Una princesa es entregada como tributo a un dragón. Cuando este va a devorarla aparece un caballero, quien pelea contra el monstruo, le da muerte y salva a la doncella. Esta trama parece repetida, especialmente en el tópico del guerrero sagrado venciendo a un rival temible, pero tiene su origen precisamente en la leyenda de San Jorge.

Como casi todas las narraciones de ese tipo, esta se basa en algo de verdad. En este caso, la historia de San Jorge de Capadocia. Un soldado romano que se convirtió al cristianismo, hizo carrera en el ejército, hasta donde alcanzó a ser tribuno. En el año 303 d.c, el emperador Diocleciano ordenó una gran persecución a los seguidores de Jesús. Jorge se negó a participar y confesó su fe. Por ello fue encarcelado y ejecutado en Nicomedia, la actual Izmit, en Turquía.

Su veneración como habría comenzado poco después y por ello fue canonizado en el 494. Por ello, no es extraño que surgieran mitos y leyendas en torno a su figura, especialmente a medida que el cristianismo se impuso como religión oficial en los territorios controlados por Roma.

La leyenda de San Jorge habría surgido hacia el siglo IX d.c. Según el relato, un dragón se instala a vivir en la única fuente de agua de un pueblo, y para dejarles beber exige que diariamente le entreguen víctimas para saciar su hambre. Así, por sorteo se elige a la princesa local.El final ya es conocido, ella es rescatada por el guerrero a caballo, quien mata a la fiera. La gente del pueblo, en agradecimiento, se convierte al cristianismo.

Aunque la interpretación más clásica pone a los personajes en roles alegóricos (el dragón representa al paganismo, Jorge a los creyentes y su caballo a la Iglesia), es muy probable que la narración haya recogido tradiciones anteriores como la leyenda de Perseo, quien mató a la gorgona Medusa para liberar a Andrómeda.

Posteriormente, la leyenda se extendió en el siglo XIII, gracias al libro Legenda Sanctorum, escrito por el Arzobispo Santiago de la Vorágine, en que la historia de San Jorge tuvo un lugar destacado. Este tipo de textos, más allá de su valor histórico, documentan como la Iglesia estimulaba la religiosidad popular. Es decir, no eran un ejercicio de historiografía, sino que cuentos para ser oídos, memorizados y narrados, considerando que por entonces, cuando aún no se inventaba la imprenta, el conocimiento por la vía oral era lo común entre la gente.

Hoy en el Palacio de la Generalitat de Cataluña hay una escultura que recuerda al mártir y la leyenda. También en la Catedral de la Ciudad Condal existe una estatua alusiva, atribuida a Salvador Dalí. Además existen obras de este tipo en Estocolmo, en Zagreb, en Berlín y en otras ciudades europeas, lo que da cuenta de lo universal que se volvió en el imaginario occidental.