Hace una semana, cuando se viralizaron las grabaciones del enfrentamiento entre manifestantes y clientes del mall Portal la Dehesa, se produjo una casi automática masificación por redes sociales de otra escena, pero de película. En medio de una trifulca de proporciones, una mujer de clase alta interpretada por Aline Kuppenheim encaraba a la adolescente pobladora a cargo de Manuela Martelli, cerrando la reyerta con la expresión "Ándate a tu población... rota de mierda".

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Era un pasaje de Machuca y representaba el año 1973, donde al menos aquellos diálogos parecían no haber envejecido un ápice. Por esos mismos días, el cineasta chileno Andrés Wood (1965) presentaba su película Araña (2019) en España y en entrevista al diario El País, afirmó a propósito de las manifestaciones en Chile: "Los jóvenes no tienen miedo, poseen otro concepto vital".

También se le inquiría, por supuesto, sobre otro de tipo de jóvenes, muy distintos y de otra alcurnia social: los protagonistas de Araña, militantes de Patria y Libertad en 1973. Poco después de estrenarse en cines de España, la película con Marcelo Alonso y María Valverde fue ayer seleccionada a los Premios Goya Iberoamericanos junto a la argentina La odisea de los giles, la colombiana Monos y la costarricense El despertar de las hormigas.

Es una disputa compleja: la trasandina es muy popular y llevó sobre el millón de espectadores en su país; Monos ha sido elogiada en todos los festivales donde ha estado; la película tica es un poderoso alegato feminista.

En ese contexto, Araña (que también busca un cupo al Oscar extranjero) es de las más políticas e incómodas películas de su realizador. Seleccionado en tres oportunidades anteriores a los Goya (lo ganó con La buena vida y compitió con Machuca y Violeta se fue a los cielos), Andrés Wood hizo que en Araña sus protagonistas viajen desde la Unidad Popular hasta el país de hoy.

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De vuelta en Chile, Andrés Wood se da unos minutos de reflexión y responde desde el teclado de su computador.

Ha sido seleccionado varias veces a los Goya, ¿Cree que en España hay una particular predilección por sus películas?

Siempre es un gran honor que las películas causen interés en otros países, aunque no creo que existan muchas recetas para que ocurra eso. La cultura española, en especial su particular transición de la dictadura a la democracia y lo que ese mismo proceso sigue gravitando hoy, tiene semejanzas importantes con Chile. Quizás esa sea una de las razones de cómo se construye esa relación entre lo que yo hago y el espectador español.

¿Ha podido ver las otras películas seleccionadas?

Por desgracia no he visto ninguna todavía. Lo que sí puedo afirmar es que se trata de una selección en un momento de bastante desarrollo de muchas cinematografías latinoamericanas. Además de los países siempre fuertes de la zona (México, Brasil, Argentina), hay producciones fílmicas que se consolidan (Colombia, Perú, Ecuador) y también existen nuevas voces. En especial, la centroamericana.

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¿Qué le parecen las citas a Machuca a propósito de las recientes movilizaciones?

Creo en el valor del arte y en el poder del cine como espejo de la sociedad, aunque suene presuntuoso tratar de obra artística a una película mía. Pero justamente me atrevo a decirlo porque las películas son entes que nacen de lo colectivo. En ese sentido, Machuca no es mi película y de hecho creo que pertenece más a la gente que la vio y a la que la sigue resignificando. Si en algo ha sido consistente el cine chileno es en el diagnóstico de la realidad, en ser capaz de entregar una mirada incómoda y rasposa de la realidad. Aún así, parece que nos quedamos cortos. Por eso el desafío ahora es tener una mirada oblicua y profunda de este nuevo Chile: el placer del reconocimiento fácil puede dejarnos estancados en la superficie.

En entrevista a El País, se refería a las manifestaciones recientes en Chile, ¿Cuál es su opinión?

Es imposible responder en profundidad en un sólo párrafo. Pero a grandes líneas, pienso un poco en la línea de lo que dicen las encuestas, que parecen reflejar lo que opina la mayoría de los chilenos. Me parece que el diagnóstico es claro y la prioridad es seguir desarrollándonos en una sociedad más justa. Es urgente aclarar, juzgar y penar a las violaciones de Derechos Humanos realizadas por agentes del Estado, frenar la violencia en general y en base a acuerdos democráticos especialmente participativos, comenzar ya a hacer los cambios políticos, constitucionales, sociales y económicos. Y siempre con el objetivo de que la gente realmente sienta y crea que esta vez sí están siendo escuchados.

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