"Dios es el Dios de la ley, pero también el Dios de las sorpresas". Suena casi como un lema la frase que el Papa Francisco pronunció cuando inauguró el Sínodo sobre la familia. Desde el 5 de octubre, 253 entre obispos y laicos estuvieron reunidos a puertas cerradas en el Vaticano. Ayer terminaron sus reflexiones con la aprobación de un documento final y común, adelantado por la mañana en la forma resumida de tres hojas.

Así, se propuso acoger "con respeto y delicadeza" a los homosexuales y acompañar a los divorciados. Eso sí, con una gran salvedad. En ambos casos, estos temas no alcanzaron los 2/3 de los votos y por tanto no forman parte del documento final.

La "cumbre" de los presidentes de las conferencias episcopales buscaba proporcionar respuestas concretas para los sacerdotes que se preguntan cómo practicar el Evangelio con quien vive situaciones contrarias a la doctrina católica: ¿Cómo ser pastor de un divorciado que ha vuelto a enamorarse, de dos jóvenes que están casados por el civil o de un homosexual?

La respuesta de la asamblea de los obispos se inspira con claridad a la exhortación firmada por el Pontífice, la "Evangelii gaudium", que recogía la idea toda franciscana de una Iglesia que abraza antes de juzgar. "Cristo quiso que su Iglesia fuera una casa con la puerta siempre abierta para acoger al prójimo, sin excluir a nadie", recita el texto que obtuvo el voto favorable de la gran mayoría.

El estilo del Papa dejó su huella en los trabajos de estas dos semanas: "Los obispos -sigue la relación- son llamados a acompañar y cargar con las laceraciones interiores y sociales de las parejas y de las familias".

Los hombres que componen la Iglesia no ignoran que "hoy en día los fracasos matrimoniales originan nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, generando situaciones familiares complejas y problemáticas para la doctrina cristiana". La Iglesia de Francisco plantea que no quiere -y no puede permitirse- dejarlos atrás.

"En la primera etapa de nuestro camino sinodal -escribieron los padres congregados- reflexionamos sobre el acompañamiento pastoral y el acceso a los sacramentos de los divorciados que volvieron a casarse". Sin embargo, no establecieron iniciativa alguna para cambiar la praxis actual.

El  párrafo 52, relativo a los divorciados, consiguió 104 votos a favor y 74 en contra. El punto 53, relativo a la comunión espiritual a los divorciados, tuvo 112 votos a favor y 64 en contra.

HOMOSEXUALES

Todo esto es considerado como un primer paso. Para cambios más concretos habrá que esperar el sínodo convocado para octubre de 2015. De momento, a pesar de la novedad representada por el hecho mismo de poner a los obispos a debatir de estos temas nuevos en el  centro neurálgico de la Iglesia, ni la doctrina ni la práctica se modifican.

El catolicismo sigue promoviendo la forma tradicional de matrimonio como el único vínculo válido y el amor conyugal que "persiste a pesar de las dificultades del límite humano". De hecho, el propio Papa Francisco dijo: "La indisolubilidad del matrimonio no está en entredicho"

Otro tema encima de la mesa y sobre el cual los analistas quizás esperaban algún paso más rompedor con la tradición, es la cuestión de cómo no alejar a los feligreses homosexuales y de cómo educar a sus eventuales hijos.

En este caso (punto 55) se tuvo 118 votos a favor y 62 en contra. El documento relata que en la asamblea hubo debate alrededor de ello, pero las conclusiones escritas destemplan radicalmente el documento difundido la semana pasada por una parte del sínodo: el texto parecía una profunda apertura sobre el rol que los gays puedan asumir en la Iglesia.

La presentación del texto y su publicación en el Osservatore Romano, provocaron las reacciones indignadas de algunos prelados, sobre todo porque el documento solo era un borrador. No expresaba la opinión compartida y unívoca de los participantes.

El episodio dejó vislumbrar una fisura en el seno de la Iglesia, que los analistas representaron casi dividida en dos bandos, uno progresista, preparado a cambios de época y otro más lento, cauteloso y que mira con recelo aperturas que algunas sociedades occidentales ya sienten como superadas.

El desafío del Papa Francisco con el preciso mandato de implementar cambios, parece hoy el de conciliar las distintas alas de la Iglesia y de sanar las fisuras.