Cuando nací, en 1960, con mis padres y mis cinco hermanos vivíamos en la población El Esfuerzo, al lado del Club de Polo de Vitacura. Nuestra casa era muy humilde, hecha de madera, que compramos al Municipio de Las Condes. Idénticas a las que hoy entrega Techo. Cada familia podía agrandarlas de acuerdo a su presupuesto, pero nosotros sólo nos quedamos con lo más básico: dos piezas y un living que también era usado como comedor y cocina. No teníamos baño privado, debíamos compartirlos con los demás pobladores. El agua era comunitaria y usábamos una llave para toda la población y así la llevábamos a nuestras casas. Muchos piensan que era una toma ilegal pero nosotros habíamos pagado por nuestra casa y por vivir ahí. A pesar de todo, éramos muy felices. Hacíamos asados y fondas para las Fiestas Patrias con las otras familias. Los niños nos volvíamos locos cuando nevaba.

En 1972, cuando tenía 12 años, mi mamá se adhirió a la Cooperativa Dulce Mi Patria y Los Ribereños, y se nos presentó un plan de comprar nuevas viviendas en otro sector de Las Condes. Eran blocks de edificios que entregaba el presidente Salvador Allende a familias que vivían en poblaciones de la misma comuna. En esa época no había edificios de empresas como ahora, sólo terrenos gigantescos y casas de personas que habían vivido toda su vida ahí. El proyecto se llamó Villa San Luis y partía desde lo que es ahora Alonso de Córdova hasta un poco más arriba de Manquehue Norte.

Mis padres juntaron durante meses la plata necesaria, hasta que nos mudamos al departamento 47 del block 4. Con mis hermanos sentimos una gran alegría y emoción: por primera vez teníamos tres piezas grandes, una cocina larga apartada del living y comedor, agua potable sólo para nosotros y un baño privado. Todo el departamento estaba hecho de hormigón y con piso laminado flexi. Lo mejor es que teníamos un balcón desde donde podíamos ver el resto de la ciudad. Nada era de madera.

Casi la mayoría de las familias que vivían en la población El Esfuerzo se trasladaron a la Villa San Luis. Se armaron grupos muy unidos. Mi papá seguía trabajando en el Club de Polo de Vitacura y yo iba a la Escuela 44 frente al ex Hospital Militar, ahora Hospital Metropolitano de Santiago. La ubicación era perfecta y teníamos nuestras vidas armadas.

Después del golpe militar, la situación cambió. La gente de los alrededores comenzó a decir que éramos un peligro para el sector y como la gran mayoría éramos humildes, nos asociaban inmediatamente con delincuencia. En el tiempo que viví ahí, nunca supe de algún hecho de ese tipo. Todos éramos personas de esfuerzo, los padres trabajaban todo el día y los niños iban a sus escuelas. Me hice amigos de niños y niñas que vivían en los alrededores —a los que les decíamos "los ricachones" porque eran de familias adineradas— y los llevaba a mi casa a tomar once. Nunca les pasó algo, todos éramos amigos.

Con el paso de los años la situación se volvió más inestable. Nos trataban de comunistas y los carabineros se paraban afuera de nuestras casas a reclamarnos porque metíamos bulla o por simplemente compartir en comunidad.

Una mañana de diciembre de 1978, cuando tenía 18 años, vimos entrar camiones del Ejército a la villa. Nos tocaron la puerta y nos dijeron que nos teníamos que ir inmediatamente. No hubo tiempo de pensar en nada, sólo tratamos de sacar nuestra ropa y muebles. Nos pararon en el patio y llegó un camión de basura donde pusieron las cosas de todas las familias. Nunca en mi vida me había sentido tan humillada, nos trataron como si fuéramos perros. Nunca lo olvidé tampoco.

Nadie nos dijo dónde nos llevarían y lloré todo el camino. Creo que tuvimos suerte porque nos trasladaron a la población Balmaceda en Pedro Aguirre Cerda. Algunos vecinos se fueron a Independencia y a otros no los vimos más.

Nos dijeron que viviríamos en el departamento número dos del tercer piso. Todo estaba mal cuidado y sucio. Las paredes estaban quebradas y el agua se pasaba a los otros vecinos. El espacio se redujo a dos piezas y un baño donde sólo entraba una persona. Fue indigno. Por mucho tiempo sentí pena porque perdí todas mis raíces y amigos. Mi familia también se vio perjudicada, como mi papá trabajaba en Vitacura, se tenía que levantar a las cuatro de la mañana para estar a las ocho. Las micros eran muy pocas y se iban llenas, muchas veces se tuvo que ir colgando de la micro. Una vez llegaron del hospital a buscarnos porque se accidentó de forma muy grave y otros vecinos murieron atropellados.

Hace 38 años que vivo en el mismo departamento en el que nos dejaron después del desalojo. Aquí en la población Balmaceda crié a mis cuatro hijos. A veces visito a familiares en otra población en Tomás Moro y siento pena. Recuerdo mi niñez en Las Condes. Me hubiese encantado volver ahí, aunque muchos se ríen de mí por tener ese sueño, pero la verdad es que encuentro que ahí es todo tan lindo y bonito.

Sobre las personas que luego vendieron sus departamentos en millones de pesos, siento que es injusto. Nosotros nos fuimos sin nada y llegamos a un lugar peor. Nos pudieron haber apoyado.

El día que declararon Monumento Histórico Nacional a la Villa San Luis lloré de emoción. Me alegró mucho saber que no van a destruir una parte de la historia de miles de familias y una parte de mi vida en la que fui feliz.

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Inés González, en la entrada de la Villa San Luis.

Inés González, en la entrada de la Villa San Luis.

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