La escena ocurrió hace 15 años, en Harvard. Alejandro Aravena había llegado como profesor visitante a la universidad más antigua de EEUU, y aquella noche cenaba con otros profesionales, todos vinculados a políticas públicas. La conversación giró en torno a las viviendas sociales, y Aravena, entonces de 33 años, se sintió fuera de órbita: ignoraba todo del tema. "En la mesa había ingenieros, abogados, y yo era el único arquitecto. Y veía la pelota pasar delante de mí. No tenía ni una posibilidad de hablar; no entendía nada. Y pensé esto es impresentable. No puede ser que yo no tenga idea lo que es un subsidio, cuando el 60 por ciento de lo que se construye en Chile usa algún tipo de subsidio", cuenta.

Esa "vergüenza propia", como la llama, sería la chispa que lo llevaría a formar Elemental, oficina dedicada a proyectos de interés público. A través de ella, Aravena (1967) ha logrado un equilibrio entre la construcción de edificios de diseño sofisticado, como el Centro de Innovación UC, con proyectos que han renovado la vivienda social en el país.

Su trabajo lo ha puesto en la primera línea de la arquitectura mundial. Cuatro meses después de ser nombrado director de la Bienal de Venecia 2016, cargo nunca antes ocupado por un chileno, Aravena llega a la cúspide: la Fundación Hyatt de EEUU le acaba de otorgar el Premio Pritzker, equivalente del Nobel en la disciplina. De nuevo, el arquitecto formado en la UC es el primer chileno en una nómina tapizada de estrellas: Oscar Niemeyer, Zaha Hadid, Frank Ghery, Jean Nouvel, Norman Foster.

"Su obra construida da oportunidades económicas para los menos privilegiados, mitiga los efectos de los desastres naturales, reduce el consumo de energía, y proporciona espacio público acogedor", dijo el presidente del jurado, Tom Pritzker. La ceremonia de entrega es el 4 de abril, en la sede de la ONU en Nueva York.

"El premio es algo totalmente inesperado, no formaba parte de mis expectativas ni remotamente", dice Aravena, en su oficina del piso 25 de la Torre Santa María.

La entrevista se hace a puertas cerradas, un día antes de que se publique el fallo. Aravena transmite alegría. También algo de cansancio: lo sabe hace un mes y aún no puede contarlo más que a su círculo íntimo. Y ya ha contestado preguntas para The New York Times, El País y The Guardian, entre otros medios, que se publicarán cuando la noticia sea pública. Durante la conversación recordará especialmente a uno de sus maestros: Fernando Pérez, de la UC.

Ex jurado del Pritzker, entre 2009 y 2014, Aravena es responsable de edificios de diseño deslumbrante  como las Torres Siamesas (2005), la Escuela de Medicina (2004) o el Centro de Innovación (2014), todos en la UC. También de proyectos públicos como El Parque Bicentenario de la Infancia y conjuntos de viviendas en Iquique, Constitución y Lo Barnechea. Su último edificio está pronto a inaugurarse en Shanghai: una oficina para la farmacéutica suiza Norvatis.

¿Qué significa este galardón en este minuto de su carrera?

En general el debate sobre este tipo de premios siempre es en torno a si se lo das a una persona por lo que hizo en su vida o si ocupas la fuerza, la onda expansiva de un premio para apostar porque la mejor obra será la que todavía está por venir. Nosotros queremos verlo así. Nuestro mejor proyecto es el que todavía no hemos hecho. Creo que la evidencia muestra eso. Nuestro mejor proyecto de arquitectura creo que es el de Villa Verde (un conjunto de viviendas sociales en Constitución), que es el que nos ha funcionado mejor, el que ha generado una mejor vida posterior, un nivel de intervención de la gente superior, o sea, no parece vivienda social, sino viviendas de clase media, llevadas a su máxima expresión. Por otro lado el Centro de Innovación UC y la farmacéutica Norvatis en Shanghai también están dentro de lo mejor que hemos hecho. Uno esperaría que con este premio pudiésemos ir más allá, a lugares a los que no nos hemos atrevido a ir antes.

¿Cómo cree que se debe evaluar la buena arquitectura?

Como jurado del Pritzker me tocó visitar muchos lugares, ver muchas obras y cientos de veces me sucedió que tras ver una gran obra corría a llamar a la oficina para decirles a mis socios que se detuvieran en lo que estaban haciendo y empezaran todo de nuevo. Lo que veía en esas obras era la capacidad de resistir el paso del tiempo. Son edificios de 50 o 100 años, que a pesar de eso seguían viéndose actuales. A pesar de ser fruto de sus circunstancias y de reflejar su contexto, no eran producto de las modas, sino que trascienden en el tiempo, van más allá. Siempre estamos persiguiendo eso, tener la madurez para despojar de nuestros edificios todo tipo de manierismo y de ego, para quedarnos en un resultado sumamente pertinente. Por eso nuestra oficina se llama Elemental, porque alude a ese elemento químico que no puede descomprimirse más, que ha llegado a su estado más puro.

¿Su premiación es un giro en el Pritzker hacia una arquitectura socialmente responsable?

Ya en 2014 hay un cambio con Shigeru Ban, un arquitecto que ha trabajado para refugiados. Pero no es un premio humanitario, no es el Nobel de la Paz, donde el solo hecho de haberse hecho cargo de los refugiados te hace merecedor del premio. También importa el aporte desde el diseño… La Bienal de Venecia como la estamos proponiendo tampoco habría sido posible en otras circunstancias; es pegarse un péndulo de una bienal anterior que era muy abstracta, dirigida por Rem Koolhaas, y ahora hacia el título "Reportando desde el frente". La pregunta que planteamos es: con las patas en el barro, ¿dónde está el conflicto? Si hubiera podido la habría titulado "¿Dónde te aprieta el zapato?". Cuéntame dónde está un conflicto de los que van a venir, de los que hay que estar preocupados ahora, y repórtame qué propusiste, más que solo quejarse. Todos esto es reflejo de un cambio: hay una ciudadanía más empoderada, con una comunidad que tiene mucho que aportar. Y la tarea de uno es reconocer estas señales, aprender nuevas lenguas. Las palabras con las que yo estudié arquitectura no tienen nada que  ver con las que debo ocupar hoy.

¿Qué piensa de edificios como los de Calatrava o el Museo Louis Vuitton de Frank Gehry?

Si el museo es más importante que las obras de arte, tienes un problema. Un museo que no puede desaparecer para que la gente haga sus actividades y que todo el tiempo es protagonista, cumple, pero no es suficiente, tiene que poder desaparecer. Lo mismo, pueden haber proyectos funcionales muy eficientes, pero incompletos porque no son objetos culturales. No porque la arquitectura socialmente responsable se ocupe de un hospital en Africa o los refugiados, se ha ganado el cielo. No, la pregunta es qué hace el diseño y si este contribuye  a la historia de la civilización.

Cuando se piensa en viviendas sociales, habitualmente se piensa en diseños deficientes, malas construcciones, periferia. ¿Cuál ha sido la idea que ha guiado sus proyectos de vivienda social?

Cuando nos compramos una casa, cualquiera de nosotros, esperamos que aumente de valor en el tiempo. Pero la vivienda social se parece más a comprarse un auto: decrece, se devalúa. Y eso no solo es un pésimo negocio para el Estado: para la familia, que ese patrimonio se devalúe es una pérdida de oportunidad. Una vivienda social bien diseñada puede ser una herramienta de superación de la pobreza. Si esa vivienda aumenta de valor en el tiempo, tengo un activo para pedir un crédito para acceder a mejor educación, por ejemplo. Si mi vivienda se devalúa, al banco no le interesa. Entonces, si vamos a estar en un entorno capitalista, que el capitalismo aplique para todos y no solo para algunos. Lo que hicimos fue identificar factores que aumentaran de valor las casas: buena localización, una estructura que permita crecer, dimensiones de clase media y el espacio público. La vivienda social como inversión. Y ese fue nuestro mantra.

¿Estos cambios fueron integrados por las políticas del Estado?

No.

Aún hay una batalla por dar.

Sí, aunque no sé si nos queden balas para esa batalla. O tal vez, ahora sí con el premio.

Con proyectos fuera de Chile, ¿no pensó instalarse en el extranjero?

No deja de sorprender haberse ganado el Pritzker estando acá, haciendo proyectos en Iquique, Tocopilla, Constitución, en Lo Espejo, en Calama, en San Joaquín. Y llegó. Sin tener que haber ido a los grandes centros. Ahora, menos.

¿El Pritzker puede considerarse un premio para la arquitectura chilena, la que ha logrado notoriedad internacional?

La arquitectura es de naturaleza colectiva. Los proyectos alguien tiene que necesitarlos. Además, requieres de una gran cantidad de especialistas. La arquitectura es una embajada que excede el ámbito del arquitecto. Un premio como éste termina premiando a un país entero: hubo una política habitacional que permitió hacer y que salió de aquí, hubo municipalidades que dieron permisos, organizaciones sociales, ciudadanías que trabajaron. Parte de la calidad de lo que uno hace requiere una cierta masa crítica, requiere escuelas, debates, otros arquitectos. La masa crítica genera un ambiente entre competencia y cooperación: no estás solo en lo que haces y al mismo tiempo  da para pensar que si otro pudo hacerlo, tal vez yo pueda ir un poquito más allá. Esa masa crítica es parte del círculo virtuoso del que nos sentimos parte.