EL VERDULERO

Son más de 30 los años que Luis González lleva atendiendo la verdulería del corazón del mercado, una de las tres que sobreviven.

HISTORIA VIVA

En la entrada de calle 21 de mayo hay dos letreros enfrentados que dicen Museo Histórico Mercado Central. No refieren a alguna muestra en su interior, “el edificio y sus ocupantes son un museo vivo”, asegura Sergio Olivares, administrador del mercado. Aparte de su valor patrimonial, el edificio posee un valor arquitectónico, por ser de las primeras grandes estructuras diseñadas en fierro fundido (a mediados del siglo XIX se usaba hierro forjado). Según el experto en arquitectura Pedro Guedes en una revista ARQ de 2006, la decisión permitió mayor expresividad en sus ornamentaciones, las que se pueden apreciar con solo alzar la vista al entrar a la nave central del recinto. Manuel Aldunate fue el diseñador, los ingleses Edward Woods y Charles Henry Driver lo ejecutaron, y Fermín Vivaceta se ocupó del armado, traslado y montaje, el que finalizó en 1872. En 1884 se construyó un segundo espacio de locales separado por un pasillo de diez metros, en donde están hoy las pescaderías. En 1930, la ampliación que daba hacia Ismael Valdés Vergara se demolió como parte del ensanchamiento del sector Mapocho. Esa fachada luce tal como en sus inicios, pero las entradas oriente y poniente perdieron los grandes relojes de sus pórticos.

EL MEJOR DE LOS MUNDOS

Desde el mediodía, el Mercado Central es un hervidero de gente. Gente entrando, recorriendo y mirando. Y de otra gente convenciendo de comprar sus productos o entrar a sus negocios. "Los más requeridos son los turistas brasileños", cuenta don Luis Pezoa, mesero del archipopular Don Augusto -quien lleva 13 años trabajando en el lugar y domina siete idiomas. Los cariocas no solo son alegres y viajan en grupos grandes, sino que también son generosos en las propinas. "Los europeos no tanto, y los chilenos...", asegura don Luis. Según su experiencia los cariocas buscan las centollas, y los del viejo continente, mariscos. En la oficina de Turistik, ubicada casi en el frontis del edificio, aseguran que mientras del hemisferio norte vienen entre marzo y mayo, el resto del año predominan turistas de la tierra de la samba. El lugar es hoy un punto cosmopolita de la capital y para conocer su historia se pueden tomar los tours de La Bicicleta Verde (labicicletaverde.com). O simplemente recorrerlo y hablar con sus ocupantes más antiguos.

MAÑANA EN EL ABASTO

Luis González asegura tener una foto donde no sale la fuente que está al medio de la nave central. Desde los años 40 que viene al lugar y hace 30 años que atiende la verdulería que está en el corazón del edificio. Recuerda que antes era un mercado de abastos lleno de puestos donde se vendían frutos secos, verduras, gallinas, conejos, codornices y hasta ovejas. “La gente de esos locales se fue muriendo, no vendió sus locales”, asegura. Hoy es uno de los 3 puestos de verduras que perduran. Dice que tiene las frutas de estación antes que nadie, como los mangos de Pica o las lúcumas de Longotoma. Hace despachos a domicilio al 671 8411 (gratis en el centro, hasta $6.000, dependiendo de la distancia). Detrás de él está doña Teorinda con sus hierbas para todo tipo de males. Dice que la más requerida es la hierba del clavo, que cura la impotencia masculina ($1.200), también la cepa de caballo para los riñones ($600) y la sangre de grado, un ungüento que cura las heridas ($1.500). Un secreto para la economía es meter siete hojitas de hierba barraco en la billetera.

ME PONGO DE PIE

El dúo de Juan Carlos Cortés y Héctor ‘El Arriero’ Mena interpretan a dos guitarras la tonada Septiembre, de Clarita Solovera. Desde 1994 que cantan entre las mesas del restaurante El Ancla. “Antes tocaban en el hotel Carrera y hasta en Sábados Gigantes, ahora lo hacen acá para sobrevivir, porque los artistas estamos muy olvidados”, dice El Arriero, quien ameniza ceremonias y manifestaciones (Tel. 09-6-265 1555). Dentro del edificio los grandes restaurantes les quitan espacio a las cocinerías pequeñas, las que crecieron en forma espontánea frente a las pescaderías. Caleta Pacheco es una de las más antiguas. “La gente traía sus propios limones y se comía de pie las almejas que compraba, por eso se fueron poniendo mesas”, recuerda Elena Pacheco, hija de los propietarios originales. Fue el alcalde Patricio Mekis, durante los 70, quien regularizó estos pequeños restaurantes. La mayoría abre a las 6.30 de la mañana, junto con el mercado, y su primera clientela son quienes vienen de juerga. Un secreto tan reparador como económico para ellos es el Viagra, el vaso con concentrado de mariscos que se ofrece por $1.500 en el local San Antonio.