Señor director:

Ha muerto un grande. Patricio Aylwin fue patriota, político y cristiano. Patriota, porque dio luchas épicas por su pueblo y a los 70 años se echó al hombro la titánica misión de conducir al país desde la violencia a la paz. Político, porque desde joven puso sus dones de líder y jurista al servicio de la noble misión de ejercer el poder para el bien común. Fue cristiano, porque en medio del mundo se empeñó en convertir el mensaje del Evangelio en una obra humana.

Patricio Aylwin Azócar fue un grande porque era sencillo. Por eso irradió su mensaje y ejemplo hasta los confines más alejados de nuestra patria. Auténtico hijo de la clase media y de la educación pública, vivió en provincias, ejerció la abogacía y la docencia. Recorrió una y mil veces nuestros caminos, conociendo de frente la realidad de nuestro pueblo. Y merecidamente llegó al Senado y a la Presidencia de Chile. Todo esto con su rostro amistoso, su palabra pausada y su sabia paciencia para escuchar y buscar las soluciones.

Tuve el privilegio de verlo de cerca, afrontando los problemas más severos de la transición a la democracia. Él me designó como subsecretario en el Ministerio de Defensa desde el mismo 11 de marzo de 1990, y pude compartir su temple para asumir su enorme responsabilidad en momentos cruciales, decidiendo con lucidez y firmeza lo que había que hacer. Nunca olvidaré su asombrosa serenidad esa noche del 19 de diciembre de 1990, durante el denominado "ejercicio de enlace", cuando en medio de la inquietud irradiaba seguridad,  atendiendo a cada opinión para formarse un juicio y actuar debidamente. Así, dilucidó el problema. ¡Qué ejemplo notable de cómo debe actuar un estadista!

Don Pato. Me quedo con ese cariñoso apelativo que mezcla el respeto y la sencillez y que tan bien describe su figura sabia. Así lo llamábamos en la Democracia Cristiana. Como a un camarada más, pero como el mejor de todos. Que Dios lo tenga en su reino.

Mario Fernández Baeza

Embajador de Chile en Uruguay