Tan solo alguien como él podría ser capaz de seguir siendo noticia el mismo día en que toda una ciudad vive pendiente del veredicto en los juzgados de un caso de homicidio con ribetes de teleserie. Tan solo alguien tan carismático podría seguir despertando tanta atracción como el desenlace televisado del Caso Haeger. Pero Washington Sebastián Abreu (40, casi 41) no es un futbolista más. Aquí, en Puerto Montt, es también un ídolo y una ilusión, un príncipe y un salmón acostumbrado a nadar a contracorriente.

Es jueves en la capital de la Región de los Lagos y a las 10.30 de la mañana una espesa niebla cubre todavía la superficie del Canal de Tenglo. En el Estadio Regional de Chinquihue, el más austral del mundo, está a punto de comenzar la práctica de Deportes Puerto Montt, equipo de la Primera B chilena. Lo hará exactamente a las 11, media hora después de que el Loco más famoso del balompié sudamericano detenga su jeep rojo en el estacionamiento. Y descienda con sus 23 años de fútbol profesional, sus dos Mundiales y sus tres Copas América a cuestas, y emprenda con andar parsimonioso su despreocupado camino hacia los camarines del vigesimoquinto equipo de su carrera. El equipo del récord.

Y es que desde el pasado 28 de junio, fecha en la que el ariete uruguayo completó su primer entrenamiento en suelo chileno, ni el jugador ni la institución a la que hoy representa han vuelto a ser, en rigor, los mismos. El club, porque jamás en sus 34 años de historia (seis menos, por cierto, de los que tiene su fichaje estrella) había contado en nómina con alguien de la dimensión mediática y futbolística de Abreu. Y éste porque, a fin de cuentas, dispone ya, desde su aterrizaje en la Décima Región, de un lugar de privilegio en el libro Guinness de los récords. El que lo acredita, junto al alemán Lutz Pfannenstiel -hoy retirado-, como el jugador que mayor número de equipos profesionales ha defendido a lo largo de la historia.

Pero Abreu, aseguran en Puerto Montt, es mucho más que una antojadiza pieza de coleccionista. Diez minutos antes de que eche a rodar la pelota en Chinquihue, habla Óscar Correa, técnico del equipo: "Se diría que por lo megaestrella que es, por su trayectoria, por el tratamiento que le dan los medios y por todo lo que genera, integrarse en un equipo de gente que está en búsqueda de ganarse un nombre en el fútbol no debiese ser fácil, pero ha sido todo lo contrario". Y sentencia: "Visamos su llegada en base a un estudio acabadísimo de su trayectoria y es su profesionalismo, su competitivad y su calidez humana lo que le ha permitido sostener un liderazgo muy marcado en el camarín. Porque por lo demás tiene muy claro su rol; un jugador con las mismas obligaciones, derechos y deberes que el resto. No tiene ningún trato especial y está demostrando en la cancha que sigue vigente y que fue un acierto traerlo".

Basta con asomarse un rato al palco vip del sorprendente estadio, que se abre literalmente a las aguas del Seno de Reloncaví, para comprender la expectación que sigue generando la presencia de Abreu en la cancha. Es cierto que la fiebre desatada tras su arribo se ha ido apaciguando con el paso del tiempo y la irregular trayectoria del equipo, pero en este partido de entrenamiento ante la división Sub 19, el charrúa sigue siendo el único foco de atención. El hombre al que examinan los aficionados más viejos desde la tribuna, evaluando con sus pupilas cansadas sus progresos, denunciando su pasividad a veces o alabando sus virtudes a la hora de definir; o el que justifica que hinchas llegados incluso desde Concepción se encuentren esta mañana en el estadio presenciando en directo la práctica matutina de un equipo de Segunda.

El efecto Abreu

Víctor Sánchez, presidente de la Comisión de marketing del club, acierta a sintetizar así el alcance de su impacto: "El efecto Abreu existe. Desde su llegada hemos tenido mucho más público en el estadio que en campañas anteriores. En un partido de Copa Chile no pasábamos de los 1.500 espectadores y cuando debutó Sebastián llegaron 6.000. También lo apreciamos en la venta de camisetas. Debemos estar aproximadamente por las 400 vendidas, que puede parecer poco para un club profesional, pero para nosotros es algo jamás visto. Y luego está el hecho de que nos ha ayudado muchísimo a poner el club y la ciudad en el mapa, a potenciar la imagen como marca y a ser noticia en todo el mundo gracias a esta contratación".

A las 13.30 horas y tras el triunfo trabajado del primer equipo sobre su filial, la cancha de entrenamiento comienza a vaciarse. El uruguayo, sin embargo, desparramando su desgarbada silueta de 1,93 metros sobre uno de los asientos de la banca, permanece en la cancha 15 minutos más, conversando distendidamente con sus compañeros. No tiene prisa. Jamás la ha tenido. Cuando al fin decide marcharse, no queda nadie sobre el pasto de Chinquihue

Son poco más de las dos cuando el nuevo ídolo de Deportes Puerto Montt termina de cebar su mate humeante y se sienta a conversar con La Tercera. La niebla que cubría la superficie del Canal ya ha desaparecido. Tras realizar una breve pausa y compartir una sonrisa cómplice con su compatriota Martín Icart, presente en la sala durante toda su disertación, el futbolista más veterano del cuadro albiverde comienza a relatar sus sensaciones. Y a desclasificar los ingredientes de su exitosa receta para mantenerse vigente: "Una alimentación en base a nutricionistas, el descanso y un aspecto que en lo personal me ha dado muchos réditos, sobre todo de los 37 en adelante, que es el trabajo específico, individualizado, extra y por fuera del club con un personal trainer. Eso me ha dado un respaldo importante, pero la base de todo es la pasión". De su récord subraya que no es más que "algo estadístico". "Y se ha tergiversado mucho. Porque cuando iba por el equipo número 10 u 11, decían que era mercenario. Cuando iba en el 14 ó 15, que me peleaba con todos los entrenadores, y ahora que estoy en el 25-26, pues que voy por el récord. Siempre buscan algo, pero lo mío fue simplemente movilizarme por pasión futbolística", puntualiza.

Una pasión que lo llevó a transitar por 12 países diferentes, a marcar goles en más de 20 clásicos distintos, a proclamarse campeón nacional en ligas tan dispares como la uruguaya, la brasileña, la argentina o la salvadoreña, y a alzar al cielo de Buenos Aires, en 2011, la Copa América con su selección. Todo ello antes de desembarcar en Puerto Montt, una ciudad en la que hoy lleva -dice- "una vida monótona", pero también la vida que quiere. "A lo único a lo que no me adapto es a este frío terrible. Es imposible. Pero estoy feliz. Por lo demás, me siento identificado con la idiosincrasia de los trabajadores de la ciudad, de su gente, gente que la lucha, la pelea día a día y se mete en alta mar a pesar de las inclemencias del tiempo buscando el beneficio de su familia".

Ahora que se cumplen 100 días desde la mañana en que saltó a la cancha para ejercitarse por primera vez junto al resto de sus compañeros, asegura sentirse capacitado para echar la vista atrás: "Los primeros días te analizan, te miran de reojo, te van buscando detallecitos, hasta que se dan cuenta de que no hay nada de diferente, sólo que haces muchos goles. Y como eso de hacer muchos goles nos ayuda a todos, terminan aceptándote".

Y luego, tras definirse como "un jugador absolutamente dependiente del equipo" ("no soy ningún Messi, ningún Cristiano, ningún monstruo que te solucione solo un partido"), sentencia, de forma genérica y en tono reivindicativo: "Estoy satisfecho porque creo que la gente ha visto un Abreu que ha venido a pelear por ser el goleador del campeonato y no como se hablaba antes por desconocimiento o por el preconcepto de la edad, de vacaciones. Le estoy ganando la pulseada a las críticas".

Río arriba

Luego de 23 años en el fútbol, se diría que hay sólo dos cosas capaces de alterar el semblante afable de Sebastián. Que se olviden de mencionar a su primer club cada vez que alguien realiza un somero inventario de su currículum, o que se trate de establecer algún tipo de conexión entre su sobrenombre, el Loco, y cualquier clase de locura. "Son 25 equipos profesionales en los que he jugado, pero en total son 26 con uno amateur. Porque el otro es club igual, no es que yo me lo haya inventado. El club existe, se llama Nacional de Minas y es donde debuté", proclama, a propósito de lo primero. De lo segundo, de todas las interpretaciones que se han hecho acerca de lo que el propio jugador da en definir como su "nombre artístico", se defiende argumentando: "Nunca fui un loco. Nunca llegué borracho a una práctica, nunca peleé con un entrenador, nunca falté a un entrenamiento de forma irresponsable. No vas a encontrar en mi carrera ningún detalle para lo que realmente es el apodo".

Y después ahonda: "Al Toro Acuña no le decían Toro porque la mujer lo engañaba y tenía cuernos, le decían por otra cosa. Y a mí no me dicen Loco porque sea un loco de verdad. Yo al principio era el 22, que es el número del Loco (en el tarot), y de ahí un periodista hizo el juego y me quedo el nombre".

Un apodo que, a juicio del delantero, tampoco guarda relación con su comportamiento dentro de la cancha, por más que sus dos definiciones al estilo panenka en un duelo entre Botafogo y Fluminense, en 2011 -y en un lapso de sólo tres minutos- perfectamente podrían ser considerados el epítome de la osadía desde del punto penal. "No, son responsabilidades que se toman. A veces queda lindo el apodo para llevarlo a tu terreno, pero pasó por ejemplo con el penal en el Mundial (2010). Nunca escuché a nadie decir cuando lo hizo Zidane (2006), y no me estoy comparando: 'Qué loco', sino 'qué maestro, qué genio'. Pero lo hace el Loco Abreu y dicen: 'Qué irresponsable' o 'Ah, es loco de verdad'".

A las tres de la tarde, el Loco más cuerdo del fútbol chileno comienza a reflexionar sobre la actualidad (la suya y la del balompié) regalando una serie de sentencias que suenan a despedida. Fundamentalmente porque ha quedado para almorzar ceviche en Angelmó y está llegando ya tarde a su cita.

La primera tiene que ver con las Eliminatorias para el Mundial: "Que Chile tiene potencial para clasificar, claro que lo tiene, pero no me sorprende nada de lo que pueda pasar, porque está todo muy parejo. Si bajas el nivel una fecha, como le sucedió a Chile, te complicas. Si me preguntas, lo único que no puedo imaginar, por el sentido de pertenencia que tengo y porque conozco bien el proceso, es un Mundial sin Uruguay", afirma, y tras asegurar que ponerse fecha de caducidad a sus 40 años (cumple 41 el 17 de octubre) sería "autopresionarse" y que se sigue sintiendo "plenamente competitivo", culmina: "Si algo trato de cuidar ahora es el prestigio, porque desprestigiarte son tres días y ganarte un respeto puede llevarte 15 años. Yo no vivo del pasado, pero me gusta valorarlo porque el fútbol no tiene memoria. Por tres partidos malos, uno que hizo una trayectoria espectacular ya no sirve más. Y el que no tiene trayectoria ninguna, por tres partidos buenos es crack. No me gusta vivir de la trayectoria, pero sí la disfruto. El que la tiene, la tiene; y el que no la tiene, la tiene que inventar".

"¿Sabes cuántos goles llevo en total?", pregunta de pronto Abreu, ya en el estacionamiento, mientras camina en dirección a su auto. "413 goles en 775 partidos", se responde a sí mismo. Y después, como en una suerte de promesa con tintes de vaticinio e instalándose ya al volante de su jeep, agrega: "Pues la próxima semana serán 415 y 776 partidos. Recuérdalo". Esta tarde, ante Unión San Felipe, el futbolista jugará su partido número 777 en el profesionalismo, después de que con un doblete suyo (ése que había prometido) Puerto Montt derrotase la pasada fecha a Santiago Morning en Chinquihue.

El ariete partirá probablemente en diciembre de Puerto Montt, aunque no lo reconozca abiertamente. Pero lo hará para seguir remontando a contracorriente, como los salmones, las turbulentas aguas del fútbol.