Ocho minutos antes del mediodía del 11 de septiembre de 1973, el primer cohete lanzado por los aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea impactó en el palacio de La Moneda. Desde la mañana, soldados rodeaban la sede de gobierno y se enfrentaban con la seguridad del Presidente Salvador Allende. Las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas y de Orden instaban al mandatario a dejar el poder. En Chile se producía un Golpe de Estado.

A más de cinco mil kilómetros de esos sucesos, los 12 efectivos del Ejército destinados en la base Bernardo O'Higgins de la Antártica, vivían una jornada habitual. Aunque la temperatura no superaba los -10 grados Celsius, había optimismo en la dotación: disminuía el frío y las horas de oscuridad del invierno, y sólo quedaban tres meses para que llegara el relevo. Volver al continente con sus familias estaba a la vuelta de la esquina. Todo parecía normal, salvo por un detalle: el encargado de comunicaciones de la base informó al resto del equipo que ocurría un fenómeno conocido entre los radioaficionados como "silencio radial".

"Era algo que raramente sucedía, pero podía ocurrir por razones climáticas. Pensamos que al otro día se iba a normalizar y no le dimos demasiada importancia. Pero no fue así", recuerda Jorge Chovan, comandante de esa base durante 1973.

Dos días después, cuando ya había jurado la Junta Militar y regía el Estado de Sitio, los hombres se enteraron de lo que realmente pasaba. "Como no teníamos comunicación con el continente, comenzamos a sintonizar radios extranjeras, como la BBC de Londres o la Nederland de Holanda. Así supimos lo del Golpe de Estado", asegura Daniel Beltrán, meteorólogo y segundo oficial de la base: "También oíamos la radio Moscú, donde decían que había un estado de guerra. Eso nos alarmaba, por la situación que podían estar pasando nuestras familias. La institución no nos informó oficialmente".

A 40 años del golpe -un año que para ellos quedó marcado por su permanencia en la Antártica- ambos oficiales en retiro coinciden en que el temor a que las transmisiones fueran interceptadas, fue la razón de la desinformación que vivieron. Beltrán, sin embargo, agrega que también influyeron razones sicológicas: "Estar allá es complicado, hay que tener una fortaleza anímica importante. Para no complicarnos más la siquis, creo que no nos informaron".

En diciembre de 1972 ambos habían llegado a la base O'Higgins, luego de pasar varias pruebas físicas y sicológicas. "Era un premio, pues pagaban una bonificación del 600% del sueldo y era una destinación ideal para ahorrar. La mayoría estábamos recién casados, con hijos pequeños", cuenta Chovan, quien antes de ese viaje y después trabajó en el Hospital Militar.

Pero a fines de aquel año, despedirse de sus familias (a las que no verían durante 13 meses) no era lo único que los complicaba. "Dada la escasez, no encontrábamos repuestos para llevar, necesarios por si fallaban los motores a petróleo, que son el corazón de la base. Sin ellos no funciona nada", narra Beltrán. Sobre los alimentos, recalcan que no tuvieron inconvenientes, a pesar de la situación que vivía el país. "Todo lo que solicitábamos nos llegó, salvo detalles. En vez de las típicas latas de Coca-Cola que enviaban antes, nos mandaron latas de jugo de mango israelí. Al final terminaron cansándonos", cuenta entre risas el ex comandante de la base.

La dotación estaba integrada por un enfermero, dos exploradores, dos encargados de comunicaciones, un cocinero y un encargado de motores, además de un ayudante de meteorología, un sismólogo y los tres oficiales. "No tuvimos inconvenientes hasta el "11". Incluso, cuando fue el tanquetazo, el 29 de junio, nos enteramos de todo, porque aquella vez no nos cortaron la comunicación y supimos al instante que eso había fracasado", cuenta Chovan.

Ambos recuerdan que la comunicación con las familias era sólo los domingos. "Después del golpe pasó un mes en que no hablamos, en que no teníamos comunicación radial. Igual, cuando conversamos, ellos tampoco nos contaban mucho de las noticias", dice Beltrán. Durante ese lapso, las comunicaciones con sus superiores, en Punta Arenas, se mantuvieron, pero por vía telegráfica: "Eran informaciones protocolares, dábamos a conocer nuestros informes de meteorología o sismología, tampoco nos decían nada".

Paralelamente ocurría que el sueño de ahorrar encontró un escollo: la inflación de tres dígitos en el último año del gobierno de Allende. "Por ejemplo, cuando nos fuimos un Peugeot 404 costaba $200 mil. Cuando regresamos costaba dos millones", comenta Chovan. Pese a esto, Beltrán dice agradecer haber pasado el 11 de septiembre aislado: "Si bien en cierto no nos fue bien en lo económico, por otro lado no tuvimos participación en hechos que ocurrieron antes, durante y después del 11 de septiembre de 1973. (…) Menos en situaciones de Derechos Humanos".

Recalca que la falta de información les penó hasta el último momento. Cuando quedaban pocos días para abandonar la Antártica, algunos de los miembros de la dotación experimentaron un extraño temor: "Nos preguntábamos. ¿Y qué pasa si cuando estamos en el buque de vuelta nos bombardean los rusos? Ciertamente, al no tener información, nos pasábamos películas", dice Chovan.