LA DECISIÓN del Tribunal Superior Electoral (TSE) de Brasil de rechazar el pedido de nulidad de la elección de la fórmula Rousseff -Temer en las elecciones de 2014, por supuestas irregularidades en el financiamiento de la campaña, vino a darle un respiro al Presidente de Brasil, acosado por una serie de acusaciones de corrupción. De haberse aceptado el reclamo, la elección que le permitió en septiembre del año pasado al entonces vicepresidente llegar formalmente al poder tras la destitución de la Presidenta brasileña Dilma Rousseff, habría sido declarada nula y, por lo tanto, Temer habría tenido que dejar el cargo. Si bien el gobernante disponía de un recurso de apelación ante la Corte Suprema, el efecto hubiera sido tan devastador -considerando el clima de inestabilidad que reina en el país- que su salida aparecía como inevitable.

El TSE evitó, sin embargo, que el Mandatario tuviera que enfrentarse a ese dilema, al estimar por cuatro votos contra tres que "no existían pruebas contundentes de que las donaciones derivaran a un esquema ilegal". Más allá de las críticas de algunos sectores por la cercanía del Mandatario con algunos de los jueces -dos de ellos fueron nombrados hace pocos meses por Temer-, lo cierto es que el voto de mayoría le dio un firme respaldo al Presidente, al hacer una llamado a la estabilidad institucional. "No se sustituye a un Presidente de la República a toda hora, aunque se quiera (….) La casación de un mandato debe ocurrir en casos inequívocos", señaló el presidente del tribunal al argumentar su voto. Pero pese a que Temer respiró aliviado tras la decisión, el hecho no puede obviar la grave crisis que vive Brasil y que él aún enfrenta una seria acusación de corrupción.

La decisión del TSE respondía a un caso anterior a las denuncias del empresario Joesley Batista y que motivaron que la Corte Suprema abriera una investigación al Mandatario. Por ello, si la fiscalía decide finalmente presentar cargos en su contra -lo que podría concretarse en los próximos meses-, Temer se vería igualmente forzado a dejar el cargo, extendiendo la inestabilidad en el país y ahondando la crisis. El Presidente ha perdido, además, el apoyo de varios sectores que respaldaron la destitución de Rousseff y su posterior llegada al poder, como parte del PSDB. Todo ello pone en duda la gobernabilidad y el apoyo que puedan obtener sus reformas al sistema de pensiones y al código laboral, modificaciones clave para reimpulsar una economía brasileña que recién comienza a dar tímidas señales de recuperación.

Frente a este panorama, la capacidad real de Temer para concretar su programa y mantenerse en el poder hasta el fin de su mandato en diciembre de 2018, es cada vez más reducida, como también lo es su margen de maniobra para gestionar apoyos en el Congreso. La decisión del TSE le dio un respiro, pero no cambia el escenario de fondo ni el riesgo de que Brasil vuelva a enfrentar un proceso de destitución presidencial como el vivido el año pasado. Por ello, en una señal de realismo político, la opción de que el Mandatario dé un paso al costado aparece como el mejor camino para no seguir prolongando el clima de inestabilidad y enfrentamiento que vive Brasil, que en nada ayuda a sacar a ese país de la profunda crisis económica y política en que está sumido.