Los aterradores días en que la bomba atómica arrasó con Hiroshima y Nagasaki

El "hongo" de una explosión atómica

Entre el 6 y el 9 de agosto, la Fuerza Aérea de EE.UU. lanzó las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas a fin de acabar definitivamente la Segunda Guerra Mundial. Los lanzamientos eran parte de una serie de objetivos elegidos previamente y sorprendieron a la población civil que apenas pudo asimilar lo ocurrido. La segunda bomba originalmente iba a caer sobre Kokura, pero un incidente determinó el cambio de Nagasaki. Una historia devastadora revivida estos días por el suceso del filme Oppenheimer, de Christopher Nolan.


“El presidente Truman anunció hoy que las Fuerzas Aéreas del Ejército lanzaron sobre los japoneses una bomba atómica que contiene más potencia que 20.000 toneladas de TNT”, detallaba el lead de la nota destacada en la portada del New York Herald Tribune que salió a las calles el 6 de agosto de 1945. El mundo conocía por primera vez la existencia de un arma de un poder apenas imaginable.

En ese momento, el gobierno de Estados Unidos buscaba el fin de definitivo de la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas alemanas se habían rendido en mayo de ese año, tras la entrada del ejército rojo en Berlín y el suicido del jerarca nazi, Adolf Hitler en su búnker. Mientras, en el frente del Pacífico que enfrentó a japoneses y estadounidenses, la acción tomaba un cariz decisivo con los avances de las fuerzas americanas los que habían conseguido el retroceso los nipones, en especial tras la batalla de Midway (junio de 1942) la que les permitió ganar la iniciativa.

Tal como ocurrió con la falsa atribución de un arsenal de armas químicas para justificar la Guerra de Irak, desde la Casa Blanca se señaló que Hiroshima, una ciudad fundada en el siglo XVI a orillas del mar de Seto, era un objetivo militar. Aunque la paradoja fue que la víctimas en su mayoría no eran soldados, sino civiles. “Hiroshima es un importante depósito de intendencia y tiene grandes plantas de máquinas herramienta y aviones, además de ser un puerto. Su población es de 318.000″, detallaba la nota del New York Herald Tribune. Además, la nota destaca que la ciudad era “una importante base del ejército japonés”.

Harry Truman

Pero la verdad era otra. “La justificación del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no fue que era indispensable para conseguir la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un medio de salvar vidas de soldados estadounidenses. Pero es posible que uno de los argumentos que indujo a los gobernantes de los Estados Unidos a adoptar la decisión fuese el deseo de impedir que su aliado, la Unión Soviética, reclamara un botín importante tras la derrota de Japón”, detalla el célebre historiador Eric J Hobsbwam en su clásico Historia del siglo XX.

En realidad, la bomba atómica, construida sobre la investigación de Robert Oppenheimer, el científico cuya historia inspira la exitosa nueva película de Christopher Nolan, se había diseñado como una súper arma contra los alemanes. Pero las cosas se fueron dando de otra forma. Había que demostrar el poder estadounidense y enviar una clara señal al mundo.

En la Conferencia de Postdam, los aliados habían exigido la rendición incondicional de Japón. “En esta declaración, firmada por Truman, Churchill y Chiang Kai-Shek -de Estados Unidos, Reino Unido y República de China, respectivamente-, y que después suscribió la URSS de Stalin, no se establecía una postura clara sobre lo que sucedería con la figura del emperador nipón, pero no había duda de que Japón perdería todas sus conquistas”, detallan los historiadores Carlos Sola Ayape y María Fernanda Sotelo Fuentes en su artículo La bomba atómica después de Hiroshima y Nagasaki. El difícil camino hacia el control de la energía nuclear.

“El comunicado generó una profunda división entre la sociedad nipona, principalmente, entre militares y políticos: mientras que los primeros querían seguir en la lucha hasta el final, los segundos se mostraban partidarios de que Japón pusiera fin a la guerra. La decisión última fue anunciada el 30 de julio. Ese día, el periódico The New York Times publicaba la noticia de que Japón había declinado el ultimátum aliado y que, por consiguiente, no estaba dispuesto a firmar su rendición”, agregan. Así, tras la negativa japonesa, Truman tomó la decisión. Originalmente se eligieron 4 blancos; las ciudades de Hiroshima, Kokura, Niiagata y Kyoto. Pero el secretario de Guerra, Henry L. Stimson, logró sacar a esta última de la lista porque la había visitado y le gustaba mucho. En su lugar, se colocó a Nagazaki.

“El presidente dijo que la bomba atómica era la respuesta al rechazo japonés del ultimátum de Potsdam de las tres potencias -informó el New York Herald Tribune-. Él dijo: ‘Pueden esperar una lluvia de ruina del aire como nunca se ha visto en la tierra’”.

“Hiroshima tembló como si fuera sacudida por un terrible terremoto”

Tras un primer ensayo atómico ejecutado el 16 de julio de 1945, en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México, tal como se recrea en el filme protagonizado por Cillian Murphy, se decidió lanzar el ataque nuclear sobre Japón. La bomba de uranio-235 pesaba 4.400 kilogramos de peso, medía 3 metros de longitud, abarcaba 75 centímetros de diámetro y contenía una potencia explosiva de 16 kilotones.

“Hemos gastado US$2.000.000.000 en la apuesta científica más grande de la historia, y ganamos”, dijo el presidente Truman en un comunicado difundido por los medios el 6 de agosto. “Ahora estamos preparados para destruir más rápida y completamente todas las empresas productivas que los japoneses tienen en cualquier ciudad. Destruiremos por completo el poder de Japón para hacer la guerra”.

La tripulación del B-29, Enola Gay, posa en una parada en las Islas Marinas. El comandante, Paul W. Tibbets, está en el centro.

La bomba, motejada como “Little boy” por la soldadesca, fue embarcada en un bombardero B-29 el que fue a su vez, llamado Enola Gay por el piloto, el Coronel Paul W. Tibbets, en recuerdo de su madre. Todo arrancó en la madrugada del 6 de agosto. “A las dos con cuarenta y cinco de la mañana, el Enola Gay inició su viaje hacia territorio nipón, partiendo de la Isla de Tinian -ubicada a unas seis horas de Japón-, con la única misión de arrojar aquel artefacto atómico”, detallan Sola Ayape y Sotelo Fuentes.

Entonces ocurrió el momento. Volando a 10.000 metros de altura, el Enola Gay soltó la bomba sobre Hiroshima las 8:15 de la mañana. El coronel Tibbets nunca olvidó lo que vio desde el cielo. “Apenas podíamos creer lo que estábamos viendo. [...] Hiroshima tembló como si fuera sacudida por un terrible terremoto. [...] arrojamos la primera bomba atómica a las 8.15 horas tiempo de Japón. [...] una inmensa nube de humo se levantó y cubrió por completo a Hiroshima. La explosión nos produjo la misma sensación que se experimenta cuando cerca del aeroplano estallan los proyectiles de las balas antiaéreas y forman un vacío que hace cabecear el aparato”.

Algunos de los que tuvieron la fortuna de sobrevivir a la masacre, recordaron la experiencia años más tarde. “Todo pasó muy rápido. Fue una luz muy fuerte. Y luego un estruendo. Pensé que había explotado algo cercano a nosotros. Pregunté y nadie sabía exactamente qué había pasado. Primero creímos que era una bomba, digamos, normal. Pika!, Pika! («¡Una bomba, una bomba!»)”, cuenta Mori-san en su testimonio compilado en el libro Hiroshima, testimonios de los últimos supervivientes. Por entonces tenía 19 años.

Hiroshima en ruinas tras la explosión de la bomba atómica (AP Photo/Stanley Troutman)

El impacto de la bomba fue tal que generó un ambiente infernal. La gente fue quemada viva. Y los que no fueron calcinados, sufrieron los estragos de la radiación. “Era un mundo siniestro que no se podría describir con palabras. A pesar de que el sol del verano brillaba con fuerza, nadie sudaba ni una gota. La temperatura de la bolsa de fuego de la bomba alcanzó los 12.000 grados y la explosión secó el aire y a la gente”, recuerda Mori-san. “La poca gente que había en la calle tenía la espalda carbonizada y de los cadáveres putrefactos salían gusanos, que luego se convertían en moscas. Y esas miles de moscas, las únicas que se movían con libertad, volvían a posarse en los cuerpos de los muertos. Los heridos caminaban en silencio”, añadió.

El 9 de agosto, el New York Herald publicó la nota de Homer Bigart, su corresponsal en la base de Okinawa. “Durante dos millas en todas las direcciones, el fuego había quemado por completo y arrasado con todos los edificios, y finalmente se quemó en las afueras. No es exagerado decir que el 60 por ciento de la ciudad quedó completamente destruida”, detalló. “Tokio radio dijo que Hiroshima fue completamente destruida y afirmó que los muertos son demasiado numerosos para ser contados. La transmisión también afirmó que el uso de la bomba atómica fue una violación del derecho internacional. Prácticamente todos los seres vivos, humanos y animales, fueron literalmente chamuscados hasta la muerte, continuó la radio”.

“Otras fotos de Hiroshima, tomadas el lunes por la tarde entre seis y ocho horas después de la explosión, mostraron que la bomba aparentemente cayó sobre el centro geográfico exacto de la ciudad, que tenía una población de alrededor de 318.000 habitantes -agrega el mismo corresponsal-. Durante dos millas en todas las direcciones, el fuego había quemado por completo y arrasado con todos los edificios, y finalmente se quemó en las afueras. No es exagerado decir que el 60 por ciento de la ciudad quedó completamente destruida”.

Según el New Times las primeras estimaciones detallaban que la bomba mató a 40.000 personas el día que se lanzó y aproximadamente 70.000 a finales de 1945.

Días después estaba programado el segundo lanzamiento. La fecha inicial era el 11 de agosto, pero debido al pronóstico de mal tiempo, que amenazaba con complicar la operación aérea, se decidió adelantar para el día 9. Pero en realidad había otra razón: los reportes de inteligencia detallaban que los soviéticos iban a declarar la guerra a Japón, lo que finalmente concretaron ese mismo día 9. La Casa Blanca estaba decidida a dejarlos fuera del reparto como fuera (lo que no habían logrado en Berlín, cuando el Ejército Rojo llegó antes), así que se estimó que la segunda bomba forzaría a los japoneses a rendirse definitivamente.

Originalmente el blanco del ataque era la ciudad de Kokura, pero una insólita circunstancia obligó al cambio; una de las bombas de almacenamiento de gasolina falló en pleno vuelo del bombardero B-29 (llamado Bock’s Car), lo que amenazaba con dejar al aparato sin combustible suficiente para llegar al objetivo.

Peor aún, ante la falla, el sistema de lanzamiento de la bomba (llamada Fat Man), comenzó a activarse lo que alteró a la tripulación. Nerviosos y con el tiempo en contra, se encontraron sobrevolando cerca de la ciudad de Nagazaki, la tercera en la lista de blancos. Así, decidieron sin más lanzar la bomba allí a las 11.02 horas.

El artículo del New York Times, describió a Nagazaki como “una importante zona industrial y de navegación con una población de alrededor de 258.000 habitantes” y “un puerto para el transbordo de suministros militares y el embarque de tropas en apoyo de las operaciones de Japón en China, Formosa, el Sudeste Asiático y el Sudoeste del Pacífico”. Es decir, reiteró la idea del blanco militar. Eso sí, no hubo mención al chasco del avión.

Mujer quemada por el impacto de la bomba atómica. La energía liberada fue tal que le imprimió el patrón de su vestuario en la piel.

El impacto de la bomba en Nagazaki fue igual de devastador que en Hiroshima. “Por la radio se anunció que un avión extraño escudriñaba nuestro pueblo, mi madre escuchaba mientras preparaba la comida de mediodía; fuimos al refugio de nuestra casa, pero tras unos minutos los vidrios de las ventanas eran balas, y vino una luz como si fueran mil relámpagos al mismo tiempo, estruendo, explosión y después el silencio”, recordó Yasuaki Yamashita, sobreviviente de la ciudad.

El impacto no solo mató de inmediato a miles de personas, sino que dejó a miles con secuelas debido a la radiación liberada. “En cuanto a las repercusiones para la salud, de inmediato se detectó que los rayos de referencia afectaban extrañamente a la sangre y hacían a sus víctimas presa de una funesta infección. La mayor parte de las personas que se hallaban en un radio de acción de un kilómetro y medio del centro de la explosión, murieron rápidamente, bien a causa del intenso calor, bien por las heridas sufridas al derrumbarse los edificios por la onda expansiva. Muchos de los que escaparon de la muerte, perecieron después como consecuencia de los efectos de los rayos parecidos a los del radio”, detallan Sola Ayape y Sotelo Fuentes.

Tras el impacto de la bomba en Hiroshima, ya habían comenzado las deliberaciones entre los militares japoneses sobre aceptar la rendición. Pero tras el estallido de la bomba en Nagazaki, no hubo dudas. Así, el 15 de agosto, el emperador Hirohito comunicó a su pueblo la rendición incondicional a través de un mensaje radial. Días después, Truman informó la rendición japonesa. La Segunda Guerra Mundial acabó definitivamente.

Tiempo después, en diciembre de 1946, Truman defendió su decisión de lanzar la bomba en una carta. “No tengo ningún reparo al respecto por la sencilla razón de que se creía que el lanzamiento de no más de dos de estas bombas pondría fin a la guerra. Los japoneses en su conducción de la guerra habían sido salvajes viciosos y crueles y llegué a la conclusión de que si se podía salvar a doscientos cincuenta mil jóvenes estadounidenses de la masacre, se debería lanzar la bomba, y eran... las ciudades sobre las que se lanzaron las bombas se abandonaron, se dedicaron casi exclusivamente a la fabricación de municiones y armas de destrucción”.

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