El próximo 16 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Luz, una instancia que nos invita a reflexionar sobre los desafíos que enfrenta Chile en el desarrollo de ciencia y tecnología basada en luz, y especialmente, su uso como fuente de energía. En el contexto actual de cambio climático, es crítico que toda la sociedad civil aporte desde su vereda, lo que involucra desarrollar ciencia y tecnología, impulsar proyectos en la industria y, por supuesto, proponer políticas públicas que faciliten la transición energética hacia un mundo sostenible.
La meta es clara: al año 2050, el Ministerio de Energía propone alcanzar una matriz energética carbono neutral, lo que implica, entre otras cosas, que un 85% de la producción de energía eléctrica provenga de fuentes renovables (solar, eólica, geotérmica y otras). Esto se alinea con un esfuerzo internacional por contener el calentamiento global por debajo de los 2°C para evitar una desestabilización catastrófica del clima.
El problema es que dependemos de los hidrocarburos más allá de la generación de energía: los utilizamos como materia prima en diversos procesos industriales. Por ejemplo, la producción agrícola requiere de fertilizantes para sostener su rendimiento, que se sintetizan a partir de gas natural. Por otra parte, el sector construcción necesita cemento y acero, y ambos se producen en base a carbón.
La sociedad se enfrenta a una transformación sin precedentes en la historia: acceder a la era de la sostenibilidad antes que se cierre la ventana de oportunidad que establece el cambio climático. ¿Cómo hacerlo? Descarbonizando y electrificando todos los procesos posibles. En esta línea, el Ministerio de Energía proyecta que la demanda energética (térmica y eléctrica) podría incrementarse desde 349 TWh en 2020 a 377 TWh en 2050 en un escenario carbono neutral, mientras que la demanda eléctrica subiría desde 90 TWh en 2020 a 207 TWh en 2050. ¿Qué oportunidades plantea esta transformación?
Muchísimas. Una que se posiciona en forma relevante estos días es establecer una cadena de valor en base a hidrógeno verde para consumos locales y eventual exportación. Sin embargo, es innegable que esto implica importar tecnología. Más aún, dado que la carrera por producir hidrógeno verde a mínimo costo se encuentra desatada en el mundo, los plazos están en contra.
Otra oportunidad más bien inexplorada, pero de potencial extraordinario es la captura de CO2 desde el aire, las denominadas “emisiones negativas”. Esta tecnología es inmadura y por lo tanto no existe un líder claro en su desarrollo, lo que abre la puerta a esfuerzos locales. Por otra parte, la carbono neutralidad impone que nuestro país capture solo 130 millones de toneladas de CO2 al año al 2050; 65 de los cuales serán fijados en el crecimiento de biomasa de bosques. Dado su potencial solar y eólico, (que permitiría capturar 1 millón de toneladas de CO2 por km2 en decenas de comunas del país), Chile tiene una oportunidad única para posicionarse como un actor relevante en esta actividad, capturando CO2 muy por sobre sus requerimientos y vendiendo emisiones negativas a diversos actores internacionales. De hecho, el código de impuestos norteamericano ya ofrece un descuento de 100 dólares por tonelada de CO2. Es esperable que diversos mercados complementarios alrededor de las emisiones de CO2 se establezcan en el futuro.
En el mundo, Bill Gates y otro grupo de filántropos ya tomó la delantera, levantando un fondo de inversión para fomentar la creación de startups que impulsen la transformación de la matriz energética. En la misma dirección, Elon Musk acaba de lanzar el premio XPRIZE por 100 millones de dólares, para impulsar el desarrollo de tecnologías de captura de CO2, y por supuesto que los chilenos pueden participar. Es momento de explorar ideas disruptivas y atreverse a innovar.
*Académico de la Facultad de Ingeniería y Ciencias, Universidad Adolfo Ibáñez.