“Las redes sociales han sido secuestradas por las TICs”, dice el académico de la Universidad de Santiago Vicente Espinoza, para explicar que cuando está hablando de la conectividad de las personas, no se está refiriendo a cuántos amigos tienen en Facebook, a quiénes siguen en Twitter o cuántos grupos tienen en WhatsApp, sino a los círculos en torno a los cuales organizan sus vidas en todas las dimensiones. Es decir, a cuánta gente conocen los chilenos, con quiénes conversan las cosas que les importan y cómo se relacionan con otros.

El sociólogo lleva años estudiándolo y ahora es parte de un grupo de académicos -entre los que también hay economistas, cientistas políticos y estadísticos de distintas universidades- que formó el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y cuenta, gracias a un Fondap, con más de un millón de dólares anuales por cinco años (renovables por otros cinco) para investigar la convivencia nacional. Para eso el año 2014 realizaron una gran encuesta y le preguntaron a cerca de dos mil personas de entre 15 a 75 años en todas las regiones cuánto confían en las instituciones y en los demás, qué creen que se necesita para surgir en Chile o qué tan conflictivo es el país, información que han ido entregando a lo largo de este año. El jueves van a presentar los datos de la última parte del estudio, que se centra en cómo nos vinculamos unos con otros, un área que está cobrando mucho interés en las ciencias sociales. “Los resultados en este ámbito son completamente nuevos para Chile”, explica la economista de la Universidad Diego Portales e investigadora del COES Claudia Sanhueza, quien agrega que entre los más destacados están los que muestran que las redes de la elite están poco diversificadas o que comparados con los habitantes de Estados Unidos o Brasil los chilenos tienen menos conocidos.

¿Por qué a un grupo de académicos, muchos de los cuales se han centrado en desigualdad, meritocracia o pobreza, se les ocurrió ir a preguntarle a la gente algo tan esnob como “a quién conoce usted”? “Las redes sociales son un factor clave para entender varios aspectos del comportamiento. Su tamaño, composición, diversidad y calidad permiten o dificultan resultados y una correcta identificación de ellas ayuda a realizar investigación de punta en estas materias”, dice el economista y director del COES, Dante Contreras.

“Hay amplia evidencia que muestra que las decisiones de consumo, de continuar estudios, de cambiar de vivienda, incluso las elecciones de pareja o amigos/as, para no hablar de preferencias políticas, están mucho más influidas por las relaciones sociales que por las creencias de las personas”, explica Vicente Espinoza. Los conocidos con que alguien cuenta son además parte de su “capital social”, un bien más intangible que la plata, pero que puede ser tan valioso como ella. Un ejemplo: el sacerdote Felipe Berríos vive en el campamento La Chimba en Antofagasta, ¿pero es igual de pobre que sus vecinos? Si se mide esta condición basada exclusivamente en ingresos y bienes materiales, probablemente sí. Pero cuando se considera el acceso que tiene el sacerdote, producto de sus contactos que pasan por la Compañía de Jesús,  La Moneda, la empresa y las organizaciones sociales, y la capacidad de movilizar recursos que eso significa, no, y precisamente el valor que tiene que se instale ahí es que pone a disposición sus contactos. Por esa razón, instrumentos de políticas públicas, como la encuesta Casen 2015, están incorporando la variable “redes” para medir la pobreza en todas sus dimensiones, tema en el que han estado trabajando tanto Claudia Sanhueza como Vicente Espinoza.

Los investigadores del COES creen que la estructura de las redes sociales dice mucho sobre su tema central, la cohesión. Su postura como centro es que esta depende menos del grado de acuerdo que hay entre los integrantes de la sociedad y mucho más de la capacidad de relacionarse pese a las diferencias de opinión, credo o de recursos: “En otras palabras, contextos que promueven redes de conocidos amplias y diversas son más cohesionadas porque permiten que las personas de distintos segmentos interactúen”, menciona Matías Bargsted, académico del Instituto de Sociología de la Universidad Católica. “Para ilustrar”, agrega Luis Maldonado, también sociólogo de la UC, “un indicador de cohesión es la tasa de matrimonio entre personas de distinta religión. Si en un lugar los matrimonios entre musulmanes y judíos fueran muy altos, podríamos decir que ahí la religión no genera divisiones y, por lo tanto, hay cohesión en lo que respecta a ese aspecto”.

Yo a ti te ubico

Los académicos del COES se abocaron a determinar el tamaño y forma de la red de conocidos de los chilenos, entendiendo por un “conocido” a “alguien que usted ubica personalmente y él o ella también a usted, sin importar si son o no amigos”. Como no es posible pedirle a cada persona que cuente todos sus contactos porque es muy engorroso, algunos investigadores han desarrollado métodos estadísticos para estimar la extensión de la red en base a información que sí se puede obtener en una encuesta con la del COES. Así pudieron determinar que en promedio los chilenos conocemos 139 personas, número bajo comparado con por ejemplo, Estados Unidos, donde es de 290. Sin embargo, la cifra chilena esconde realidades bien variadas, desde un encuestado que tiene 19 conocidos a otro que llega a los 757. Estas últimas personas que tienen conexiones tan extendidas “tienden a operar como lo que el sociólogo Ronald Burt llama ‘network brokers’, es decir, conectan grupos sociales distantes”, dice Matías Bargsted. El problema es que, de acuerdo a la encuesta, en Chile son pocas: más de la mitad de la población conoce menos de 117 personas y sólo el 6 por ciento a más de 300.

Entre los factores que influyen en el tamaño de la red está la educación: la gente con más años de estudio tiene más conocidos. La edad también, pero de manera distinta: una persona de 20 años tiene en promedio una red de conocidos más pequeña que una de 50, tras lo que comienza a decrecer a medida que se envejece. Por otra parte, la gente que trabaja o ha trabajado, no importa en qué,  tiene entre 20 y 30 más conocidos que la que no lo ha hecho.

La encuesta les preguntó a los participantes si conocían gente de una serie de profesiones o grupos (mapuches, militantes de partidos políticos), datos con los que se analizó, además del tamaño de las redes, el nivel de segregación social, entendiendo por eso cuán concentrado es el contacto de las personas con miembros de otros grupos. Sus resultados muestran que hay círculos con los que una mayoría de la población no interactúa en forma directa. Por ejemplo, tres de cuatro entrevistados dice que no tiene ningún conocido UDI y dos tercios responden lo mismo respecto a un militante del PC. “Esta coincidencia para las dos colectividades manifiesta, una vez más, la elevada distancia que existe hoy entre la ciudadanía y los partidos”, dice Bargsted. Algo similar ocurre con los inmigrantes peruanos, las personas mapuche o la gente atea. Un tema importante porque tal como explica el sociólogo, “muchas veces la ausencia de contacto directo está en la base de la formación de prejuicios y estereotipos”.

Te cuento qué...

La encuesta también entregó información sobre cómo son los círculos más íntimos. Para saberlo les pidieron a los entrevistados que dijeran con quiénes hablaron de cosas que les importan en los últimos seis meses. “La conversación”, dice Vicente Espinoza, “abarca relaciones sociales más amplias que las familiares, a la vez que más restringidas que la plática superficial o protocolar con personas conocidas”.

El investigador de la Usach agrega que en Chile normalmente se plantea que hoy estamos más aislados y somos más individualistas que en un supuesto pasado más solidario y cohesionado. Sin embargo, los datos no son tan tajantes: un cuarto de los encuestados dice que sólo tiene una persona con quien hablar, lo que significa que si bien no están aislados como el 7 por ciento que responde que no cuenta con nadie, su red cercana es muy frágil. Pero a la vez, una de cada tres personas -en general hombres y mujeres más jóvenes y con más años de estudios- aseguran que tienen cinco o más confidentes. “Tal como en varios otros aspectos de la sociedad, parecen coexistir dos mundos: uno cercano al aislamiento social, débilmente integrado y otro con una amplia y variada red de interlocutores”, dice Espinoza. La economista Claudia Sanhueza destaca que los datos muestran que las personas con redes más grandes “participan más en actividades asociativas y colectivas como la política, cooperan más con otros, son más felices y tienen más amigos”.

Los datos se pueden comparar con el estudio The General Social Survey (GSS) de Estados Unidos que hizo la misma pregunta (aunque en el año 2004). Ahí un cuarto de la población respondió que no tenía ningún confidente, es decir, más de tres veces de lo reportado en Chile. Un resultado en el que en cambio Chile sí se parece bastante a lo que apareció en Estados Unidos es en el lugar central que ocupa la familia en el círculo de cercanos: un tercio de los chilenos encuestados incluye ahí a su pareja, y el 55 por ciento a algún pariente como padre, madre, hermano o hijo. Los amigos también tienen una presencia fuerte (46 por ciento), no así los compañeros de trabajo, que no parecen ser en Chile una fuente importante de confidentes y sólo son mencionados por el 10 por ciento de los entrevistados, una proporción similar a la que incluye a un vecino en su grupo de confianza.

Entre los factores que están asociados a una red cercana más amplia está la asistencia frecuente a servicios religiosos, independientemente del credo, y una vez más la educación, ya que aquí también las personas con más estudios tienen más confidentes. “Es probable”, dice entonces con cierto optimismo Espinoza, “que el mundo escolar, especialmente el universitario, incida en la formación de redes de confianza más amplias y variadas. Tengo la esperanza de que los más jóvenes tengan mejores oportunidades de educación y acceso a nuevas relaciones sociales y que los que hoy están en sus 30 y 40 mantengan la diversidad y riqueza de las actuales para que las situaciones de fragilidad de la inserción social se vean contrarrestadas en el futuro”.

La elite y las redes

Hubo un resultado que les llamó  la atención a los investigadores del COES. A partir de las respuestas de la encuesta Luis Maldonado y Matías Bargsted combinaron tres características que tradicionalmente han sido fuente de distinción social en Chile: la religión, la posición política y la clase social (medida en este caso a través del nivel educacional alcanzado) e identificaron cinco grupos predominantes: los católicos de derecha con estudios universitarios, los católicos de centro o independientes con educación media o superior técnica, las personas independientes o de centro que no se identifican con ninguna religión y tienen educación media o universitaria; los evangélicos independientes políticamente y con educación básica o media y, por último, las personas con perfiles mixtos, como por ejemplo, evangélicos de izquierda con estudios universitarios, o no religiosos de derecha con educación media.

Lo que sorprendió a los académicos es que de todos esos grupos, el que resultó tener una red de conocidos más pequeña fue el de católicos de derecha que han pasado por la universidad. Un resultado inesperado no sólo porque se asume que es el grupo “mejor contactado”, sino también porque mayores niveles de educación están asociados a redes de confianza y de conocidos más extensas. “Creemos que este patrón se debe a que los círculos a los que acceden estas personas se sobreponen,  lo cual genera fuertes barreras que fomentan menos contacto con personas de otros grupos”, dice Bargsted. Algo similar ocurrió en el caso del grupo de evangélicos, mientras que, por el contrario, las personas con un perfil mixto fueron las que mostraron redes de conocidos más amplias.

La economista Claudia Sanhueza dice que aunque a primera vista el hecho de que los círculos de la elite sean más pequeños podría no parecer interesante dado que “las redes son acceso a recursos y la elite ya los posee, también reflejan las conexiones que tienen las personas con la sociedad. Que la elite no tenga diversificada sus redes es muestra de que vive más aislada y si, además, esta elite más aislada es la que influencia el diseño de políticas públicas, puede ser un problema público y político importante”.