió con su cuerpo un botellazo destinado al líder y recibió de lleno el impacto en su cabeza. Además, lo secundó en el frustrado Putsch de la cervecería encabezado por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) -un intento de golpe de estado en noviembre de 1923- e incluso lo acompañó a la prisión, donde fue uno de los encargados en transcribir Mein Kampf, el libro que el líder dictó en el período. Poco a poco se convirtió en un nombre importante en el partido, más cuando Hitler accedió a la cancillería, en enero de 1933.

Allí comenzó el ascenso de Hess; el 21 de abril fue nombrado lugarteniente del Führer (Stellvertreter des Führers), e incluso se le designó como ministro, pero sin cartera a cargo. También fue su equipo el que empujó las racistas Leyes de Nüremberg, un código antisemita que limitaba los derechos de los judíos, le impedía casarse o tener vínculos con las personas “de sangre alemana o afín”.

Su relevancia era tal, que él mismo se ocupaba en organizar el faraónico congreso anual del partido en Nüremberg, ocasión en que solía presentar él mismo al líder, a la manera de un maestro de ceremonias. El documental El triunfo de la voluntad (1935) de Leni Riefenstahl, lo muestra en toda su locura (”Hitler es Alemania y Alemania es Hitler”, grita durante su introducción antes de saludar con el clásico gesto del brazo en alto). Sin tener una camarilla de leales cerca de él, se abocó solo a atender los requerimientos de Hitler. Aunque se comenta que gozaba de popularidad entre la población al ser mucho menos soberbio que otros jerarcas del nazismo.

Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial lo encontró en una posición diferente. Poco a poco, se estrella comenzó a menguar. Sin ser un gran estratega militar, ni contar con mando directo, no había encontrado una ocasión para lucir su verborreica lealtad hacia Hitler en el fragor del conflicto, y por el contrario, eran los oficiales de la Wehrmacht los que ganaban mayor peso. Eso, en el complejo círculo de hierro del líder, era una posición poco ventajosa. Pero ahí había una sola cosa por hacer.

¿Trampa o mala decisión?

Se dice entonces que Hess quiso actuar por su cuenta. Volar hasta Londres y negociar directamente el cese de hostilidades con los británicos, tras la larga ofensiva sustentada en los bombardeos de la Lutfwaffe a los centros urbanos de Inglaterra, en especial durante el verano boreal de 1940. “Su objetivo era alcanzar un acuerdo de paz con el gobierno británico, basado en un reparto del mundo en esferas de influencia y, por encima de todo, en la salida de Churchill del gobierno, considerado un obstáculo para el entendimiento entre ambas naciones”, detalla Hernández Martínez.

Su lectura era que una negociación podría lograr alinear a los británicos en torno a un enemigo en común: la URSS. Sabia que Churchill era un furioso anticomunista y había recibido información de que en Reino Unido, habían sujetos dispuestos a alcanzar un acuerdo con los alemanes. Eso le permitiría a Hitler lanzarse a la invasión de la URSS sin el riesgo de tener un frente abierto a su espalda.

Pero su jugada no funcionó, y los británicos decidieron sin más encarcelarlo tras un rápido desmentido de cualquier idea de negociación desde Alemania. “Hess estaba convencido de que sería conducido ante el primer ministro o incluso el rey Jorge VI, pero tras la entrevista con el duque se encontró encerrado en una celda con un pijama gris y cubierto con una manta del ejército -detalla Hernández-. Churchill, tras enterarse de los pormenores de la charla por boca del propio duque, había ordenado que fuera tratado como un prisionero de guerra”.

Mientras, en Alemania, Hitler se enteró de la situación de Hess cuando su ayudante le entregó una carta firmada de su puño y letra. Este se encontraba reunido con su arquitecto, Albert Speer, mientras planificaba operaciones militares. “Los testimonios sobre la reacción de Hitler ante la noticia son contradictorios; según unos, el Führer montó en cólera y maldijo a Hess, mientras que otros describen a un Hitler resignado, lo que ha hecho creer que podía conocer las intenciones de Hess o incluso haberlo animado a llevar a cabo la misión”, detalla Hernández.

Asimismo, se han levantado otras tesis. Una de estas, que Hess fue víctima de una conjura planificada por el espionaje británico para hacer creer que en el país había gente dispuesta a encontrar un acuerdo con Hitler. “También se ha aventurado que fueron los servicios secretos británicos quienes tendieron una trampa en la que Hess cayó, aprovechando su mente inestable”, agrega el historiador.

Desde entonces, permaneció en la prisión de Spandau como una suerte de trofeo de los tiempos de guerra y fue el último de los jerarcas nazis en morir, en 1987, a los 93 años. “En el proceso de Nuremberg recuperó inesperadamente la memoria, tras declararse amnésico, pero eso no le libraría de la cadena perpetua -señala Hernández-. Tras más de cuatro décadas de reclusión, decidió acabar con su vida ahorcándose con un cable eléctrico, pero la sospecha de que en realidad se tratase de un asesinato nunca se ha disipado por completo”.

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