Los 100 años del sacerdote jesuita José Aldunate Lyon fueron conmemorados el lunes pasado con una ceremonia breve y simbólica. Sus compañeros de la Residencia San Ignacio le organizaron una misa a la que asistieron no más de 20 personas, todos miembros de la Compañía de Jesús. Ellos rezaron y agradecieron la vida del sacerdote, que es recordado en todo Chile por su labor en defensa de los derechos humanos durante el régimen militar. El cura estuvo presente durante toda la celebración, pero no dijo ninguna palabra. "No percibimos bien si él logró darse cuenta de lo que estábamos haciendo o no", reconoce el superior de la residencia, el padre JorgeDíaz. Luego, un grupo de niños le cantó el Cumpleaños Feliz. A ellos, Aldunate sí les dirigió unas pocas palabras: "Preocúpense del amor humano, nunca dejen de lado el amor humano", les dijo.

Al cierre de esta edición, la Red Laical confirmaba la organización de una misa presidida por el sacerdote Mariano Puga en la iglesia San Ignacio, en honor a José Aldunate para este sábado. Según sus organizadores, en la celebración se esperaba la presencia de varios miembros de grupos de defensa por los derechos humanos, como del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, el que fue fundado por Aldunate. No se repartieron invitaciones para ningún partido político, aunque desde el comando de Beatriz Sánchez confirmaron la asistencia del presidente de Revolución Democrática, Sebastián Depolo, en representación de la precandidata del Frente Amplio. Mientras, en representación del Partido Comunista se esperaba la presencia de la presidenta de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos, Lorena Pizarro, o de la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa. También estaba previsto que José Aldunate estuviera presente, aunque no hasta el final. Asu edad, eso significa un esfuerzo bastante grande.

Entrevistado por Reportajes en octubre de 2014, el sacerdote habló sobre la posibilidad de morir y de llegar al centenario: "No pienso mucho en la muerte. Creo que es un evento que uno no saca mucho con pensar, prepararse o lo que sea. Vendrá y no le tengo ningún miedo. Es más bien una bienvenida, porque no me gusta la idea de llegar a los 100 años".

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Aldunate pasa sus días en la Residencia San Ignacio, una amplia casona construida durante el año 1872 en pleno centro de Santiago, a un costado de la iglesia del mismo nombre y que hoy está habilitada para funcionar como una casa de retiro para miembros de la congregación de la Compañía de Jesús. En su interior viven 30 sacerdotes jesuitas y, de ellos, siete son atendidos en la enfermería. La mayoría padece enfermedades como el cáncer o el alzhéimer y tienen entre 90 y cien años. La idea es que los sacerdotes guarden reposo y se alejen de sus actividades comunes para descansar. De partida, ninguno puede volver a presidir una misa, por lo que son acompañados por otros curas que rezan junto a ellos. También hay una enfermera a cargo de todos ellos y otras asistentes que se dividen en turnos. La idea es garantizar atención médica durante todo el día.

En los últimos cinco años, el estado de salud de José Aldunate se empezó a deteriorar lentamente y lo obligó a cambiar drásticamente su forma de vida. Era un usuario habitual del gimnasio de la residencia y trotaba en las mañanas por el Paseo Bulnes hasta el Parque Almagro. Hoy, en cambio, Aldunate casi no habla y se debe desplazar en silla de ruedas.

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Yo te veo súper bien, Pepe.

No diría que estoy súper, pero sí, estoy bien –dice débilmente el sacerdote.

José Aldunate es visitado en la Residencia San Ignacio durante la semana por amigos, en su mayoría gente con la que trabajó durante los tiempos del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo y que van para hacerle compañía dentro del horario que está permitido en la casona administrada por los jesuitas. "Pepe siempre ha sido un hombre notable y es un honor tremendo vivir con él. No solamente porque conoció directamente al Padre Hurtado, que ya es un beneficio grande para nosotros, sino por el mismo testimonio de él. A muchos de nosotros se nos despertó la vocación cuando uno conoce a estos hombres que se la jugaron en serio en tiempos de dictadura", dice el padre Jorge Díaz.

A sus visitas, Pepe les pide que lean novelas mientras escucha en silencio. Reflexiona un rato sobre su contenido y pide pasar de capítulo. Su libro favorito es Fabiola, una novela del siglo XIX escrita por el cardenal inglés Nicholas Wiseman. La historia trata del pueblo cristiano perseguido en Roma y la conversión de un aristocrático a la religión. Se la han leído un par de veces, pero el alzhéimer le impide recordarlo. Tras la sesión de lectura, conversa con su interlocutor sobre el significado de cada pasaje.

El último capítulo se titula "La muerte gloriosa".

Quienes lo han acompañado durante los últimos años cuentan que han visto cómo el paso del tiempo ha ido mermando, de manera natural, la vitalidad de Pepe. Sin embargo, destacan su buen estado, pese a su avanzada edad y a las enfermedades que ha pasado: "Yo no sé de qué está hecho este hombre, tuvo un infarto, pero recuperó la movilidad en su lado izquierdo y luego de eso se podía mover sin problemas", dice una de sus amigas, Pamela Sepúlveda.

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El 20 de junio del año pasado, en un acto celebrado en el Museo Nacional de Bellas Artes, la Presidenta Michelle Bachelet condecoró al sacerdote José Aldunate con el Premio Nacional de Derechos Humanos. A la ceremonia asistieron los entonces ministros Marcos Barraza, de Desarrollo Social; Claudia Pascual, del Servicio Nacional de la Mujer; Víctor Osorio, de Bienes Nacionales, y Ernesto Ottone, de Cultura. Ahí se destacó el trabajo del religioso por la defensa de los derechos humanos durante el régimen militar.

Pese a recibir los honores, la presencia de Aldunate estuvo en duda hasta pocos días antes del evento, debido a su deteriorado estado de salud. Su movilidad está totalmente reducida y durante esa fecha se encontraba en plena recuperación tras un accidente cardiovascular sufrido en octubre del año pasado, que lo mantuvo bajo observación en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico de la Universidad Católica durante dos semanas. El cura tampoco estaba convencido de asistir: "Son cosas de políticos", le confidenció a un cercano cuando lo notificaron del reconocimiento. "Nunca le han gustado las premiaciones, siempre ha participado en colectivos y acepta eso. Ese día dijo que era un reconocimiento de muchos, no es un hombre que reciba solo los honores", dice el sacerdote Jorge Díaz.

A pesar de sus dudas, el cura fue al Museo de Bellas Artes para recibir el premio por su trabajo como fundador del Equipo Misión Obrera durante la década de los 80. "Es natural y conmovedor evocar su figura digna y serena, enfrentando la represión, el agua del guanaco, los gases lacrimógenos, para defender el derecho a la vida y la integridad de sus conciudadanos detenidos en cárceles secretas, sometidos sistemáticamente a tratos inhumanos, apremiados física y psicológicamente", dijo la Presidenta Michelle Bachelet a la hora de presentar el premio.

Un mes más tarde, esta vez en el salón de honor de la municipalidad, el cura fue reconocido como Hijo Ilustre de la ciudad de Santiago por la entonces alcaldesa Carolina Tohá. Para ambos compromisos debió contar con la autorización de sus médicos, por su mal estado de salud. Le recomendaron ir por un rato, no hacer esfuerzos innecesarios y no hablar demasiado. Aldunate hizo caso a las recomendaciones y sentado en una silla de ruedas fue a recibir la medalla de honor, sin decir una palabra.

Esa fue su última aparición en un acto público, hasta la misa de este sábado.