El profesor de literatura Jorge Bergoglio les dijo a sus alumnos: "Les traigo al escritor que no necesita presentación". Entonces, apoyado en su bastón, entró el hombre ciego a quien los estudiantes conocían bien: hacía meses leían sus cuentos y poemas en clase. Era agosto de 1965. Jorge Luis Borges figuraba ya como candidato al Nobel de Literatura y fue a dar una charla en el Colegio Inmaculada Concepción de Santa Fe, invitado por el futuro Papa, a la fecha un aspirante a sacerdote jesuita.

Fue un encuentro feliz para todos. Borges desplegó su humor y genialidad con los alumnos y escuchó atento algunos cuentos escritos por ellos en clase. Incluso, alentó una publicación y escribió un prólogo para el libro.

"Este Papa es fanático de Borges", diría María Kodama 50 años después, invitada por el colegio para recordar aquel encuentro.

En 2013, la viuda de Borges le regaló al nuevo Pontífice las Obras completas del escritor argentino. Entre toda su producción, los poemas de El otro, el mismo ocupan un lugar de privilegio en la biblioteca de Francisco.

Así como el agnóstico Borges es uno de sus autores favoritos, los intereses artísticos y culturales del Papá son amplios. Desde la música clásica al rock y desde Fellini al cine de Lucino Visconti, sus gustos están marcados por la diversidad.

Es el caso, por ejemplo, de sus gustos en materia de arte. En una entrevista de 2013, declaró su admiración por Caravaggio, un genio del barroco, maestro en el uso de la luz, con una vida más que conflictiva: frecuentaba los barrios bajos, las tabernas y las prostitutas, se rodeaba de pandilleros y solía protagonizar peleas callejeras. De hecho, fue condenado a muerte por el Papa Pablo VI por asesinar a un capitán de su ejército.

Con todo, Francisco admira su obra, especialmente la pintura El llamado de San Mateo , en la que se ve a Jesús en un extremo señalando al futuro apóstol Mateo, quien parece retroceder. "Este soy yo, un pecador a quien el Señor ha vuelto su mirada. Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaría mi elección como Pontífice", dijo.

Entre sus pinturas predilectas está también La crucifixión blanca, del ruso Marc Chagall que fue pintado en 1938, tras la Noche de los cristales rotos. La obra prefigura el horror de la Segunda Guerra Mundial y la crucifixión no representaría tanto a Jesús como a los judíos perseguidos por el nazismo.

Ecléctico

El gusto por el cine lo heredó de sus padres, que lo llevaban los domingos por la tarde a ver películas. "Íbamos al cine de barrio, donde pasaban tres películas seguidas", ha recordado el Papa, apasionado del neorrealismo italiano.

Entre los títulos que más aprecia está Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini. Filmada en 1945, es una de las cumbres del neorrealismo italiano. Ambientada en 1943, durante la ocupación alemana, narra la historia de un sacerdote que arriesga su vida para apoyar a la resistencia y da refugio a un militante comunista. La cinta se basa en la historia real del sacerdote Luigi Morosini, torturado y asesinado por los nazis.

Su lista la completan otras dos películas del mismo período: La Strada, de Federico Fellini, y El gatopardo, de Lucino Visconti. Rodada en 1954, la cinta de Fellini -una obra maestra- cuenta la historia de Gelsomina, una chica que es vendida a un artista ambulante en una Italia empobrecida. En tanto, Visconti entrega un notable retrato de la aristocracia italiana del siglo XIX en su filme de 1963 con Burt Lancaster.

En materia literaria y más allá de los libros religiosos, el Pontífice es un fan de Señor del Mundo, una novela apocalíptica y terrorífica que suele recomendar. El libro de Robert Benson -un escritor convertido al catolicismo- es una distopía donde un gobernante totalitario persigue a los creyentes.

Memorias del subsuelo de Dostoievski, que relata las miserias de un hombre mediocre; Tarde he llegado a amarte, la historia de una conversión gatillada por las Confesiones de San Agustín, de la británica Ethel Mannin, y Los novios, del italiano Alessandro Manzzoni, sobre el amor imposible de una joven pareja en Milán, integran su biblioteca de imprescindibles. Y, también, los poemas de Hölderlin.

Una biblioteca tan ecléctica acaso como su discoteca: Francisco adora la música clásica, en especial Mozart, la Pasión según san Mateo, de Bach, y El anillo de los Nibelungos, de Wagner. Por descontado, también el tango: Gardel, Julio Sosa y Ada Falcón. Y el rock: Bob Dylan y Patti Smith, a quien invitó a tocar en el Vaticano en 2014. Incluso, Francisco se dio un gusto y en 2015 grabó Wake up!, un disco que también juega al cruce de géneros: mezcla fragmentos de sus discursos en diferentes idiomas con coros y guitarras que recuerdan a Pink Floyd y Bon Jovi.