Siempre me han gustado las memorias. Disfruto esa posibilidad que ofrecen de deslizarte en una vida que no es propia a partir de un centenar de páginas. Lo maravilloso ocurre cuando, además de estar bien escritas, son tan honestas que el personaje queda al desnudo. En esos casos, sales de ellas agradecido y, en ocasiones, emocionado, porque has seguido desde tan cerca esa vida que al final no solo conoces al protagonista, también lo quieres y te conmueves con lo que le pasa.

En los últimos años han aparecido muchas y muy buenas memorias ligadas al mundo del deporte. He tenido la suerte de leer Open, el libro que escribió Andre Agassi con la ayuda del novelista y premio Pulitzer J.R. Moehringer -una maravilla-; Toda la verdad, de Mike Tyson, en la que el boxeador devela una infancia dura, destinada a la vida delictual, que se torció gracias a haber conocido a las personas precisas en el momento oportuno, y Soy Zlatan Ibrahimovic, que ofrece la mirada irreverente del jugador sueco sobre lo que ha sido su carrera y los personajes con los que se ha topado en el camino.

Hace un par de semanas llegó a mis manos La jugada de mi vida, las memorias de Andrés Iniesta, escritas en colaboración con los periodistas Ramón Besa y Marcos López. Debo admitir que admiro a Iniesta, uno de los mejores futbolistas de la historia. Para mí tiene tanto talento e inteligencia como Messi o como el mismo Maradona. Pero a esas dos virtudes, el futbolista manchego agrega una tercera: la simpleza. Y si me apuran, también la elegancia.

Iniesta ofrece luz en la oscuridad y diluye la tensión en los momentos álgidos. Todo se hace fácil una vez que toma la pelota. Lo dicen sus compañeros de viaje en el libro. "Cuando el balón llega a sus pies, yo ya estoy tranquilo. Se produce una calma enorme", afirma Neymar. "No basta con ser bueno, tener calidad, además hay que entender el juego. Eso distingue a Andrés", explica Dani Alves. "Cuando él juega, todo fluye", sostiene Gerard Piqué.

Pero más allá de una selección de elogios, La jugada de mi vida se adentra en el mundo íntimo del futbolista, en una infancia dulce, llena de momentos hermosos que debió sacrificar para convertirse en la estrella que hoy es. En la trastienda de su debut con la camiseta del Barcelona. En los ritos familiares. En cómo vivió los días del Mundial de Sudáfrica donde su gol, en la prórroga contra los holandeses, le dio la primera y única Copa del Mundo a los españoles. Ese momento es especial en su carrera y lo detalla con precisión en el libro.

"No sentí nada, solo silencio. El balón, la portería, yo… Un poco antes de que me pasen la pelota doy un paso atrás para no caer en fuera de juego. Sabía que no estaba fuera de juego, pero lo hice por instinto, tu cuerpo se echa atrás casi de manera automática para evitar cualquier problema. Y luego… Después, el silencio (…). El balón era la manzana de Newton. Yo, por tanto, era Newton. Solo tenía que esperar a que la ley de gravedad hiciera bien su trabajo. Mandas porque controlas el movimiento, la altura, la velocidad del balón y, por supuesto, la altura de la pierna. En ese silencio eres el único que puede dominarlo todo", escribe Iniesta.

Sobra decir que no es fácil el día a día de los futbolistas. La historia de Iniesta es una luz para todos aquellos que quieren hacer del fútbol su vida. También para los que en cualquier área quieren dar la lucha por sus sueños.